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28 Francisco H. Rivero
Filósofo, Caracas, Venezuela
¿Es un sueño el 'derecho a ser inteligente'?
No. Es una obligación que incumbe tanto a las personas como a las naciones. Permítame aclarar, desde el principio de esta entrevista, que no soy ni un psicólogo, ni un científico dedicado o especializado en la investigación del cerebro; mi formación es filosófica, y es como filósofo que enfoco esta cuestión de la inteligencia. El doctor Luis A. Machado, ministro venezolano para el Desarrollo de la Inteligencia, así como el doctor José Domínguez Ortega, su asesor principal, son amigos estimados, cuyos deseos por promover esta causa apoyo y aplaudo dentro de las posibilidades del caso. Es para mí evidente, y mi experiencia docente me lo corrobora, que las personas pueden desarrollar y perfeccionar capacidades y habilidades intelectuales. La inteligencia humana, en cuanto presupone procesos psíquicos y cerebrales, es objeto de investigación empírica sistemática por psicólogos especializados y otros científicos y estudiosos, quienes han, efectivamente, desarrollado técnicas y métodos diversos que ayudan a potenciar y promover las habilidades cognitivas específicas y generales. El Ministerio venezolano reconoce la importancia y el valor de estas investigaciones y busca incorporar sus resultados en el sistema educativo nacional, para asegurar así un desarrollo más rápido y eficaz del potencial de aprendizaje de la población estudiantil en general.
La inteligencia, sin embargo, no se reduce a una cuestión de procesos cerebrales ni de habilidades y mecanismos psíquicos. La inteligencia implica primero y principalmente, orden, conocimiento, verdad, sentido, términos que no denotan procesos psíquicos y cerebrales, sino conciencia, espíritu, y el discernimiento del ser y la existencia misma. En este último sentido, la inteligencia trasciende evidentemente el nivel de la experimentación científica y
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de la técnica. La iniciativa venezolana se interesa principalmente, es cierto, por los aspectos fisiológicos y psicológicos de la inteligencia, pero no olvida totalmente, en mi opinión, su dimensión ontológica y moral, en cuanto habla no sólo de los aspectos funcionales e instrumentales del desarrollo intelectual, sino también del perfeccionamiento humano esencial que ese desarrollo debe y puede conllevar. Es en este último sentido, pienso, en el que se deben tomar las referencias del doctor Machado a una 'revolución' de la inteligencia. En cualquier caso, quiero acentuar que las técnicas y habilidades cognitivas no agotan ni definen, de por sí, la naturaleza de la inteligencia. Al constituir una dimensión de la existencia misma, precisamente aquélla en y por la cual la humanidad misma se define y se articula, la inteligencia humana no es reducible a un mero útil o instrumento, y es inseparable de la conciencia, la creatividad y el orden. Esto es importante recordarlo. Por mi parte, estoy dispuesto a apoyar cualquier iniciativa que persiga la promoción humana a estos niveles de preocupación y de interés.
Sin embargo, parece que no salimos del mismo círculo vicioso, volviendo a repetir las mismas necedades cada generación; de allí la importancia que tiene el que aprendamos, de una vez por todas, a manejar nuestro 'chip' más inteligentemente, que es precisamente lo que persigue el doctor Machado.
Sí, estoy de acuerdo. Hay que distinguir, sin embargo, como usted mismo lo ha hecho expresamente al afirmar que debemos utilizar nuestro chip más inteligentemente, entre los mecanismos psíquicos y cerebrales (la inteligencia como instrumento), y la inteligibilidad misma de la realidad y el ser, incluyendo la de los procesos psíquicos y cerebrales (la inteligencia como índice de la realidad misma). La inteligencia, en el sentido pleno de la palabra, denota esa inteligibilidad misma de la realidad y el ser. Si interpretásemos el 'desarrollo de la inteligencia' solamente en términos de las posibilidades prácticas (know how), que define el conocimiento científico de los procesos psíquicos y cerebrales, la existencia misma de Pitágoras, Platón, Galileo, Aristóteles, Agustín, Kant, Descartes, Newton o Shakespeare sería inexplicable. Condicionar, pues, el 'desarrollo intelectual' al progreso de los conocimientos positivos de los procesos psíquicos y cerebrales, es evidentemente absurdo (a menos de que queramos sostener otro absurdo: ¡que la cultura y la creación intelectual humana son una perpetua casualidad y que ni Sócrates, ni Confucio, ni Cristo, ni Buda, ni Galileo, ni Bach, ni Einstein, ni Descartes, sabían lo que decían ni lo que hacían!). Es importante tener claro que el mero conoci- | |
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miento empírico o científico-positivo de los procesos psíquicos y cerebrales, por más completo y definitivo que sea, o que pueda llegar a ser, no resultará nunca, de por sí, en una más profunda, ni en una más inteligente y sustantiva articulación de la existencia y la conciencia humanas. De la sola técnica no resultará nunca un Plotino, un Cervantes, un Leibniz o un Moisés.
Los mecanismos de por sí no definen, ni pueden nunca definir, la realidad: presuponen la realidad y el ser; presuponen un objeto o fin que especificándolos y actualizándolos es ontológicamente independiente de ellos; y presuponen, por último, para ser útiles al bien y al desarrollo humano, una visión independiente e irreductible de la verdad y el ser, que guiándolos y dirigiéndolos trasciende totalmente el nivel que define el conocimiento de los fenómenos científicos. No es necesario, pues, saber cómo sabemos para saber, para saber lo que sabemos, y para entender la índole misma de nuestro saber. Asimismo, podríamos saber exhaustivamente cómo sabemos y no saber, o aún más, rehusar saber. El conocimiento humano es, en última instancia, un fenómeno espiritual definido por la libertad, la decisión y el juicio, que no puede consiguientemente ser contenido ni constreñido por la ciencia empírica ni la tecnología. Pretender el desarrollo humano haciendo abstracción de todo esto, es ilusorio.
Pero, ¿qué puede hacer la filosofía para que la humanidad rompa el círculo vicioso de los mismos errores?
Puede liberarnos de las ideologías progresistas, cientifistas, positivistas y materialistas, que, entre otras, usurpan y desnaturalizan el nombre y la realidad misma de la ciencia y del conocimiento, induciéndonos a gestos, esfuerzos y convicciones prometeicas, que no pasarían de fatuas si no fuesen tan radicalmente destructivas de nuestra libertad, comunidad e integridad personal y colectiva. Puede darnos una conciencia clara y liberadora de la naturaleza y los límites del conocimiento, y abrirnos el alma a la visión y manifestación de la realidad y el ser, sin las cuales es imposible alcanzar una plena y verdadera existencia personal. Puede conducirnos a una inteligencia profunda de la acción y la existencia histórica, abriéndonos caminos y medidas de auténtica grandeza.
El lenguaje de los filósofos es una especie de lujo, algo así como los cuadros de Picasso. ¿Qué utilidad práctica tiene? ¿Para qué sirve?
Permítame a la vez hacerle dos preguntas. Si la filosofía y el arte son considerados lujos, y la vida, la conciencia y la experiencia
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personal que ellos presuponen son consiguientemente desechables y superfluos, ¿qué define entonces a la existencia humana? Y si la técnica, los instrumentos, los útiles y el conocimiento operativo y funcional que los sustenta y articula como tales, son íntegramente definidos por el hombre, ¿cómo puede 'lo práctico', entonces, definirlo a él?
El ser y la acción del hombre son, gracias a la inteligencia, libres; trascienden totalmente el orden de lo instrumental y de lo práctico, y son, tanto analítica como existencialmente, inseparables de la cuestión del bien, la verdad y la justicia. Todo intento, consiguientemente, de reducir el hombre a lo práctico y lo útil, desechando como superflua a la teoría pura y la belleza, es falso y arbitrario. Un ser capaz de elevarse por el conocimiento a cuestiones de esencia y de principio, no lo define lo que usa: lo define sólo la verdad y es libre. Dada la conciencia de la realidad y el ser, Dios es para el hombre la 'utilidad' suprema, y la teología, el saber por excelencia. La filosofía, la ciencia, el arte, el derecho, la religión y la política tienen y tendrán siempre una significación moral e histórica intrínseca; no así los instrumentos, el poder y la riqueza.
¿No es sorprendente que en una época en que la humanidad manifiesta una locura colectiva, armándose con medios nucleares capaces de destruirlo todo, haya un nuevo surgir religioso y una nueva proyección hacia lo irreal?
¿Por qué? ¡Al contrario! Las grandes tradiciones religiosas son la expresión misma de una intensa y profunda conciencia de lo real.
Me siento obligado a pensar en la necesidad de ilusiones para mantener el equilibrio.
Un equilibrio mantenido por ilusiones es, de por sí, ilusorio. Las grandes religiones reveladas representan la antítesis misma de lo ilusorio: la humanidad ha logrado en y por ellas un nivel inalcanzado de conciencia y diferenciación de la realidad, especialmente en y a través del cristianismo. Es mi opinión que la constitución de un orden humano verdadero es imposible sin la inteligencia que ellas comunican. En todo caso, la historia moderna, por ejemplo, es ininteligible sin referencia a las diversas determinaciones y deformaciones de la espiritualidad cristiana que la informan.
¿Cómo adquirir conciencia del yo, si dejamos lo desconocido al arbitrio de dioses imaginarios?
Los dioses son ídolos, criaturas imaginarias, carentes de conciencia, que no explican nada. En esto estoy completamente de acuerdo
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con usted. La existencia humana, sin embargo, como ya indiqué antes, precisamente por inteligente se define en Dios, y Dios, como la Biblia y Parménides lo afirman, es pura verdad y realidad viviente. La conciencia, la libertad, la humanidad y la razón son consiguientemente inseparables de El. Perder o rechazar la inteligencia y experiencia de ello conduce siempre a la creación de ídolos, a la superstición, a la ideología, a la disolución de la cultura, y, en última instancia, a la desesperación y a la autodestrucción, independientemente del nivel de desarrollo y de sofisticación alcanzado por la ciencia positiva y la tecnología, incluida la de los mecanismos cognitivos y el cerebro. La ciencia positiva, como tal, no libera al hombre de la superstición ni de la ideología: afirmar lo contrario, es una superstición actual muy difundida.
No veo la relación con la superstición.
La superstición, en cualquier forma o modo, es un culto al poder con sus correlatos de servilismo y/o de orgullo y autosuficiencia. Es una manifestación o de la perversidad, o del miedo y la ignorancia; de ahí su odio a la libertad, al pensamiento, a la gracia, a la amistad, a la oración, a la belleza, a la felicidad, a la independencia, a la creación, al juego, y a todo lo que no es en última instancia susceptible de manipulación impersonal y de dominio. La religión revelada, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, y especial y principalmente el cristianismo, son la actualización misma de la libertad de conciencia y la autonomía moral y personal: precisamente aquello que la superstición ahoga, deniega o intenta destruir, ridiculizando. La religiosidad auténtica, y basta leer los Salmos, está animada por un ímpetu de vida, de confianza, de felicidad, de agradecimiento y de admiración ante el espectáculo del ser, de todo y cualquier ser, irrespectivamente de su humildad y pequeñez, y del hombre especialmente, que es totalmente ajeno al miedo, la ansiedad, la agresividad, la autosuficiencia y el optimismo abusivo que caracterizan a la superstición. Es por ello que la filosofía, la ciencia, el pensamiento, el arte, el derecho, la literatura, y todas las manifestaciones de la humanidad y la civilización, han florecido en ámbitos culturales definidos por la revelación, especialmente la islámica y la cristiana. Es por ello, asimismo, que la revelación, en contraposición a otras manifestaciones religiosas venerables, pero eminentemente cósmicas, como el hinduismo, lejos de someter el destino personal y colectivo al imperio de influjos y fatalidades cósmicas, literalmente define, perfila y articuia la singularidad y responsabilidad ontológica y moral de cada hombre
al referir su existencia y su destino a un orden de inteligencia, y de conciencia, que por su índole misma trasciende al Cosmos y nos define y consti- | |
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tuye como libres. La revelación actualiza al hombre como libertad y conciencia; es decir, como personalmente partícipe y responsable por el bien, la verdad y la justicia; realidades que la superstición específicamente ignora y teme, o consciente y voluntariamente tergiversa, intentando controlarlas, al declararlas tácita o expresamente susceptibles de actualización y de dominio por la ciencia y/o la política. Atribuirle a la ciencia y/o a la política esa virtud, es una superstición carente de toda fundamentación analítica e histórica, como también lo es el identificar religión y superstición.
No estoy seguro de que un filósofo hindú esté de acuerdo con usted. La mera discusión de soluciones filosóficas a los enigmas de esta vida, a través de símbolos sobrenaturales, parece no ser sino una afición más, como hacía el maoísmo o el Papa romano. Mahatma Gandhi se especializó en ayunar hasta convertirse en un esqueleto andante. Jesús predicó el amor a los semejantes, pero ambos perecieron violentamente. Mire lo que pasó con las mil flores de Mao.
No se pueden entender a Mao, Gandhi, Jesús y el Papa reduciéndolos a un mismo nivel. Hay que diferenciar sus vidas, sus doctrinas, sus obras, sus personalidades: ¡no hay inteligencia posible sin determinación de esencia!
Todos esos movimientos de masas parecen reclutar adeptos por un tiempo más o menos largo, pero al final nadie practica lo que predica, y ello porque en el fondo nadie controla su propio 'chip'.
Aun si un hombre pudiese, como usted dice, controlar su propio chip, ello no garantizaría ni su fidelidad, ni su integridad, ni aun su coherencia: el conocimiento del instrumento no predetermina la decisión. Es más, ¡ni siquiera predetermina el uso! El control del chip presupone la conciencia.
Quizá ciertas ilusiones sean necesarias para la economía psíquica de la mente. Es por ello que Bruno Bettelheim hace tanto énfasis en la necesidad de los cuentos de hadas, como el de 'Blanca Nieves y los Siete Enanos' y otros por el estilo. Pero, ¿dónde termina la incursión en lo irracional y dónde inicia la aceptación de una realidad más avasalladora que cualquier sermón sobre nuestros deberes, predicado por un harapiento más?
Reconozco la función psicológica y la 'necesidad' de ilusiones que sean apreciadas y cultivadas como tales. Sin embargo, el problema real, a mi juicio, está en la sustitución de la realidad por ellas, o
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aún más, en la incapacidad o el rechazo declarado de reconocer a la realidad misma. Esto denota una radical desintegración intelectual y espiritual, que la proliferación y expansión ideológica actual, con su negación y destrucción de la existencia personal y de toda posible comunidad política, indica claramente. Sócrates y Platón se enfrentaron a una situación similar, así como Dostoievski y Camus, entre otros, actualmente.
Naturalmente, ni Platón ni Dostoievski tenían la más mínima idea de cómo funcionaba su cerebro, como la mayoría de nosotros, hoy, no tenemos ni la más remota idea de cómo funciona el microprocesador humano.
Eso no impide que ellos tengan más relevancia moral, intelectual y política, actualmente, que la mayoría de nuestros contemporáneos, aun aquellos que se dedican al estudio del cerebro y de los procesos cognitivos. Entre otros, podría citarle a mi amigo el doctor J.M. Rodríguez Delgado, quien sinceramente cree que un orden moral puede definirse a partir del conocimiento de los mecanismos y procesos cerebrales y de la biología. Esto a mi juicio es cientifismo puro: la reacción ilusa de un gran científico ante la desintegración de una época.
Dudo que ello sea como usted dice, pero estamos en Caracas y nos es difícil comunicarnos con el doctor Rodríguez Delgado. Pienso que él y sus colegas están empezando a descifrar el funcionamiento de nuestro puesto de control y ordenador central: el cerebro.
No pongo en duda la importancia del estudio del cerebro. Tengo el más alto aprecio por el trabajo y la obra científica del doctor Rodríguez Delgado. Lo que cuestiono son sus postulados ideológicos, no su ciencia. Ningún conocimiento de cómo funciona el cerebro, ni de lo que haya que hacer para optimizar sus operaciones y funciones puede, de por sí, definir lo que sea justo, bueno, honrado y verdadero. El conocimiento de los mecanismos no predetermina nunca lo esencial y sustantivo: no define fines ni principios. El orden deriva siempre del conocimiento del qué, no del cómo, y el qué no es nunca físico. El conocimiento de los mecanismos, al proveernos de mayor poder y capacidad de acción, hacen más patente y manifiesto que la ciencia y la conciencia son dos cosas muy distintas. La determinación moral no deriva nunca de la ciencia.
Pero quizá el doctor Rodríguez Delgado sepa infinitamente más que usted, o cualquier filósofo, lo que efectivamente sucede en esa tierra incógnita del cerebro.
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Sin duda alguna que sí, y todos, filósofos o no, le debemos reconocimiento por su labor científica y su filantropía. Pero una cosa son los hechos científicos, otra los presupuestos ideológicos, y otra más aún, el juicio y la inteligencia filosófica. Yo no discuto en absoluto el valor de la investigación científica del doctor Rodríguez Delgado, aunque disienta totalmente del marco ideológico que de ella, erróneamente, pretende derivar y que estimo empaña su estatura científica y no promueve en absoluto sus esfuerzos reales por promover un nivel mayor de orden, fraternidad y justicia entre los hombres. Permítame decirle a este respecto que la ciencia positiva no puede por su misma naturaleza, y dados sus métodos y objetos específicos, definir la existencia humana. El hombre no es reducible a mecanismos y operaciones, cualesquiera que ellos sean. La humanidad y el hombre, y todo lo que esencialmente los define, son realidades de orden ontológico y moral que ningún conocimiento ni metodología científico-positiva puede, ni pretende, aprehender ni definir. La ciencia presupone al ser, no lo define.
¡Usted habla con un auténtico partidismo filosófico!
¡De ningún modo! El partidismo precluye todo análisis de fundamentos y principios. Sólo afirmo que la 'psicogénesis' y la 'psicocivilización', tales y como los preconiza el doctor Rodríguez Delgado, no son alternativas científicas; no son posibilidades alcanzables en principio por la ciencia, son ilusiones bien intencionadas, fundadas en expectativas que la ciencia positiva, por sí misma, es incapaz de realizar ni de alcanzar. Entiéndame: el deseo y la aspiración de lograr una existencia más justa, más racional y más humana no es una ilusión; lo que sí lo es, es creer que la ciencia positiva es, de por sí, el fundamento y condición de ello.
Ese fin superior no se alcanzará nunca, si los Rodríguez Delgado no logran definitivamente descubrir el espacio interior de nuestro cráneo y saber cómo funciona ese kilo y medio de materia grisrosácea que llamamos cerebro.
El cerebro como tal no tiene, en última instancia, nada que ver con la justicia, la libertad, la fraternidad y el bien de una sociedad o un hombre. El conocimiento más completo y minucioso de un órgano no determina lo que un hombre haga con él o de él, ni por qué. La ciencia, de por sí, no determina a los hombres ni a las sociedades como mejores ni como peores. Permítame de nuevo reiterar que el hombre es esencialmente, en razón de la naturaleza de su conocimiento y de la libertad que éste fundamenta, un ser moral y espiritual, y que la ciencia positiva, incluida la del cerebro, es
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en sí misma un fenómeno intrínsecamente espiritual, completamente incomprensible, excepto en términos lógicos y conceptuales, que, como tales, no son 'órganos' ni fenómenos físicomateriales.
Pero qué viene primero, ¿el árbol o la semilla? Para mí, todo empieza y termina con el cerebro.
Todo empieza y termina con el hombre, del cual el cerebro es instrumento y órgano, y sin el cual el cerebro no es, ni significa, nada. No son la misma cosa. Ningún órgano es, como tal, capaz de verse, de comprenderse, ni de admirarse ante sí mismo. La ciencia, lo repito, es un fenómeno intrínsecamente inmaterial. El conocimiento humano no es susceptible, consiguientemente, de ser reducido a un mero proceso de recepción y 'procesamiento' de información. Lo decisivo, en todo esto, es que el discernimiento, que tiene el hombre del ser mismo, no es un 'dato' o 'item' más de 'información', ya que todo 'dato' o 'item' procesado o procesable, habido o por venir, lo presuponen tanto real como lógicamente. El ser es la condición misma de todo pensamiento, conocimiento, conciencia, razonamiento, y evidencia; lo cual determina a la inteligencia como una forma de pasión, y hace imposible su explicación, en términos puramente pragmáticos.
El utilitarismo, el funcionalismo y el instrumentalismo no definen la conciencia: la definen y la miden su participación en la realidad y el ser, participación que la constituyen, justamente, como lo afirmó inolvidablemente Sócrates, en amante, no dueña del saber. A través del conocimiento, el hombre se actualiza efectivamente como un ser moral y libre, y su existencia, como una tensión y participación erótica y extática en, y ante la realidad y el ser, o como un rechazo y rebelión de esa tensión y participación que erige inevitablemente al poder arbitrario, y a la voluntad sin norma, en criterio único de acción y decisión.
Aquí volvemos al punto de vista del doctor Machado, que quiere poner remedio al continuo repetir de tópicos caducos. En cuanto a mí, pienso que deberíamos dejar de decirles a los niños que Moisés realmente caminó sobre las aguas.
Que yo sepa, Moisés no caminó nunca sobre el agua; pero aparte de eso, estimo que en estas cuestiones de milagros, donde la fe es un factor decisivo, lo que sí habría que enseñarles a los niños, irrespectivamente de su fe, es el contexto moral y espiritual de esos hechos milagrosos, para que, por lo menos, no incurran en la ignorancia de estimarlos necedades.
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El problema está en que intentamos trabajar en una Era Nuclear con símbolos que datan de una época en que faraones esquizofrénicos se creían guiados por virtud divina. C.G. Jung ya nos avisaba que muchas veces proyectamos lo que deseamos ver, creyendo en realidad ver lo que no existe.
Es posible. Pero, ¿oyó usted alguna vez decir a Jung que la historia de Moisés cruzando el mar Rojo era una necedad?
No. Pero, aun el 'chip' de Jung fue programado desde su nacimiento con multitud de supersticiones religiosas. ¡Trate usted de deshacerse de esas imágenes, una vez que se hayan incrustado y modificado en sus neuronas!
La creencia de que la religión es necedad, es, como le dije antes, un prejuicio que no resiste análisis.
Aquí tendríamos que traer a Rodríguez Delgado a colación, porque yo, por lo menos, creo que una vez arraigadas en la mente, es imposible liberarse de ideas como las de reyes, dioses y otros símbolos irracionales.
Quizá, pero la experiencia espiritual e intelectual auténtica es un poderoso ordenador e iluminador de la conciencia. Los condicionamientos indudablemente existen, pero también la verdad, la decisión y el juicio. La existencia misma de la ciencia lo demuestra.
En esto estoy en desacuerdo con usted y me adhiero al punto de vista de Delgado, de que nadie en realidad es libre. Es insensato creer que los americanos sean más libres que los comunistas. Hay gente que ha sido condicionada, desde su infancia, a creer en la democracia y el capitalismo, como soluciones últimas a nuestros problemas. Otra, a aceptar a Marx o Lenin como superdioses; y aun otra, a creer que su ayatollah, en realidad, los cuida y guía. Nadie escoge libremente. Son los padres, los maestros y el medio ambiente los que determinan y deciden. ¿Cree usted realmente que 'la foule hideuse', como decía André Gide, reexaminaría los valores que han sido impresos en sus mentes antes de que pudieran caminar?
La indoctrinación de cualquier tipo es, como usted dice, la negación de la ciencia, de la inteligencia y de la libertad; estoy totalmente de acuerdo con usted. Verlo nos libera efectivamente para las tareas realmente intensas y sustantivas de la vida. El esteticismo de Gide que usted cita, en mi opinión, no define nada. Sócrates es aquí la gran e inolvidable figura paradigmática. A un nivel
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infinitamente más modesto que el definido por los pensadores griegos, pienso que la potenciación de las habilidades intelectuales, que el doctor Machado intenta implementar en Venezuela, puede hacer mucho para impedir que la educación degrade en indoctrinación. Los hábitos analíticos pueden ser de gran ayuda para ello.
Si la gente hiciese realmente lo que usted dice que debería hacer, ¿qué les sucedería a los católicos o a los marxistas? ¿Se imagina realmente usted al papa de Roma reexaminando su fe, o al lider soviético evaluando y juzgando desde cero a su marxismo-leninismo?
¡La existencia definida por la fe es una reevaluación perpetua! La razón, por lo demás, como la teología judía, cristiana e islámica lo indican, no es enemiga de la fe. Toda ideología, por otra parte, y el marxismo no es una excepción, sometida a crítica y análisis racional de fondo, se deshace. El catolicismo, por su parte, acoge, inspira e ilumina, como siempre lo ha hecho, cuanto está confrontado por un impulso y fermento intelectual auténtico, la vida y la experiencia racional más exigente y sustantiva.
Parece haber una diferencia grande entre lo que la mente es capaz de hacer y lo que sus portadores hagan en última instancia de ella.
Estoy de acuerdo con usted. Dejar de ver esa diferencia conduce fatalmente a confusiones, ilusiones y a la promoción de expectativas falsas.
Quizá estemos plenamente de acuerdo en que el doctor Machado, por lo menos, ha empezado a enfrentar uno de los problemas más complicados y vigentes que confrontan a la humanidad actual, el del uso de la inteligencia.
Pienso que el doctor Machado, como usted dice, ha confrontado una cuestión de gran importancia política y humana. Lo estimo como uno de los políticos auténticamente representativos con que contamos en Venezuela.
¿Político representativo?
En tanto y en cuanto no reduce su oficio al mantenimiento de un marco predeterminado de intereses y opinión, sino que persigue un ideal, cuya más modesta actualización representaría, de por sí, un logro y un valor. El doctor Machado cree en la perfectibilidad del hombre y en la inteligencia; esto implica conciencia de esa dimensión ideal y sustantiva de la vida, sin la cual no hay grandeza auténtica posible. Definir la propia acción política a ese nivel, denota
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gran coraje de su parte e irrespectivamente del éxito y apoyo que obtenga constituye un logro de por sí.
El interés del doctor Machado por perfeccionar el instrumento de la inteligencia parece ser un paso más hacia el desarrollo pleno de la conciencia humana.
El perfeccionamiento de la inteligencia como útil o instrumento, incrementará el uso del cerebro y sus procesos como medio: se incrementará la posibilidad de que el hombre convierta en instrumento al hombre. Este incremento de poder, esta mayor posibilidad de instrumentalizar al hombre, no resultará nunca, sin embargo, en un incremento de concordia ni de conciencia humana. Todo intento de instrumentalizar al hombre como hombre resultará inevitablemente en su degradación y destrucción, porque el hombre, en cuanto humano, no puede ser nunca un medio o instrumento, ni siquiera de sí mismo. Una vez perdida la conciencia humana, no es recuperable por la mera ciencia positiva y la tecnología, y ello porque la experiencia viva que articula y constituye a esa conciencia es precisamente la de su participación en la realidad e inteligibilidad del ser mismo, que no es alcanzable por la ciencia. Sólo esa experiencia manifiesta el hombre al hombre; sólo en y desde ella adquiere el hombre conciencia de sí mismo, es decir, de no ser una 'cosa' u 'objeto' más, sino partícipe consciente en una realidad que, por ser en sí misma inteligible y consiguientemente condición y fundamento de toda inteligibilidad posible, lo revela, más allá de toda instrumentalización posible, y precisamente por su inteligencia, como también principio y fin en y por sí mismo.
Pensar que somos unos 4,6 billones de seres que habitamos el planeta, que unos cien millones más nacen anualmente, y que la gran mayoría pasa sus setenta años de promedio de vida totalmente ignorantes de lo que son capaces, del potencial durmiente de sus mentes.
La ciencia, permítame reiterarle, no define la conciencia humana, no agota la inteligencia ni la inteligibilidad de la realidad: presupone al hombre y presupone al ser. El conocimiento de los fines rebasa su competencia totalmente. Y ese conocimiento y amor de los fines es, en sí mismo, la sabiduría: para un ser consciente de su existencia, esa es la inteligencia. Inteligencia que, junto con la fortaleza y la bondad, es, en última instancia, una gracia que se identifica con el ser. La ciencia sin la sabiduría está, en lo referente a la articulación y la determinación de la humanidad y la conciencia, consiguientemente ciega, y aunque no deje en ningún
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caso de ser un bien, es un bien muy relativo. Esto que le digo no es ninguna novedad, es algo muy antiguo y, sin embargo, siempre actual. La sabiduría de épocas pasadas no tiene consiguientemente nada que envidiarle a la sabiduría que nuestro siglo presume atribuirse ingenuamente. Juzgar, por consiguiente, a la historia y a las vidas pasadas, presentes y futuras, en términos de un nivel y rango de conocimiento que no alcanza de por sí a definir la existencia y la conciencia humanas, como es el caso de la ciencia positiva, es, por lo menos, una empresa frágil, de valor dudoso. La conciencia se define sólo en y por el ser. Donde no hay conciencia del ser no hay conciencia ni comunicación humana sustantiva, aun entre científicos. La información puede efectivamente abundar, como abunda hoy, en un ámbito espiritual, intelectual y moralmente desolado. Ninguna técnica puede superar esta desolación una vez que se ha alcanzado. La humanidad y la historia no dependen, consiguientemente, de la ciencia. Esto lo sabía perfectamente Sócrates, pero si hemos de atender a los criterios ideológicos actuales, Sócrates no cuenta. Sócrates pertenece a la prehistoria moral e intelectual de la humanidad.
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