Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd
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Nació en Nueva York en 1919. Se doctoró en filosofía en la Universidad de Columbia en 1960. ¿Cree usted que los problemas del crecimiento están penetrando en la conciencia del mundo occidental? ¿Se está comenzando a considerar el futuro desde un punto de vista global?
Me ha aterrorizado usted al terminar con esa frase del punto de vista global. Usted dijo antes que alguien había afirmado que mi pensamiento no es suficientemente imaginativo...
Fue William Irwin Thompson, de la Universidad York, de Toronto.Ga naar voetnoot1
...y ahora me pide usted que piense globalmente. No estoy seguro de poder pensar globalmente a este respecto. Creo que, por formación y temperamento, siempre propendo a no contestar una pregunta en los términos en que se me propone. No la voy a contestar tal como usted me la plantea, sino que trataré de reformularla. No estoy seguro de que la cuestión sea crecimiento o no crecimiento, o crecimiento entendido en abstracto, sino qué clase de crecimiento y en beneficio de quién. Cuando alguno dice que debe haber ‘límites al crecimiento’, no sé lo que quiere decir. Cuando | |
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alguno habla del ritmo del cambio o de la aceleración del ritmo del cambio, no sé realmente lo que pretende significar. Se usan estos términos en la forma que llamamos sintética, como intransitivos, siendo así que deben ser términos relativos. ¿Cambio de qué? ¿Crecimiento para qué? Se dice a veces que no se puede predecir el futuro, y me inclino a creer que así es, pues no existe cosa tal como el futuro. Hay distintos futuros. Hay futuros en tecnología. Existen los futuros de distintos países particulares. Pero no hay nada tan abstracto como crecimiento, futuro, ritmo del cambio o cualquiera otra de esas frases que se deslizan tan fácilmente en el discurso. Como le decía, mi inclinación temperamental me lleva siempre a decir: permítame hacer algunas distinciones, y después trataré de cualquier particular distinción que a usted le interese.
Ha escrito usted que una sociedad que no tenga a sus mejores hombres a la cabeza de sus instituciones es un absurdo sociológico y moral.Ga naar voetnoot2 El mundo avanzado está en general regido por las personalidades mediocres, no por las eminentes. ¿Cómo cree usted que podamos librarnos de tal absurdo? ¿Será necesario reorientar políticamente nuestras instituciones? Los límites del crecimiento habla de economía, de ciencias y de tecnología, pero sin cambios sustanciales en la dirección de la política no iremos a parte alguna. ¿Cómo mejorar la calidad de nuestros dirigentes? ¿Pueden influir los científicos?
Me hace usted preguntas bien difíciles. Si supiera las respuestas, supongo que ya las habría escrito hace mucho tiempo. Lo que quiero decir es, muy sencillamente, esto: no sé ninguna respuesta que tenga sentido realista. Lo que trato de hacer es intentar pensar en cómo podría comenzar a hallar alguna respuesta. Creo que es una perogrullada bastante trivial decir que toda sociedad refleja el orden de distribución de sus miembros. Es muy raro que en cualquier sociedad los mejores lleguen fácilmente a la cima. Como usted sabe, existe algo a lo que llamamos curva de distribución en campana (curva de Gauss), configurada por una larga rama ascendente que llega a una cima para después declinar. En el segmento más alto de la curva se encuentran por lo regular las perso- | |
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nas más visibles, que suelen ser, técnicamente, personas ordinarias o medias. Es muy rara la sociedad que respeta la excelencia o la grandeza de esta manera. En cierto modo, sucede así porque vivimos en un mundo burgués, y la auténtica naturaleza de lo burgués es lo antiheroico. Las personas que de algún modo figuran y se hacen héroes son miradas con desdén. El único sector donde esto ha sido posible tradicionalmente es el de los militares, en el que tenemos los héroes militares. Ellos admiran cierto grado de admiración. Es muy notable en este país que las únicas ocasiones en que hemos tenido dirigentes fuera de lo ordinario, salvo en las situaciones críticas, ha sido en lo esencial cuando hemos tenido héroes militares. Hemos tenido algunos generales que han sido presidentes de la nación. Washington, Jackson, Grant, Harrison o Eisenhower fueron, por supuesto, generales. En una sociedad burguesa en desarrollo se dan condiciones que permiten a esta clase de personas llegar a la cima. Ha sido excepcional que personas humildes, como Lincoln, o astutas o aristocráticas, como Franklin D. Roosevelt hayan sido capaces, en momentos decisivos, de ejercer el liderazgo. El problema es siempre qué clase de recompensas se han creado para una sociedad. La dificultad reside en que, durante los últimos 250 años, hemos creado una sociedad única en la historia humana, que ha sido responsable de lo malo en extremo y de lo bueno en extremo. Hemos creado una sociedad en la que las recompensas son esencialmente de índole material. Lo bueno en extremo de esto es que tiende a elevar el nivel de un numeroso grupo de personas que vivían vidas miserabilísimas. Nunca me he inclinado a romantizar el pasado. Creo que quienes dicen que hemos dejado la naturaleza, que la hemos chasqueado, son tontos. Para la mayoría de las personas el pasado ha sido terrible en extremo. Basta leer cosas como las estadísticas de mortalidad. Sean O'Casey -recuerdo su autobiografía- dice que, con sólo retroceder setenta u ochenta años, veríamos cómo en los tugurios de Dublin, la mitad de los niños nacidos moría antes de cumplir los cinco años. Esto fue típico, y lo es aún en muchas partes del tercer mundo. Claramente, la verdadera naturaleza del progreso material han sido los extraordinarios beneficios de los últimos doscientos años. Eso significa también que descubrimos el secreto para aumentar la riqueza sin necesidad de guerra. Antes del siglo xviii y del siglo xix, la mayor parte de las sociedades acrecían su riqueza saqueándose unas a otras, recaudando gabe- | |
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las, mediante la guerra, la extorsión, etcétera. A comienzos de la segunda mitad del siglo xviii comenzamos a descubrir un nuevo secreto, llamado productividad, que es una técnica para obtener más de menos. Por supuesto, ésta ha sido la base del crecimiento de las modernas economías, y forma también parte de la sociedad burguesa. Esta sociedad no está orientada hacia el heroismo ni hacia la alta cultura. No está orientada hacia la excelencia, sino, esencialmente, hacia la recompensa material, que es la motivación que impulsa a quienes la dirigen.
Después de 1815, la sociedad burguesa creció a expensas del tercer mundo. Sin las riquezas del tercer mundo, nosotros, en la Europa occidental, nunca hubiéramos crecido en la forma en que lo hemos hecho.
No, eso realmente no es cierto. No soy historiador de la economía, y tal vez no sea éste mi propio terreno, pero sostengo que el tercer mundo nunca había contribuido en grado considerable a la economía de las sociedades industriales avanzadas hasta finales del siglo xix, y aun entonces, al comienzo, no en forma sustancial. Ciertamente, hubo muy poco comercio importante con las sociedades asiáticas. Se tomó cierta cantidad de oro de la América Latina. Entre 1750 y 1890, la mayor parte de nuestro crecimiento económico nada tuvo que ver con el tercer mundo. No veo claro que todo el comercio con el tercer mundo -designación en sí misma muy laxa- sea en esencia negativo o simplemente de explotación. Depende del lugar particular, la época y el país. Tercer mundo es una denominación muy laxa y, desgraciadamente, muy inadecuada. Creo que toda generalización que trate de abarcar por entero Asia, África y América Latina es totalmente desorientadora y, probablemente, más perjudicial que benéfica para esos continentes. Después de todo, la América Latina logró su independencia política a comienzos del siglo xix, e ingresó en la economía mundial a mediados de dicho siglo. Mi punto mayor es sostener que el crecimiento económico, desde su comienzo en el mundo occidental, particularmente Europa occidental y los Estados Unidos, ha sido muy independiente de otras regiones del mundo y, por consiguiente, no ha dependido de las naciones en desarrollo. El factor principal, a mi parecer el más influyente, ha sido, por supuesto, la revolución tecnológica, como el uso del vapor, la electricidad después, y todas las transformaciones que siguieron. | |
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Pero permítame volver a lo que nos interesa, que es el aspecto cultural, ya que lo que usted ha hecho es proponer una cuestión muy exclusiva y en forma en que rara vez es planteada. Usted me propuso una cuestión como los límites del crecimiento y después otra pregunta acerca de la calidad de la dirección política. Son poquísimas las personas que unen alguna vez lo que es un asunto aparentemente económico, tecnológico y de recursos, con un problema esencialmente sociológico, psicológico y cultural. Lo que intento hacer es unir de algún modo los dos problemas. Lo que los une es el ser ambos parte de una civilización económica cuyos valores son primordialmente económicos y cuyo molde ha sido creado por la sociedad burguesa. El lado positivo de ello es fundamentalmente el hecho de haber tenido nosotros un extraordinario ascenso en nuestro estándar de vida, al mismo tiempo que el tercer mundo, en cierto sentido, nos envidiaba y, ahora, trata de imitarnos. Pero al mismo tiempo en Occidente hemos presenciado el ascenso de una clase cuyas motivaciones son primariamente la recompensa material, y no las académicas, intelectuales o estéticas. Hablando en términos de historia, supongo que esto es -odio usar la palabra- el precio que uno paga. No creo que nunca alguno se sentara y dijera: voy a ingresar y pagar ese precio. Pero, de hecho, eso es lo que en la jerga de la sociología se llama el componente funcional de la esfera económica. En tal medida, me creo aún suficientemente marxista para decir que la economía y la cultura van unidas. Ambas se unen o entrelazan en una común cualidad que es en lo esencial la creación de una nueva clase de civilización económica. Las civilizaciones económicas tienen sus aspectos negativo y positivo. El aspecto positivo ha sido la extraordinaria explosión de la economía y la tecnología. El aspecto negativo ha sido que ellas tienen una clase de personas y dirigentes que normalmente reflejaron los más altos logros humanos.
¿Estamos avanzando hacia una mayor diversidad? ¿Estamos avanzando hacia el método skinnerianoGa naar voetnoot3 de programar el ambiente a fin de obtener personas mejores? ¿Vamos empujados hacia lo que John F. Kennedy llamó ‘totalitarismo voluntario’? ¿Nos estamos apartando de lo que usted llamaría ‘excelencia individual’? | |
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Permítame que no haga comentarios sobre Skinner, pues creo que eso complicaría los problemas. Skinner trata preferentemente lo que podríamos llamar el micronivel de la sociedad. Creo que la tendencia prevaleciente, que ha venido acelerándose durante los últimos 150 años, es la que nos desplaza hacia una diversidad cada vez mayor. Lo que tiene de notable toda sociedad moderna, examinada, digamos, en términos toynbeeanos, es lo que hace tan difícil la administración de toda sociedad en gran escala: administrar el gran número de intereses que se generan en una sociedad tan enorme y compleja. Tiene usted intelligentsia cultural, intelligentsia científica, administradores de granjas colectivas, personal militar, obreros, obreros agrícolas; es decir, lo que usted tiene es una multiplicación de intereses. Al mismo tiempo tiene usted una multiplicación de estilos culturales a los que no cabe resistir completamente. No sólo tenemos un mundo evidentemente global, tanto económica como tecnológicamente, sino también una globalidad intelectual y cultural, a todo lo cual difícilmente cabría llamar homogeneidad. Lo que ahora tenemos se asemeja en muchas formas al clásico ejemplo de Roma en la época de Constantino, es decir, a lo que solemos llamar sincretismo. Tiene usted una mixtura de dioses extranjeros rivales entre sí. El individuo puede elegir. Una cosa que trastorna a la gente constantemente es el hecho de que sus hijos elijan en forma muy diferente. Creo que, en este sentido, nos hallamos ante una situación extraordinaria, una extraordinaria explosión de diversidad en el mundo, y ante la apertura a diferentes estilos de vida, a diferentes maneras para elegir la forma en que uno desea vivir. Al mismo tiempo, obra una diferente clase de presión que crea la tensión en el mundo, a saber: la creciente necesidad de regulación. Si hablamos de límites del crecimiento, con ello significamos que ya empezamos a desear la limitación de la población. Lo que significa prohibir a la gente que tenga más de tres hijos. Esto puede lograrse eficazmente bien sea cargando impuestos sobre ellos o bien, sencillamente, haciendo difícil tener más hijos. Podemos gravar ciertos lujos, como el aire acondicionado, para reducir el consumo de energía eléctrica. Inevitablemente vamos a tener un mundo en el que habrá, como dicen los economistas, más y más exterioridades. Se generarán más y más desechos, lo cual afectará a todo el mundo, con el resultado de hacer necesaria una mayor regulación. Hace cien años, tal vez uno pudiera viajar a caballo, ensuciar el camino y | |
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no preocuparse por nadie. Hay tenemos las luces reguladoras que cortan la corriente del tránsito. Surge ante nosotros un problema histórico extraordinario. Los individuos quieren ser más y más diferentes y alientan la multiplicidad y la diversidad. Pero por el hecho mismo de la multiplicidad y la diversidad, crece la necesidad de aumentar las regulaciones, los controles, las ordenanzas, como condición para hacer posible la diversidad. La gente no siempre quiere darse cuenta que ello ha venido a ser una condición necesaria para sobrevivir en tales circunstancias. Recuerdo siempre un agudo comentario de Bertrand de Jouvenel, de hace muchos años, que decía: ‘La gente duplica sus ingresos, pero no se siente dos veces mejor que antes.’ Creo que ésta es una de las más importantes consideraciones que debemos tener presentes. La gente dobla su ingreso y demanda más cosas. Lo que ocurre, por supuesto, es que, en Francia, durante el mes de agosto, todo el mundo se traslada a la Riviera. Todo el mundo acude al lago Annecy, que otrora fue un lugar limpio y agradable. Se produce así un núcleo de congestión, simplemente por la multiplicación del número. Pero si usted dice a un francés: ‘No debes tomar tus vacaciones en agosto’, éste responderá: ‘Usted coarta mi individualidad.’ Quizá sea así, pero si no se interfiere con el individualismo, la gente se aglomerará en una multitud, codo con codo, en la orilla del agua azul.
Decía Kant que de la retorcida madera de que están hechos los seres humanos nada exactamente recto podía construirse. ¿Qué piensa usted de los años venideros?
Como me gusta terminar con paradojas, le contaré a usted un cuento: ‘Érase una vez un hombre al que se le preguntó: ¿es usted optimista o pesimista? Y replicó: ‘optimista’. ‘Y si usted es optimista, ¿por qué se queja? y el hombre contestó: Porque no creo que mi optimismo esté justificado.’ |