Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd
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Ha sido también director de la Oficina de Investigación de la Población. De 1946 a 1948, el profesor Notestein organizó y fue director de la División de Población de las Naciones Unidas, en Nueva York. En 1959 fue nombrado presidente del Consejo de la Población, también en Nueva York. Los límites del crecimiento expresa gran alarma ante el aumento de la población del mundo. Predice una población de unos siete mil millones para el año 2000. Herman Kahn me ha dicho que el planeta podría fácilmente mantener a 20 mil millones de habitantes, con un ingreso per capita de veinte mil dólares anuales. Edward Teller dijo en Berkeley que, de acuerdo con su información, el planeta podría mantener a 100 000 millones de habitantes. Al hombre común le resulta muy difícil formarse una opinión acerca de la situación real.
Me parece probable que el mundo llegue a tener siete mil millones de habitantes. A fines de este siglo habrá llegado a 6 500 millones. No viene al caso preguntar qué número de habitantes podrá tener el mundo. No es una cuestión significativa. De no intervenir fricciones políticas, sociales y económicas, de modo que el hombre pueda comportarse como mejor sepa, el mundo podría albergar una población prácticamente ilimitada. Pero sin fricción, el movimiento se hace perpetuo. Cuál pudiera ser la capacidad de alojamiento del mundo en un distante futuro es una pregunta sin sentido. El problema consiste en lo siguiente: aquí estamos, ¿adónde vamos? ¿Qué limitaciones hallaremos? ¿Qué progresos en civilización, racionalidad, compasión y reducción del dolor seremos capaces de lograr y cómo? ¿Cuál, entre todos los cursos concebibles, es el que tomaremos? Quienes ven el problema únicamente en términos de 50 000 o 200 000 millones incurren en patente insensatez, aun si usted nombra famosos personajes. Creo que estas personas no prestan mucha atención al problema del proceso social.
¿Cree usted que el estudio del Club de Roma toma suficientemente en cuenta la interacción social.
No, yo no he tomado seriamente ese estudio, salvo como un ejercicio académico ligero. Sus variables son demasiado | |
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limitadas. Y aun para las variables consideradas, los datos son insuficientes. Cualquier estadígrafo sabe que la ilimitada proyección sin cambio de las tendencias pasadas conduce a una situación imposible. Creo que el estudio en cuestión es un interesante comienzo, pero sería tonto suponer que tiene realidad práctica. En nuestro actual estado de ignorancia, es inadmisible atacar el problema mediante el sencillo expediente de introducir cifras dudosas en una máquina. La máquina rinde simplemente lo que en ella se ha introducido. Creo que eso es exactamente lo que ha hecho el Club de Roma.
¿Peligroso, diría usted?
Peligroso sería el tomarlo seriamente como una auténtica predicción en un mundo real. Pero interesante e importante como un primer paso en el estudio de un problema evidentemente grave. No me entienda mal. Creo que el mundo tiene graves problemas de crecimiento de la población, que envuelven el bienestar de nuestros hijos por tiempo considerable. Pero estos problemas no pueden enfocarse trasladándolos a cierto último límite en una tierra de nunca jamás ni introduciendo en una máquina cierto número de variables, para obtener de ella el mismo error que se le introdujo desde el comienzo. Éste no es el procedimiento para atacar los problemas.
¿Espera usted resultados positivos de la conferencia sobre la población planeada para 1974?
Sí, la situación es ahora mucho más favorable. Hace muchos años organicé la División de Población de las Naciones Unidas, de la cual fui el primer director. Entonces obraban fortísimas coacciones sobre lo que uno podría hacer. Podía publicarse información científica y resumir discretamente la literatura. Pero desde el momento en que uno intentaba hablar sobre política demográfica, sobre acción, surgían los problemas. Con los neomalthusianos de un lado y los soviéticos, católicos y musulmanes del otro, en muy poco se podía convenir, como no fuera en vaguedades acerca de que la gente debía ser sana, sana y prudente, y además numerosa. Desde entonces se han ido reduciendo considerablemente las divergencias entre los demógrafos representantes de las diversas corrientes ideológicas y religiosas del mundo. Ahora podemos discutir constructivamente los auténticos proble- | |
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mas, y espero que así se haga en la conferencia de la onu planeada para 1974. Y a propósito, no es la primera, sino la tercera conferencia sobre la población patrocinada por las Naciones Unidas.
McNamara pronunció una interesante alocuciónGa naar voetnoot1 en septiembre de 1972. Pero el profesor Revel, de Harvard, cree que McNamara bromeaba al afirmar que los fondos asignados a Indonesia por el Banco Mundial para el control de la natalidad lograrían reducir, entre entonces y el año 2000, en cincuenta millones la población de dicho país.
El señor McNamara no quería decir que la población hubiere de ser en dicho año cincuenta millones menor que ahora. Lo que dijo fue que se reduciría en cincuenta millones el número de habitantes que, de no haberse tomado las medidas en cuestión, tendría el país hacia fines del siglo.
Claro, ¿pero es posible eso?
No lo sé, pero lo creo bastante posible. Requeriría reducir el crecimiento en menos del 50%. Recuerde, si hace veinte años hubiese usted dicho a los estudiosos de la demografía que la población china de Taiwán iba a reducir su tasa de natalidad en casi 50%, le habrían contestado que tal cosa no era posible. Se habría hablado mucho acerca de cómo el culto de los antepasados y los hábitos de una sociedad basada en la familia sostienen una elevada tasa de crecimiento. Algo muy parecido se hubiera dicho de Corea. No obstante, se hubieran equivocado. En el futuro, los progresos de la educación y de los programas de planeación familiar conseguirán reducir aún más la tasa de natalidad. ¿Quién sabe? El año 2000 está aún a una generación de distancia. Excúseme usted, pero el de Indonesia es un caso particularmente difícil. Sus dificultades demográficas provienen en parte del hecho de que el sistema colonial holandés fue casi un caso de laboratorio de desarrollo económico en ausencia de cambio social. Los holandeses realizaron una magnífica labor al construir terrazas escalonadas en las colinas y estandarizar productos agrícolas tropicales especiales para el mercado mundial y, asimismo, protegieron la salud del pueblo: pero modificaron escasa o nulamente la estructura social. Los holandeses aprovecharon la modernización, no así los indonesios. | |
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No se fomentó la educación en amplia escala. El resultado fue el descenso de la mortalidad, el crecimiento demográfico, pero con mínima influencia sobre las estructuras, sociales que sostienen las altas tasas de natalidad.
El profesor McTurnan Kahin estima que, en 1940, en las Indias Orientales Holandesas, con sus 70 millones de habitantes, sólo 637 muchachos recibían enseñanza preuniversitaria.Ga naar voetnoot2
Sí. ¿Y cuántas muchachas? Yo visité el país en 1948. La labor de ingeniería realizada por los holandeses era admirable. Habían elevado la capacidad productiva de la tierra, reducido la mortalidad y dejado intactas las estructuras sociales que sostienen las altas tasas de natalidad. Es decir, si lo quiere usted así, se había obtenido el máximo de progreso impuesto. Se había fomentado la asimilación de muchas técnicas modernas sin haber resuelto las contradicciones sociales, paso necesario para llegar a la autoadministración. En consecuencia, hoy la mortalidad es baja, grande la densidad de la población y alta la natalidad.
He visto en los informes de su Consejo de Población que los Estados Unidos, si cada matrimonio tiene en promedio dos hijos, habrá llegado, dentro de cien años a los 350 millones de habitantes. De ser tres el número promedio de hijos por matrimonio, a los cien años se habría llegado a los mil millones de habitantes. Como demógrafo, ¿diría usted que sea de suma importancia el que cada matrimonio tenga en promedio dos o tres hijos? A propósito, The New York Times decía hace poco que los Estados Unidos ya tenían un crecimiento de la población, inferior a cero.
Por supuesto, es importante que cada matrimonio tenga en promedio dos o tres hijos. La diferencia es de una mitad, ¡y una mitad es una fracción muy considerable! ¡Se traduce en cientos de millones! Al decir que la tasa de fertilidad ha descendido por debajo del nivel que da un crecimiento demográfico nulo, se hace una declaración convencional y no muy real. Si imaginamos que las tasas de natalidad y mortalidad correspondientes a cada grupo de edades este año fueran las de una generación que pasará del nacimiento a la ex- | |
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tinción por la muerte, entonces dicha cohorte no se habria remplazado a sí misma de acuerdo con las pautas de edad de nacimiento y muerte observadas en 1972. Es algo parecido al velocímetro de un automóvil. Si marca 100 kilómetros por hora, no significa que usted haya corrido a 100 kilómetros por hora la hora anterior, ni predice que usted haya de correr a tal velocidad al final de la siguiente hora. Le informa a usted de algo interesante, pero muy condicional, es decir, cuánto camino habrá usted recorrido si continúa usted marchando con la misma velocidad durante una hora. Si la natalidad y la mortalidad continuasen con las tasas de 1972 y no hubiese un saldo migratorio favorable, nuestra población comenzaría a declinar gradualmente en unos setenta años, una vez se hubiesen ajustado a esas pautas de mortalidad y natalidad la proporción del número de habitantes en edad fecunda y los de edades más avanzadas. En pocas palabras, nos hallamos en una situación en la cual la población crece realmente en 0.7% al año, en un estado de equilibrio entre la natalidad y la mortalidad que, de proseguir tres cuartos de siglo, nos conduciría a una declinación gradual. Dejo a usted decidir si nos hallamos o no en una situación de crecimiento inferior a cero. Sin embargo, ha ocurrido algo muy importante. La natalidad ha descendido muy rápidamente, a pesar del gran aumento que ha experimentado el número relativo de personas en edad fecunda. Interesa señalar que semejante cosa ha ocurrido al mismo tiempo que el apoyo gubernamental a extensos programas de planeación familiar ha llegado por primera vez a todos los sectores de la población. Por primera vez, la planeación familiar se ha hecho auténticamente posible para los pobres, lo mismo que para los acomodados.
¿Qué cabe esperar si la brecha entre ricos y pobres no se ensancha y continuamos gozando de nuestra ilimitada libertad?
Desde luego, para resolver los problemas esenciales del mundo necesitamos por lo menos otra media hora. Naturalmente, han de reducirse las diferencias de los niveles de ingresos en el mundo; pero no, a mi juicio, quitándole al rico, sino elevando la productividad del pobre. Y esto depende en parte de que el pobre pueda limitar el número de hijos, si lo desea, con lo cual aumentarían las oportunidades para un desarrollo y una educación más sanos. Esas habladurías sobre poner fin al crecimiento económico me parecen grandes | |
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insensateces. Este mundo no ha comenzado aún a explotar su potencial productivo, ni siquiera en las regiones más desarrolladas. Y los países ricos no han comenzado a ayudar a las regiones y pueblos subdesarrollados a emparejarse con ellos. No nos preocupemos acerca de las limitaciones a la libertad de opción hasta haber dado una oportunidad a esa libertad, cosa que ni mi país ni ningún otro ha hecho hasta ahora. Estos días se oye hablar mucho acerca de los recursos, pero no olvidemos nunca que el único recurso esencial, aparte del espacio y, tal vez, de las reservas de los genes vegetales y animales, es el pueblo, su salud, su educación, sus habilidades y su organización. A mi parecer, hasta que nosotros, los ricos del mundo, estemos dispuestos a hacer grandes inversiones para fomentar el aprovechamiento de los recursos en toda la Tierra, no se resolverá el problema de la pobreza. Los grandes dilapidadores de recursos no son los gobiernos ricos, las empresas ricas o las personas ricas, pese a que desgraciadamente lo son algunas de sus actividades. El gran derrochador de recursos en el mundo es la pobreza. |