Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd58. Edgar MorinEl sociólogo francés Edgar Morin nació en París en 1921. Estudió geografía, derecho, economía y sociología. De 1950 a 1962 fue director del cnrs. Es director de programas del Centro Royaumont pour une Sciencie de l'Homme. Durante su estancia en el Instituto Salk de Estudios Biológicos, de San Diego, California, examinó las posibles relaciones entre las teorías biológica y sociológica. De 1957 a 1963 fue jefe de redacción de la revista Arguments. Usted parece creer que el hombre se halla ya en camino hacia su derrumbe final. ¿No cree usted que la creciente percepción de los peligros a que nos enfrentamos, que comenzó después de la conferencia de Estocolmo y de la publicación de Los límites del crecimiento, pudiera hacer retroceder la marea?
Sí, y creo que su irrupción en nuestra conciencia ecológica ya había ocurrido antes, entre 1968 y 1970. Nació del encuentro de un espontáneo y romántico movimiento de retorno hacia la naturaleza con un serio intento de crear una ciencia que no considere el medio en términos estrictamente mecánicos, sino como ecosistema y organización. Esta irrupción es un acontecimiento de fundamental importancia, y la | |
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razón para que yo use la expresión ‘año primero de la era ecológica’. Esta conciencia ecológica está en íntima relación con el hecho de que la contaminación no es el meollo del asunto. La contaminación es una manifestación local de ciertas perturbaciones tan claramente perceptibles al hombre que inevitablemente conducen a un despertar local de la conciencia y a cierto número de reacciones más o menos demoradas. En breve, creo que muchos de los problemas de la contaminación son en sí solubles por medios puramente tecnológicos. Por ejemplo, el problema de los gases de escape de los automóviles podría resolverse en unos cuantos años mediante la construcción de un motor ‘limpio’ o la promulgación de adecuadas ordenanzas para el tránsito. Lo mismo cabe decir respecto de muchos de los problemas relacionados con la llamada contaminación urbana. Creo que esto es sin duda una verdadera concientización, ya que la gente se ha hecho consciente de que el auténtico problema no es la contaminación: la contaminación no es sino la expresión de un problema mucho más fundamental: el hecho de que nuestro desarrollo económico transcurre absolutamente sin control ni regulación. Y lo que es más: la tasa exponencial del crecimiento se ha tomado como patrón de regulación. En otras palabras, se ha supuesto que la naturaleza toma a su cargo todos nuestros problemas financieros, presupuestarios, económicos y morales. Es ésta una situación en extremo paradójica: hemos tratado de regular nuestros problemas mediante un dispositivo que ha acabado por llevarlos a una absoluta desregulación. Esto es muy importante, y creo que ese crecimiento incontrolado constituye el verdadero problema, más que el agotamiento de las materias primas y de los recursos energéticos, pues tenemos aún abundancia de fuentes de energía, como la solar y la de los océanos. La biosfera es un ecosistema planetario complejísimo en el cual se produce un ciclo fundamental, desde el plancton marino a los primates, de la fotosíntesis de las plantas hasta el hombre. Y reviste extrema importancia el averiguar si no habremos ya envenenado la esencia misma de este sistema y, en consecuencia, puesto en marcha un proceso de deterioro general de la vida, o sea, de nuestra vida. En realidad, el verdadero problema cubre un campo al que siempre se consideró propiedad exclusiva de la industria de la guerra. Es evidente que la industria de guerra conduce a la muerte. Está claro que la producción de cañones y tan- | |
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ques amenaza la vida humana. Pero jamás habíamos sospechado que la industria de paz, la industria de la vida, causara el mismo efecto. Pero sí lo causa y por dos diferentes modos: primero, mediante la ausencia de toda civilización; y además, por medio de la ausencia de todo control del ecosistema natural. Es imposible fijar el momento exacto en que ocurrirá el deterioro de la humanidad; quizá suceda repentinamente; tal vez requiera varios años. Comoquiera que sea, sin embargo, el problema reviste importancia fundamental, no sólo para la esencia de la civilización humana, sino para la esencia del hombre mismo. A partir de Descartes el concepto del hombre siempre ha sido separado del concepto de naturaleza, como si fueran dos entidades absolutamente diferentes. Aparte de nuestra incapacidad para predecir cuándo habrá de ocurrir el deterioro general de la vida humana, el elemento más dramático es quizá que los problemas resulten demasiado grandes para nosotros. Creo que hemos de distinguir dos diferentes clases de conciencia ecológica, respectivamente relacionadas con lo que yo llamo ‘grande’ y ‘pequeña’ ecología. El objeto propio de la pequeña ecología es el problema de la contaminación. Nos muestra un ejemplo concreto de contaminación en escala local y, al mismo tiempo, indica que el problema es susceptible de solución por medios tecnológicos. La gran ecología se ocupa con un problema mucho más fundamental, sólo aprehensible si nos las arreglamos para pensar teoréticamente...
Desde un punto de vista global...
Exactamente. Necesitamos un punto de vista global. Hemos de oponernos a la forma tecnocrática de pensar, que divide todos los problemas. Esta forma permite un alto grado de exactitud, pero al mismo tiempo omite un esencialísimo elemento, el vínculo entre los diferentes ingredientes que componen el todo. Necesitamos un punto de vista global. Necesitamos un marco teorético. Necesitamos una base para nuestras reflexiones. Y tan pronto como encontramos todo esto, nos hacemos conscientes de la verdadera índole del problema. Esto podría ser el punto de partida para un nuevo curso de desarrollo, que nos es indispensable. Oportuna al caso es una bellísima frase de Michel Serres: ‘El problema no es ya cómo controlar a la naturaleza, sino cómo controlar al control.’ Es un problema fundamental de | |
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índole política. Toda la especie humana está hoy en un embrollo, y cómo salir de él tiene decisiva importancia.
¿Cree usted que Los límites del crecimiento, la tentativa del equipo del mit para inventariar el planeta, sea un paso adelante para zafarnos de tal embrollo?
El estudio del mit presenta dos caras, y todo depende de cual sea la que usted mire. La primera cara, que me ha atraído mucho, es que, por primera vez en la historia de la humanidad, se ha efectuado una tentativa de instruir a una computadora con datos relativos al conjunto de la humanidad. Sin duda, el estudio del mit es en sí claramente insuficiente; pero ha sido un primer paso que podría llevarnos a una nueva forma de pensar, la del punto de vista global, y ello es absolutamente esencial. El segundo punto positivo es el estar nosotros tan cabalmente tecnocratizados como para conferir extraordinaria importancia al hecho de que el interés por la ecología lo haya avivado uno de los santuarios de la ciencia moderna, el mit. Es un suceso muy positivo el que el prestigio de los científicos modernos se haya puesto al servicio de una causa que es fundamentalmente correcta, aun cuando no lo sean todos los datos empíricos en que se basa el estudio. Pero también existen puntos negativos. El primero está directamente relacionado con el punto positivo que mencioné antes: el hecho de que el estudio en sí es claramente insuficiente y carece en absoluto de valor, excepto como señal de alarma y como contribución al avivamiento de la conciencia ecológica. Además de esto, nos encontramos con la noción de límites del crecimiento, y como consecuencia directa de ella, la noción de ‘no crecimiento’. Éste es un pésimo mito. La gente del mit intentó combatir el mito del crecimiento, pero al hacerlo creó un antimito, tan irracional como el original. A esto opongo dos objeciones. En primer lugar, un asunto de principio: se afirma de día en día la conciencia de haber identificado la noción de desarrollo económico con la noción de un crecimiento puramente cuantitativo. Además, hemos identificado la noción de desarrollo social, humano, con la noción de desarrollo económico. Esto significa que hemos procedido a través de una doble reducción. Hemos comenzado por reducir un riquísimo y muy misterioso término, ‘desarrollo humano’, que es precisamente lo que queríamos saber, a un criterio económico. Por otro lado, hemos reducido el desarrollo económico a la estadística del | |
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crecimiento, en términos de insumo y producción. En realidad, el verdadero problema de hoy es la obligación en que nos hallamos de tratar de salir del universo unidimensional de la palabra ‘crecimiento’, reformular el problema del desarrollo económico en sus propios términos, y referirlo al problema del desarrollo humano en su totalidad. Al formular el problema de esta manera podremos llegar a una solución, mientras que frases como ‘no crecimiento’ nos mantendrán enredados en las formas cuantitativas y economicistas del pensamiento. El segundo error radica en que la expresión ‘no crecimiento’ sugiere una situación estacionaria, de hecho fuera de cuestión. El problema auténtico es que hemos de poner y conservar las cosas en movimiento. Vivimos en una época de cambio perpetuo, cambio que hemos de controlar y dirigir. En realidad, el estado de equilibrio es mera ilusión. Éstos son los dos errores fundamentales del estudio: en primer lugar, el despertar una conciencia ecológica que, en resumidas cuentas, sirve para atacar con gran violencia y razonable probabilidad de éxito las ideas del grupo del mit y las de Mansholt;Ga naar voetnoot1 lo que es más, traer a colación la idea de crecimiento nulo con bastante ligereza y en una perspectiva estrictamente occidental. El estudio da la impresión de que habría surgido en las sociedades industriales avanzadas la idea de lentificar un tanto la marcha de las cosas. Y aunque esto no aparezca ante los países en desarrollo como expresión directa del neocolonialismo, debe al menos haber parecido una manifestación inconsciente del deseo secreto de mantener la actual estructura jerárquica del poder y el privilegio. De hecho, tales ideas son absolutamente inaceptables para el tercer mundo. Pero hay otro aspecto del despertar ecológico que envuelve muy graves problemas. Hasta hace poco, los economistas habían mantenido un criterio ‘cerrado’ sobre la cuenta de pérdidas y ganancias del desarrollo industrial. En el transcurso de la hipertrófica expansión de los transportes, las comunicaciones y ciertas clases de industrias, nunca tomaron en cuenta toda esa serie de perturbaciones neurasténicas y psicosomáticas que afectan a los obreros fabriles y los habitantes de las ciudades. Se atenían a sus idílicos cálculos, según los cuales la producción industrial sólo producía efectos benéficos, y consideraban en un plano totalmente diferente la salud pública, la higiene, etc. El presupuesto iba | |
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siendo gradualmente gravado por la acumulación de nuevas enfermedades, pero por lo regular se desdeñaba su relación con el desarrollo industrial. Hoy se va abriendo paso una nueva conciencia y, especialmente en el campo de la contaminación, están en preparación medidas legales para forzar a las industrias a suprimir o neutralizar los efectos de la contaminación que causan. Es ésta una tarea difícil, pero en modo alguno imposible, para las sociedades industriales, en las cuales las empresas poderosas pueden llevar a la práctica procesos de recirculación. El asunto es asimismo de suprema importancia para los países en desarrollo; pero tampoco en este caso será fácil convencerlos de enfrentarse al problema. Estos problemas han de atacarse en el plano internacional y mundial; pero ello, desgraciadamente, es casi imposible por ahora, porque todavía estamos prendidos en la malla de la Realpolitik de las superpotencias, como pudo observarse en Estocolmo. Estamos atravesando una gravísima crisis, pues estamos envueltos en un sistema -sistema de pensamiento, social, de relaciones internacionales- en el cual son tales las contradicciones y paradojas que uno, involuntariamente, comienza a pensar en un metasistema que resuelva las más fundamentales contradicciones y paradojas. En suma, necesitamos una sociedad internacional y global radicalmente nueva...
¿Cómo llegar a ella?
...Pero una vez comprendido esto, nos daremos cuenta inmediatamente de que esta solución, la única realista y concreta, es, al mismo tiempo, la menos realista y concreta, por cuanto es imposible llevarla a la práctica. No podemos confiar en nuestros dirigentes políticos ni en nuestros partidos políticos. Y nada nos quedaría, sino desesperación, a no ser por ciertos ejemplos del pasado, los cuales, para decir lo menos, resultan alentadores. Podemos preguntarnos cómo el hombre inventó el lenguaje. Queda allende toda comprensión cómo el hombre pudo crear un sistema tan complejo como la articulación fonética. ¿Y cómo la vida inventó el código genético? ¿Cómo surgió la primera nación? Es casi absolutamente imposible hallar respuestas adecuadas a tales cuestiones. ¿Cómo vamos a construir una nueva sociedad? Ésta también es una pregunta bien difícil. | |
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¿Piensa usted en Skinner?Ga naar voetnoot2
No, no, absolutamente no. Creo que tal transformación habrá de organizarse en exacta oposición de la teoría de estímulo-reacción. Generalmente, las transformaciones de parecida índole se generan en virtud de un proceso de maduración inconsciente y profundísimo, de un encuentro entre las potencias creadoras conscientes e inconscientes. Se engendra así lo que llamamos un movimiento. Creo que ya ahora mismo necesitamos uno de estos movimientos, un movimiento de índole radicalmente nueva, no moldeado en el clásico partido político. Necesitamos un movimiento internacional que tome forma concreta y pueda iniciar un proceso...
¿Un movimiento psicológico?
Psicológico y sociológico y, diría yo, también práxico. Pero esto no es en modo alguno una empresa sencilla...
Por las diferentes culturas, la japonesa, la norteamericana, las africanas...
Sí; pero resulta notabilísimo el que la nueva conciencia tome la misma figura casi en todas partes. En cierto modo, la cuestión ecológica constituye un problema unificador. Podemos hallar en la historia ejemplos de movimientos internacionales. Ha habido cuatro internacionales obreras. Todas cuatro pasaron por vicisitudes bastante deprimentes, y no obstante existieron, lo que prueba que no es imposible crear un movimiento internacional. Pero no debemos tomar por modelo los partidos políticos existentes y, al mismo tiempo, debemos impedir que este movimiento se convierta en una mera agrupación de académicos e intelectuales.
En tal caso quedarían excluidas las masas.
Para generar un avivamiento de la conciencia, una convicción profundamente sentida puede ser tan eficaz como un juicio intelectual. En realidad, las masas ya están ecologizadas. ¿Qué otra razón explicaría ese impulso general que lleva a nuestras sociedades a huir de las ciudades? ¿Por qué ese sueño general de poseer una casa en el campo? ¿Por qué nos comportamos como aprendices de hortelano en | |
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cuanto salimos de la ciudad? ¿Por qué cambiamos durante los fines de semana? ¿Por qué pescamos? ¿Por qué cazamos? Evidentemente existe una urgentísima necesidad de ejercitar actividades físicas.
Comprar una segunda casa en el campo es sólo una manía, ¿pero cómo vamos a modificar los deseos?
Lo que importa no es tener o no una segunda casa; no es cuestión de poseer algo o no poseerlo. Lo que sí importa es el retorno a un ambiente puro. La demanda de tal ambiente crece de día en día, ahora que nuestra civilización se va haciendo cada vez más urbana y abstracta y nos sentimos crecientemente dominados por un ritmo artificial que causa efectos traumáticos sobre nuestra personalidad. Creo que tedo habitante de una ciudad posee cierto grado de conciencia ecológica, aunque a veces no llegue por entero al plano de lo consciente. Existe la necesidad de ignorar esta conciencia. Este género de conciencia inconsciente, séame permitido así expresarlo, en cierto sentido ya vislumbra el enorme problema que se le plantea a la humanidad. Es decir, esta conciencia ecológica que incita a la gente a huir de las ciudades va adoptando gradualmente el carácter de un escape. Este escape ha de transformarse en su opuesto, o sea, la recuperación del sí mismo. Hay gérmenes de algo nuevo en nuestra sociedad, y esto ha de ser transformado de manera que allane el camino para un nuevo movimiento. Esto significa que las nuevas ideas deben cristalizar y ser asumidas por decenas, centenas, miles y millones de personas. Y llevarlas a la práctica. Tal es nuestro problema.
Pero ¿cree usted que los científicos, sociólogos y psicólogos puedan orientarnos? Nada podemos esperar de los políticos. Nixon no leía a Skinner, ni tampoco lo leyó Pompidou. ¿Quién iniciará este nuevo movimiento, los jóvenes?
Sí, los jóvenes en primer lugar. Pero en las primeras etapas son siempre los marginados, los que viven en los márgenes de la sociedad, los que tratan de escapar de algo, de su clase, de su casta... y esto también podría ocurrir con los miembros de la casta científica. La ciencia contemporánea está en extremo burocratizada. Desgraciadamente, nada podemos esperar de los científicos actuales. La ciencia debe su éxito práctico al hecho de haberse disociado por completo de valores y metas. Los resul- | |
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tados de este proceso han sido muy notables, pero una consecuencia colateral inesperada ha sido que la ciencia y los científicos propendan a desdeñar todo problema concerniente a metas y valores. En este proceso, la ciencia misma ha sido objeto de metas y valores ajenos a su campo particular. En otras palabras, la ciencia ha entrado a formar parte de la dialéctica social. Hubo un tiempo en que se creía generalmente que la ciencia podría resolverlo todo. Fue a fines del siglo xix, cuando Renan escribía acerca del futuro de la ciencia. Esta ingenua creencia en la omnipotencia de la ciencia se mantuvo largo tiempo, especialmente en los Estados Unidos. Todavía Einstein vivió en la altura de la imagen del sabio profeta, dirigiendo advertencias a la humanidad. Pero, en rigor, Einstein fue el único científico de su generación que podía representar tal papel. En efecto, bastaron unos cuantos años para que Moisés-Einstein se convirtiera en Jeremías-Oppenheimer. Pues Oppenheimer -en cierto modo el sucesor de Einstein- ya no fue en modo alguno un Moisés, sino un Jeremías que lamentaba el que los hombres del poder hubieran producido una bomba atómica que ponía a la humanidad en riesgo de extinción. Y creo que ya hemos pasado la era de los Jeremías, la era de Oppenheimer, y hemos llegado a la era de Job. Los científicos están ahora sentados sobre un montón de estiércol, pues todos sus maravillosos inventos han resultado ser mierda para la especie humana. Y empiezan a darse cuenta de ello. Frente a las invenciones, científicas nadie más vulnerable, nadie más desamparado que los mismos científicos que las crearon. Y ésta es la razón por la que ellos mismos se atrincheran en su pequeño mundo burocrático de estancamiento, posición y prestigio. Pero es un error tradicional el creer que los científicos pueden iluminar a la especie humana; y lo que es más, tal creencia no es otra cosa que manifiesta locura. Si mira usted al mundo en torno, se dará usted cuenta de que nos falta el apoyo que antaño sostuviera a una clase privilegiada. En el siglo xviii, los intelectuales eran considerados una clase privilegiada. Hoy sabemos que, por el contrario, el mundo intelectual es completamente neurasténico. Es insensato creer que pueda darnos las soluciones. De hecho ya nadie cree que los intelectuales sean los portadores de la luz. También la clase obrera fue considerada una clase privilegiada, guardián de la verdad. Pero si bien es cierto que la clase obrera representa un importantísimo papel en la dialéctica del progreso, tampoco ella es la portadora de la | |
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luz. Y lo que es más, los campeones del mito del proletariado conceden tan escaso valor a sus propias teorías que no dejan piedra sin remover a fin de inculcar sus ideas en los obreros. Sencillamente, no hay clase privilegiada, ni raza ni pueblos privilegiados, y ésta es la razón que me lleva a creer que habremos de comenzar en el punto de que siempre ha partido la humanidad, es decir, los profetas, Buda, Mahoma...
¿Un nuevo Carlos Marx?
O Marx. Los profetas comenzaron siempre pensando, después propagaron y defendieron sus ideas y hallaron gente preparada para compartir sus visiones. Nietzsche decía: ‘Escribo para ninguno y escribo para todos.’ En este momento mismo, hemos de apelar a todos. |