Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd57. John RawlsEl profesor John Rawls enseña filosofía en la Universidad de Harvard. En 1971 publicó A Theory of Justice, el cual, según The New York Times Review of Books (3 de diciembre de 1972), es uno de los cinco libros más importantes comentados durante 1972. La justicia es un bien muy caro. ¿Cómo formularía usted los dos principales principios de la justicia social, tan necesaria para el equilibrio de la sociedad como para considerarla una prioridad de la mayor importancia? ¿Cómo lograr esta justicia en el futuro inmediato sin perder la libertad de que ahora gozamos? Me refiero, claro está, al mundo occidental.
La que describo en mi libroGa naar voetnoot1 es una forma de justicia que | |
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se caracterizaría por dos diferentes principios. Uno, aplicable al derecho civil y al que rige las instituciones económicas, establece que las libertades deben ser iguales, que todos los ciudadanos deben tener en una cierta clase libertades iguales. Si éstos no pueden ser iguales siempre, de cualquier modo, el sistema total de libertades debería ser igual para todos los miembros de la sociedad. El otro principio se refiere a la distribución de las ventajas económicas y sociales y atañe a las organizaciones, por ejemplo, compañías, universidades y otras organizaciones. Este otro principio sostiene que las ventajas sociales y los bienes económicos habrían siempre, en la medida de lo posible, de distribuirse de manera que aquellos que más tuvieran hicieran una contribución a los que menos tuviesen.
Pero ¿no es esto una teoría utópica opuesta a la naturaleza humana, el aceptar menos crecimiento, menos riqueza, en beneficio de todos?
Esto plantea una pregunta muy difícil, a saber: ¿en qué medida sería compatible el principio que estamos comentando con una sociedad industrial tecnológica avanzada? ¿Cabe esperar que las diferentes naciones se impongan sacrificios o, para usar las palabras de usted, compartan su riqueza con otras? Las imperfecciones -digámoslo eufemísticamente- de los gobiernos todos introducen un factor complicante. Surgen problemas políticos. En mi libro expongo en forma más o menos aproximada qué forma podría o debería adoptar la justicia en una sociedad en que las condiciones fueran razonablemente favorables.
¿No es contrario a la naturaleza del hombre el acceder a compartir la riqueza de una minoría pequeña con la inmensa mayoría? ¿También en las naciones opulentas? Usted sabe que Michael HarringtonGa naar voetnoot2 dice, en su Accidental Century, que todavía existen en los Estados Unidos cuarenta millones de pobres. | |
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No sé si eso es contrario a la naturaleza. Lo que yo arguyo es que la naturaleza de la gente depende de la sociedad en que se forma. Me inclino a creer, aunque en favor de mi parecer no puedo aducir ningún argumento irrefutable, que si existiera la clase de sociedad que trato de describir y si la gente creciera y se formara bajo las instituciones basadas en los principios que expongo, la gente estaría dispuesta a compartir. Al menos dentro de una misma unidad social. Convengo que resulta más difícil sostener el argumento si se pretende aplicarlo a los pueblos de otras culturas y naciones, en las que no existen instituciones políticas comunes encargadas de regular las demandas que los unos hacen a los otros. Es muchísimo más difícil, lo reconozco, extender estas nociones a todo el mundo. No hay duda al respecto.
En su libro, usted argumenta, con Hobbes, que el hombre debe llegar a cierta suerte de contrato social. ¿En qué forma lo concibe usted?
Bueno, no se trata de un verdadero contrato social histórico. Lo que yo imagino es una cierta manera para que la gente considere sus relaciones. Se le puede solicitar o, de algún modo, hacer que meditaran e intentaran ver cómo podría funcionar esta opinión, de modo que la gente misma se preguntara qué clase de contrato o acuerdo querrían establecer si se encontrara en determinadas condiciones. Lo ideal sería que uno mismo se preguntara: ¿En qué estaría yo dispuesto a convenir si no dispusiera de cierta clase de información, si no supiera cuál es mi posición especial, si no estuviera enterado de algunas cosas sobre mis preferencias particulares? Y otras cuestiones análogas. Estas restricciones son lo suficientemente razonables para que la gente las acepte. Lo ideal sería desarrollar con cierto detalle cuáles serían los principios que la gente estaría dispuesta a aceptar, de estar privada de ciertas clases de información. Por ejemplo, tomemos el derecho internacional: si un Estado representativo no supiera quién tiene los ejércitos más numerosos, quiénes están mejor situados ni dispusiera de ninguna otra información militar, muy posiblemente acataría ciertos principios del derecho internacional. Pero es la posesión de excesiva información sobre particulares contingencias y desequilibrios de poder lo que dificulta llegar a un entendimiento. Lo mismo puede aplicarse a los miembros de una sociedad. Si nosotros no sabemos a qué clase pertenecemos ni muchas otras cosas a nuestro respecto, | |
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nos será fácil admitir que debemos atenernos a cierta suerte de principios generales. En mi libro trato de demostrar que éstos resultan ser las cosas que identificamos con los fundamentos o principios de la justicia.
Pero la ciencia de la computación, el ‘espaghetti de la computadora’, como dice BouldingGa naar voetnoot3 florece con rapidez tan fantástica que en el cercano futuro no será menor la información fácilmente accesible que cada uno de nosotros tenga respecto de los demás. Esto haría aún más difícil avenirse a un contrato social.
Yo no he dicho que la gente haya de estar realmente privada de información. A fin de elaborar una teoría moral, habría que formular un contrato en el que cada uno asintiese a no descansar en informaciones de cierta clase. Uno razonaría como si no dispusiera de tal información, aunque, claro está, sí cuenta con ella. El argumento moral habría de ser que hay razones morales para excluir y no usar esa información. La teoría no está formulada como teoría política, en el sentido de que haya de aplicarse a las cosas que actualmente suceden. No intenta influir sobre la conducta internacional actual o el presente comportamiento político. Se supone que influya -si es que sobre algo ha de influir- sobre esa clase de juicios morales que nos formamos cuando somos imparciales y no participantes. Influiría sobre esa suerte de ideas morales que poseemos -si es que alguna tenemos- y podría persuadirnos de actuar de acuerdo con ellas. Se supone que sea una teoría moral, no una teoría social.
Sería necesaria una geometría moral para elaborar esta teoría.
Establezco la hipótesis de que uno no tiene ciertas clases de información, que poseemos cierta suerte de designios generales y todas esas cosas, y entonces, partiendo de estas premisas, trato de encontrar el camino. La argumentación es intuitiva y está llena de huecos, en su estado actual. Pero la idea es demostrar que es necesario adoptar ciertos principios morales y convenir sobre ellos de acuerdo con dichas condiciones, es decir, esas condiciones idealizadas que necesitan ciertas formas de restricciones.
Pero, como dice usted habremos de desarrollar una forma de | |
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justicia más austera y minuciosa y acrecer la conciencia de la gente para ese género de justicia social de que usted habla. ¿Conviene usted con SkinnerGa naar voetnoot4 en que los medios para llegar a esos resultados podrían ser la reestructuración y programación del ambiente, con lo que ese enfoque de usted se haría accesible generalmente?
Sí, creo que está usted en lo cierto. La mayoría coincidiría en que la clase de instituciones bajo las cuales vivimos, la clase de deseos que tenemos, y las ideas, morales o de otra clase, que adquirimos exigen cierta suerte de programación. Lo importante es, sin embargo, los principios de acuerdo con los cuales haya de programarse el ambiente. La tesis que en mi libro propongo es que, al elegir un principio de justicia o proponer cierto concepto de la justicia, adoptamos una concepción que, de ser institucionalizada de acuerdo con dichos principios, la gente llegaría a tener los principios e ideales que la confirmarían en su concepción. En otras palabras, que la gente los adoptaría. Uno de los argumentos que propongo es que los principios de justicia que propugno son de naturaleza tal que alentarán a la gente a atenerse a ellos como si en realidad ya estuvieran vigentes. Poseerán la propiedad de reforzarse a sí mismos. Difiero de Skinner en cuanto a cuáles habrían de ser los principios que hubieren de programarse y en cuanto a la forma de hacerlo, así como en lo que concierne a los resultados finales que uno u otro nos propondríamos alcanzar.
¿Dónde encajan en su proyecto la política y la cruel realidad? Pues, indiscutiblemente, son los políticos quienes todavía conducen a la sociedad, y ellos no tienen la más mínima noción de lo que usted dice.
Bueno, yo no diría que no tengan noción alguna, sino que la tienen diferente o que, en realidad, no prestan mucha atención a ninguna noción moral. Éste es el problema: cómo pasar de una situación en que no rige ninguno de los ideales sociales o de justicia que uno cree justos, a otra en que ellos estén vigentes. Este proceso forma parte de una teoría moral de la que no he hablado mucho. En verdad, prácticamente nada, pues implica toda clase de conceptos, particularmente políticos, respecto a la estrategia que debería seguirse para lograr el tránsito. | |
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Los límites del crecimiento ponen las bases para la administración global del planeta. Parece bastante difícil introducir, ni aun incipientemente, algo de justicia social en las actuales estructuras del mundo. ¿Qué opina usted de este dilema al que nos enfrentamos?
Ni siquiera he tratado de plantearme ninguno de esos asuntos, los asuntos globales. Debiéramos admitir, yo el primero, lo que es evidente (como hacen todos los filósofos, al discutir todas las clases de moral, ideales, etcétera), es decir, que tales asuntos, considerados desde cierto punto de vista, son impracticables, y que cualquiera acción política dirigida a realizarlos es muy remota. ¿Cómo establecer un orden internacional más justo? Realmente, no he discutido ninguno de estos asuntos. Francamente, soy muy pesimista en cuanto a que las ideas que yo expongo hayan de ejercer influencia sustancial alguna sobre el proceso.
Como usted sabe, Camus sostenía que el absurdo nace del choque de la necesidad humana contra el irracional silencio del mundo. En otras palabras, usted ha propuesto muy detalladamente una valiosísima teoría sobre los procedimientos para mejorar la justicia social en su país, en esta parte del mundo.Ga naar voetnoot5 ¿Qué clase de justicia cree usted que rija dentro de veinticinco años, cuando el número de pobladores del planeta haya llegado a siete mil millones?
Verdaderamente no lo sé y, claro está, nadie lo sabe. Supongo que soy un tanto pesimista. Aun en mi propia patria, veo el porvenir menos brillante que hace veinte años. Es una realidad política indudable que los militares tienen ahora más influencia en nuestro país que en otro tiempo. Esto es la consecuencia de habernos dedicado, cada vez con mayor asiduidad, a llenar los huecos que han ido formándose en la estructura del poder en el mundo. Todo esto está teniendo efectos perjudiciales. No hemos sido capaces de resolver los problemas de las minorías raciales en nuestro país. Creo, a este respecto, que la dirección presidencial ha sido pésima durante los últimos años. No soy muy optimista, ni siquiera por lo que concierne a mi país, en cuanto a que podamos ver en un cercano futuro una tendencia definida hacia una sociedad más justa, tal como yo la entiendo. En los Estados Unidos es prácticamente posible, pues tenemos las bases | |
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materiales para ella. Pero no creo que sea socialmente realizable.
¿Su libro, tan difundido, no ha suscitado reacciones de los políticos contra usted?
No, ninguna. |
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