Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd
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jeros de la Academia Nacional de Ciencias, en Washington. Usted es el secretario del extranjero del mayor organismo consultor del mundo, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. ¿Qué opina usted de la comunidad internacional de los científicos en los setentas?
La función primaria de mi cargo en la Academia Nacional de Ciencias es mantener y desenvolver estrechas relaciones de trabajo con nuestros colegas de otros países, sin importar cuáles sean estos países o las diferencias que los separan de nuestro gobierno. Estamos en muy buenas relaciones con los países socialistas y con los del tercer mundo. Sostenemos excelentes relaciones con las academias hermanas de Europa, Australia y otros muchos lugares.
¿Y China?
Estamos apenas empezando a desarrollar nuestras relaciones con China. Hemos recibido a dos grupos chinos: el primero fue un grupo médico, que permaneció tres semanas en los Estados Unidos; el segundo es un grupo de naturalistas que incluye físicos, biólogos y químicos; actualmente se encuentran recorriendo los Estados Unidos como huéspedes nuestros. Y he de repetir que aun existiendo serias diferencias políticas entre nuestros gobiernos, nosotros, como científicos, nos llevamos extremadamente bien. | |
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Hay en el mundo entero unos 750 mil científicos en activo, y podemos comunicarnos, hablar, unos con otros. Por supuesto, hay algunas separaciones, causadas principalmente por trabajar en diferentes campos. El biólogo suele encontrar alguna dificultad para comunicarse con el físico; pero los científicos en general podemos establecer mutua comunicación con mayor eficacia que los no científicos de distintas culturas. Me asombra ver cómo los miembros de la comunidad científica mundial propenden a encarar los problemas de la misma manera. Tenemos la misma opinión general sobre cuáles son los problemas mayores que realmente requieren solución.
Todavía no se ha decidido fundar una universidad de las Naciones Unidas.
Las ‘Naciones Unidas’ del mundo científico son el Consejo Internacional de Uniones Científicas. No está constituido por naciones, sino por organizaciones científicas. Nosotros creemos que todo grupo de científicos debe tener acceso a los trabajos del Consejo Internacional de Uniones Científicas. En consecuencia, tenemos como miembros una sociedad científica importante de la República Federal Alemana y la Academia de Ciencias de Berlín oriental, las academias de ciencias de Vietnam del Norte y Vietnam del Sur y las de Corea del Norte y Corea del Sur.
En The Challenge of Man's Future,Ga naar voetnoot1 entre otros temas, discute usted el crecimiento exponencial de las amibas, y eso me lleva a pensar en la ley de Forrester y el Club de Roma. ¿Cómo cree usted que se haya recibido la iniciativa del Club de Roma en los Estados Unidos y en la comunidad mundial de los científicos?
Se ve muy claramente que Los límites del crecimiento ha suscitado apasionadas opiniones en pro y en contra. La mía es la siguiente: es absolutamente necesario que tratemos de penetrar en el futuro. De no hacerlo, es casi seguro que la humanidad quedará acorralada en un rincón del cual no hallará cómo salir. Nuestra capacidad para ver en el futuro no es muy buena. Estamos aprendiendo mucho acerca de cómo predecir. Comoquiera que sea, y pese a que nuestra | |
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competencia no es todavía muy extensa, es importante que sigamos ensayando y mejorando nuestras técnicas. Es importantísimo, por ejemplo, que analicemos las relaciones recíprocas entre el crecimiento de la población y el cambio tecnológico, entre el cambio tecnológico y nuestros recursos naturales, entre el cambio tecnológico y el medio humano. Es muy importante que consideremos el cambio tecnológico en lo que afecta el cambio social. ¿De qué manera las nuevas técnicas modifican el estilo de vida del hombre? Si contemplamos el curso entero de la historia humana, vemos cómo la adopción de tecnologías relativamente sencillas ha ocasionado mudanzas importantes en la sociedad. Por ejemplo, el paso de la tecnología de la simple recolección de alimentos a la tecnología agrícola produjo probablemente el mayor cambio social y cultural que haya ocurrido en toda la existencia de la humanidad.
¿Podría usted aclarar ese concepto suyo de los cuatro futuros?Ga naar voetnoot2
Si yo fuera un apostador cósmico que examinara nuestro mundo desde un punto muy lejano, tratando de descubrir lo que en él ocurre, esbozaría el futuro del planeta de acuerdo con el siguiente orden de probabilidad. Creo que lo más probable será, fundamentalmente, que la gran inestabilidad y el nacionalismo influyan nuestra existencia en tal medida que sólo será cuestión de tiempo el que alguien deje caer la ‘bomba’. Entonces, naturalmente, ocurrirá una gran catástrofe. No creo que esta catástrofe extermine a toda la humanidad; pero sí creo que sería dificilísimo el que una nueva civilización surgiera de las ruinas de la antigua. Ya sabemos lo que ocurrió en la Edad Media, cuando la fantástica civilización romana desapareció y las siguientes generaciones canibalizaron a la antigua civilización. Pasaron siglos antes que se creara algo nuevo. Debemos tener presente que estamos viviendo en una época en la que ya no quedan recursos de alto grado, como aquellos con que contaron los que edificaron nuestra civilización. Cada año que pasa veremos disminuir aún más nuestra base de recursos. Esto no significa que nos será imposible subsistir, pues seguramente sí podremos. Es únicamente cuestión de desarrollar la adecuada tecnología y cuestión de energía. Si hubiere necesidad, podría mantenerse un altísimo nivel de civilización utilizando la roca or- | |
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dinaria, que es el mínimo común denominador de los recursos. Pero suponga que se extingue nuestra civilización. Un grupo primitivo, sin herramientas, no podría vivir de las rocas ordinarias. Otro futuro, siguiente en orden de probabilidad, resultaría en el caso de que pudiéramos evitar la catástrofe de ‘la bomba’. Si las cosas continuaran el curso que ahora siguen, parece muy claro que la humanidad permanecerá dividida en dos culturas muy separadas: la cultura de los ricos y la cultura de los pobres. Cualquiera que sea el índice que utilicemos, ingreso nacional bruto per capita, consumo de energía per capita o consumo de acero per capita, veremos que el crecimiento continúa tanto en los países ricos como en los pobres, y en unos y otros con la misma tasa de aumento. Esto significa que los países ricos, por persona, seguirán siendo veinte veces más ricos que los países pobres. Seguirán consumiendo veinte veces más energía por persona que los países pobres. No obstante, los países pobres irán aumentando su consumo de energía, al mismo tiempo que el hacinamiento irá haciéndose cada vez más denso. En consecuencia, puede preverse la perpetuación de una minoría de ricos y la expansión de la población pobre. Cabe así entrever la emergencia del conflicto entre los dos grupos, y la continuada y completa separación entre ambos en cuanto a la forma de vida.
Una tercera posibilidad sería que, dada la sensibilidad de la civilización altamente industrializada a la disgregación, y la lentitud con que se desarrollan los países con regímenes democráticos, contraria a la mayor rapidez con que parecen desarrollarse las naciones gobernadas autoritariamente, ambas culturas, la de los ricos y la de los pobres, graviten más y más hacia el control totalitario riguroso. Vemos esta evolución en la América Latina. La vemos en China, donde muchos de mis amigos chinos dicen muy abiertamente que ese país no podría desenvolverse con la democracia.
¿O Indonesia?
Indonesia nos ofrece otro ejemplo. Agregado esto a la situación que surge en Occidente, donde cada vez son más frecuentes los conflictos -conflictos resultantes de la facilidad con que se puede perturbar la sociedad- las consecuencias están a la vista: atracos, apagones, huelgas. Una sola bomba bien colocada en el sistema de energía de una de nuestras ciudades del este podría trastornar toda la costa | |
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oriental. Nada más natural, pues, que los gobiernos reaccionen y exhorten a un control cada vez más enérgico. No es difícil imaginar el surgimiento de un mundo totalitario. Lo que digo no significa que aconseje ninguno de esos tres futuros, todos tres terribles perspectivas. Hay un último, cuarto, futuro que creo alcanzable. Es, por otra parte, el menos probable. Estoy convencido de que el hombre posee en sí el poder de crear un mundo en que todos sus habitantes puedan llevar una vida libre, abundante y aun creadora. Tenemos ese poder. Queda por ver si seremos realmente capaces de movilizarlo y aprovecharlo. Poseemos un fantástico poder, si sabemos utilizarlo, el poder que nos da el hecho de contar con energía en cantidad ilimitada, de disponer de una maravillosa tecnología. El que haya hoy hambre en el mundo es algo absolutamente inexcusable. La pobreza, la enfermedad, las tradicionales maldiciones de la humanidad, son inexcusables. Si hubiera de señalar al enemigo que nos impide utilizar dicho poder, señalaría el nacionalismo. Vivimos en un mundo donde existen ciento treinta naciones soberanas. Hubo un tiempo de la historia en que esto tenía cierto sentido, pues entonces el mundo era grande. Pero ahora el mundo se nos ha hecho pequeño, muy pequeño. La idea de perpetuar esa ficción de ciento treinta naciones soberanas es la más peligrosa que hoy podemos concebir. Es de suma importancia el que, de alguna manera, estas naciones se unan bajo el imperio de una misma ley, de un gobierno común para toda la humanidad. Al repasar la historia de mi país, vemos que, muy al principio en las primeras etapas de nuestro desenvolvimiento, estuvimos en grave riesgo de acabar en trece estados soberanos y separados. Por fortuna no fue así, por la simple razón de contar entonces con un notable cuerpo de hombres extraordinariamente inteligentes y competentes, como Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton. Hamilton, en cierta ocasión, formuló una pregunta que se planteó a sí mismo: ¿Por qué razón ha de haber un gobierno? Su respuesta fue: porque las pasiones de los hombres no se conforman a los dictados de la razón y la justicia si sobre ellos no obra alguna coerción. En consecuencia, abogó en favor de un régimen legal federal que obrara sobre los estados como si fueran individuos. Hemos de admitir que el nacionalismo es un anacronismo. Hemos de admitir que, a la larga, habrá de haber un solo mundo. De otro modo, no habrá mundo. |