Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd37. Ralph E. LappRalph E. Lapp nació en Buffalo, Nueva York, en 1917. Es doctor en física por la Universidad de Chicago. Es uno de los más famosos críticos norteamericanos en el campo de los usos y desarrollo de la energía nuclear. Doctor Lapp: ¿Qué opina usted del sostenido aumento del uso de la energía nuclear, por lo que respecta al peligro que implica para el ambiente y la sociedad humana?
Opino que debemos tener esta nueva fuente de energía, | |
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que nos será necesaria en el futuro, ya que nuestros combustibles fósiles -especialmente el petróleo y el gas natural- se están agotando rápidamente. Y no se trata tanto de que no podamos encontrar más petróleo y gas natural o explotar los yacimientos carboníferos, pues seguramente sí podremos. Pero por su misma naturaleza, esta moderna sociedad nuestra del siglo xx nos induce a todos a intentar trepar por la escala industrial lo más aprisa posible. En realidad, algunos de los países menos desarrollados están recorriendo su etapa con mayor rapidez aún que nosotros. Esto significa que existe una enorme demanda de recursos, especialmente de combustibles fósiles, los cuales constituyen un legado irrenovable, irremplazable. Los Estados Unidos han explotado los combustibles fósiles como ningún otro país del mundo lo ha hecho, al punto de que ahora tienen que importar gas natural y el 25% del petróleo que necesitan. Estamos importando gas natural de Argelia en forma líquida. Tan grandes son las necesidades de los Estados Unidos en combustibles fósiles que se ven obligados a obtener gas natural del desierto de África, gas que se bombea a un puerto marítimo, donde se licúa y embarca en buques-tanques especiales.
¿Congelado?
No, en forma líquida, que se transporta en estado de sobreenfriamiento a través del océano, hasta un puerto que cuenta con instalaciones para bombearlo a depósitos terrestres, donde se conserva en forma líquida hasta que es necesario gasificarlo de nuevo. Este gas sale del desierto de Argelia sin que, probablemente, su costo haya pasado de unos centavos el millar de pies cúbicos, pero cuando llega a Boston, el ama de casa, ha de pagar dos dólares y medio por el mismo volumen. Ésta es una sobrecarga enorme en el precio de una mercancía. Dependemos a tal grado del combustible fósil y de los productos que de él se derivan, entre ellos la electricidad, que hemos de adquirirlo dondequiera que se encuentren sus yacimientos. Creo ahora que la energía nuclear significa una prolongación necesaria de nuestras reservas de combustibles fósiles. Por supuesto, se trata de un combustible de clase absolutamente distinta que los combustibles fósiles, que se queman en presencia de oxígeno, es decir, mediante un proceso de combustión. Esta combustión constituye la fuente mayor de contaminación que llega a la atmósfera por las chimeneas de las plantas eléctricas. Es | |
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asimismo la contaminación que lanzan los cien millones de tubos de escape de otros tantos vehículos automóviles de los Estados Unidos que funcionan con gasolina o aceite Diesel. Así, los norteamericanos, a su ingenioso modo, han combinado una enorme máquina de gas, en la forma de centenares, mejor dicho, millares, de fuentes estacionarias que queman hulla, petróleo o sus derivados o gas natural, y en forma de algo así como ciento trece millones de vehículos de cuatro ruedas que tragan gasolina. El problema actual en los Estados Unidos es que nos hemos convertido en un país cada vez más electrificado. Al mediar este siglo, sólo el 10% de nuestro combustible se gastaba en producir electricidad, mientras que ahora dedicamos al mismo fin el 27%. A fines del siglo quemaremos cerca del 50% de todo el combustible para producir electricidad. Nos estamos convirtiendo en una sociedad electrificada, y el resto del mundo sigue nuestros pasos.
Algunos científicos creen que algún día podremos extraer energía del Sol, que nos la proporcionaría en cantidad inagotable.
Sí. Cuando hablo de energía nuclear no me refiero únicamente a la que rinde el uranio, sino también a la obtenible de la fusión de ciertos elementos ligeros como el hidrógeno, que constituiría una fuente energética ilimitada. Eso no deja de plantear problemas. Nadie puede predecir cuánto tiempo tardaremos en llegar a producirla. Tenemos una idea general del aspecto que tendrá una máquina que queme hidrógeno, en el sentido nuclear, se entiende. Sin embargo, no sabemos cómo construirla ni cuánto costaría, ni tampoco el precio que tendría la electricidad generada por esa máquina. Pero el combustible para ella lo tenemos en los océanos, es decir, el hidrógeno pesado contenido en el agua. En consecuencia, quemaríamos realmente los océanos y, claro está, dada su inmensa magnitud, habríamos resuelto el problema de la energía para mil millones de años.
El público preguntará, ¿a dónde irán a parar los residuos nucleares?
El problema fundamental que plantea la obtención de la energía de los metales pesados -uranio y torio- es que, al liberarla en las máquinas que llamamos reactores nucleares, los riesgos queden confinados en cada punto del proceso, | |
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desde el momento mismo de extraer el uranio de la tierra, pasando por la molienda del mineral, su refinamiento y conversión, la fabricación de los elementos combustibles, su desintegración en las plantas nucleares, el procesamiento del combustible radiactivo para obtener nuevo combustible, hasta terminar en los residuos de desecho, que contienen elementos radiactivos de larguísima vida, los cuales plantean al hombre un problema único. Tenemos que hallar -y muchos países han de encontrarlo en su propio territorio- un cementerio único. Un lugar no expuesto a perturbaciones durante muchos siglos por venir, pues de este orden es el tiempo que tales desechos tardarán en perder su radiactividad. Quien mire a los países africanos no podrá pensar que sus regímenes políticos permanezcan estables durante siglos. Los Estados Unidos son una democracia relativamente joven. Creemos tener estabilidad, pero no sabemos cuánto durará. Son muy pocos los países con estabilidad política actual o que la hayan tenido en su historia. En mi opinión, el indispensable vertedero podría ser una mina de sal en la que los desechos radiactivos quedaran a perpetuidad. Pese a todo, el problema no es insoluble. Creo que ya está realizándose suficiente investigación para poder asegurar que podremos guardar los desechos en cuestión en depósitos subterráneos y quedar protegidos contra todo riesgo.
¿Durante siglos y sin peligro para la humanidad? Usted ha dicho que las plantas nucleares, principalmente en los Estados Unidos, se están construyendo cada vez más cercanas a las ciudades. ¿Cuáles son los peligros? Mi doctrina fundamental, por lo que concierne a las plantas energéticas nucleares, es que, hasta no haber demostrado que son seguras -seguras en el sentido más riguroso-, lo suficientemente seguras para instalarlas en la proximidad de las zonas metropolitanas densamente pobladas, lo más razonable es situarlas relativamente lejos de éstas. La razón no es que desconfíe del diseño de las plantas nucleares, sino que éstas nos enfrentan a un problema único en la historia de la humanidad. Nunca en la historia del planeta, se había colocado un peligro tan enorme cerca de grandes poblaciones. La única comparación que se me ocurre sería con la aventura de construir un gran dique y después edificar una ciudad en su base. Generalmente no se hace esto, y si se hiciera, al menos, la gente sabría que estaban al pie del dique y, por | |
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tanto, en la zona de peligro directo. Además ya se tiene cierta experiencia en cuanto a la frecuencia con que los diques se rompen, y al menor indicio de que el dique comienza a debilitarse, los ingenieros dejan escapar el agua gradualmente, como hicieron en ocasión del terremoto de Los Ángeles en 1972. Éste es el único paralelo que conozco. Pero, por ejemplo, está trasladándose una planta nuclear a 17 kilómetros de Filadelfia, que es una gran población. A mi parecer, no se ha demostrado al pueblo de esta zona cuál es el grado de seguridad de los sistemas de la planta y que, en caso de accidente, no quedará expuesta la población a un riesgo bastante grave.
Sí, pero demostrarlo al pueblo no es lo mismo que afirmar que es verdaderamente segura. ¿Cree usted que lo sea?
En mi opinión, el asunto está en duda; y está en duda porque se trata de sistemas muy complejos. Todavía no se ha trabajado con plantas tan poderosas. Tenemos poca experiencia con plantas de esta clase. Por consiguiente, decir por adelantado que una planta nuclear como ésta es segura, significa que se confía en los modelos que se construyeron para predecir el comportamiento del sistema. Ya sé que hemos de fiar en los modelos, pero la cuestión, cuando hemos de fiar en ellos, consiste en cómo hacer para que el pueblo los acepte. El problema aparece con meridiana claridad en el caso de la seguridad nuclear, pues nadie desea que se tome una planta energética nuclear de tamaño real para experimentar con ella. Es demasiado oneroso, demasiado costoso, el realizar experimentos de esta índole. En consecuencia, lo que se hace es construir un modelo de la planta en cuestión y someterlo al análisis, para averiguar cómo se comporta. Pero lo que se prefiere hacer es efectuar una serie de experimentos en pequeña escala para probar el modelo. En los Estados Unidos, la Comisión de Energía Atómica ha llevado a cabo algunos de estos experimentos. Como no es posible probar, ni siquiera a la comunidad científica, que dichas máquinas no son peligrosas, creo que debemos: 1) intensificar la investigación sobre su seguridad; 2) fijar la línea de despliegue de estas plantas, de modo que no queden demasiado cerca de las ciudades. Algunas plantas, entre ellas una no lejana de aquí, la de Calvert City (sesenta kilómetros al este de Alexandria, Virginia), de ocurrir algún serio accidente, no causarían grave daño, en el sentido de afectar a millares de personas expuestas a la ra- | |
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diación de la planta, ya que ésta está favorablemente emplazada con respecto a la población en riesgo.
En junio de 1972, en el artículo de usted publicado en New York Times Magazine mencionaba la posibilidad de construir plantas atómicas en islas relativamente cercanas a la costa, como a 17 kilómetros de Atlantic City, Nueva Jersey. ¿Se ha propuesto tal cosa a organismos oficiales y se le ha concedido alguna consideración?
Desde que escribí dicho artículo sobre las islas nucleares, para el New York Times Magazine, la compañía de servicio público de Nueva Jersey ha anunciado planes concretos para edificar una instalación, que costaría mil cien millones de dólares, a cinco kilómetros de la costa de Nueva Jersey, al nordeste de Atlantic City.
En su artículo hablaba usted de 17 kilómetros. ¿No serán peligrosos esos cinco kilómetros?
Está a cinco kilómetros de la costa, pero a más de 17 kilómetros de Atlantic City. Creo que en este caso particular tenemos el problema del riesgo calculado para un estado que no tiene más ríos en los cuales situar las plantas. Prácticamente carece de agua para enfriar, que las plantas en cuestión requieren en gran cantidad. Tomando esto en cuenta, encontramos que no existe ningún lugar realmente bueno para Nueva Jersey -ni para la ciudad de Nueva York. Por consiguiente, la instalación en el océano resuelve en lo esencial el problema de la contaminación térmica, el llamado problema del agua caliente, y en consecuencia no se destruye innecesariamente la vida acuática. Aun así, persiste el otro problema de la seguridad nuclear. Pero creo que, en este caso, si tomamos en cuenta el régimen de vientos del lugar, hallaremos que el peligro para Atlantic City no es, ni con mucho, tanto como el que supone la planta que se quería instalar en las islas de Newbold, a 17 kilómetros de Filadelfia. Todos estos proyectos suponen riesgos.
Dr. Lapp: a fin de predecir el futuro del planeta, el mit (el equipo de Forrester)Ga naar voetnoot1 ha elaborado un modelo global que podría servir de guía para administrar el mundo. ¿Cree usted que un modelo de esa índole tenga algún valor, siendo así que | |
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no se incorporaron en él variables relativas a la energía atómica ni a la clase de energía que podría salvarnos en el porvenir?
En el curso de los últimos siete años yo mismo he trabajado mucho tratando de prever el futuro, concretamente el año 2000. Pero pronto descubrí que no es posible prever a tan corto plazo. En realidad, hay que mirar al año 2100 y más allá, si queremos ver en adecuada proyección los problemas a que nos enfrentamos. Con respecto a la cuestión del modelo planetario de computadora, creo que el trabajo del mit ha sido una primera tentativa, temeraria, en mi opinión. El peligro de estos modelos es que la gente propende a creer en el trabajo de las computadoras, sin comprender enteramente que estas máquinas dependen del saber que en ellas se introduce. No tienen inteligencia ni saber propios. No hay juicio ni sistema de valores generado en el interior de un instrumento electrónico. Me siento triste cuando veo a personas que intentan predecir, mediante un modelo de computadora, cuál será la calidad de la vida en el siglo xxi, pues no creo que sea posible predecir la calidad de la vida en los términos de la computadora. Así, no espero que la computadora imprima predicciones sobre la calidad de la vida. Esperarlo sería patente insensatez, y creo que la gente tiene derecho a enfurecerse e indignarse ante esas bárbaras predicciones de los científicos. Pero viendo la cosa por su lado más favorable, si un modelo incita a pensar al pueblo en forma realista y a que se dé cuenta de la finitud de los recursos del planeta, entonces yo estoy en favor del modelo y digo aleluya. Hasta esto llego. Sin embargo, no creo que hayamos de confiar el destino del hombre a las computadoras. Creo que el cerebro humano, ese kilo y medio de software encerrado en el cráneo, posee capacidad no aprovechada todavía, y que es capaz por sí mismo de analizar el problema, tomar en consideración las muchas variables y formular predicciones que, a mi juicio, tendrán cierto valor. Por ejemplo, creo muy factible construir un modelo de nuestros recursos fósiles combustibles y deducir de él en esquema cómo, durante el siglo xxi, irán agotándose esos combustibles y habremos de descansar fundamentalmente en la energía nuclear. El hecho es que tenemos muy escasa reserva de combustibles fósiles, mientras que su demanda es grande y va creciendo en la medida que aumenta la po- | |
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blación y el consumo per capita, de manera que nosotros vamos, casi literalmente, a ‘aventar’ estos recursos en muy corto espacio de tiempo. En los Estados Unidos o en el mundo, el periodo entero de combustibles fósiles será una era de transición entre la época en que se quemaba la madera y aquella en que ‘quemaremos’ el núcleo atómico. El problema es cómo pasar de una a otra. Por ejemplo, la gasolina es el combustible de mayor importancia para los Estados Unidos, por cuanto la viabilidad económica del país depende de la movilidad. A mi juicio, el motor de combustión interna es la más infernal de las invenciones que jamás se hayan hecho, pues para mí esta máquina es más revolucionaria para el siglo xx y su economía que la energía atómica. Podrá parecer un tanto extraño que un físico nuclear haga tal predicción, pero hay que considerar que me refiero al siglo xx. Acabo de terminar un libro, al que he titulado The Logaritmic Century (El siglo logarítmico). Llamo logarítmico al siglo porque cuando se traza la curva que expresa el movimiento de cualquier cosa (sea el consumo de cigarrillos, la producción de kilovatios-hora de electricidad o el número de litros de gasolina quemados por año), resulta que todo asciende logarítmicamente. De esta manera, cuando analizo el curso de los acontecimientos en el siglo xx, encuentro que los Estados Unidos han estado guiando al resto de las naciones. Y las ha estado conduciendo a tal paso que resulta realmente increíble que nosotros, en este país, con nuestro alto grado de refinamiento tecnológico, no hayamos previsto las escaseces a que ciertamente estamos llegando. Estamos ciegos, y de ello tiene la culpa nuestro sistema democrático. Nuestro sistema democrático mide políticamente por periodos de dos, cuatro y seis años, que son la respectiva duración de los mandatos de nuestros diputados, el presidente de la nación y los senadores. La duración de estos mandatos hace que los correspondientes mandatarios tengan su pensamiento condicionado por el plazo hasta la siguiente reelección. Les resulta dificilísimo pensar en unidades temporales de veinticinco, cincuenta o cien años, plazos que ellos piensan no tienen importancia para sus electores. Éste es el defecto fundamental del sistema democrático, y tenemos que corregirlo. Por consiguiente, acojo con beneplácito los estudios como el del mit, pues nos sacuden un tanto. Pueden no gustarnos, pero nos hacen mirar al futuro, y es el futuro adonde debemos orientarnos. Por ejemplo, decía hace unos mo- | |
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mentos que la gasolina es el bien más crítico para mantener en marcha a los Estados Unidos. Dos tercios de la población de los Estados Unidos habita en un centenar de áreas metropolitanas, extensos complejos de ciudades centrales, pueblos y aldeas, intercomunicadas por congestionadas carreteras, recorridas diariamente, del centro a la periferia y en sentido contrario, por millones de toneladas de vehículos. Estas corrientes centrípeta y centrífuga constan en gran parte de automóviles que transportan, en promedio, 1.2 pasajeros cada uno. He calculado lo que llamo costo en energía de tal transporte, y es fabuloso. Incidentalmente, al calcular mis costos en energía tengo en cuenta no solamente el de la gasolina, sino también tiempos de energía, el costo del automóvil, el del servicio para éste, el de las reparaciones, etcétera.
El ‘fondo’, como lo llamaría McLuhan.Ga naar voetnoot2
Sí. Y cuando hago ese cálculo, descubro que tenemos en nuestras manos una máquina extremadamente consumidora de energía. Pero estamos metidos en un callejón sin salida. Nuestro pueblo se ha extendido tanto en prolongaciones de figura amibiana que es casi imposible idear un sistema de transporte masivo eficiente y de costo razonable capaz de dar servicio a gente que vive a 16 kilómetros del centro de la ciudad.
Doctor Lapp: Japón padece el mismo problema. En China, Chou En-lai dijo hace poco a un visitante que en Pekín hay millón y medio de bicicletas. Al parecer, no le gustaría remplazarlas por automóviles. Holanda está excedida en automóviles. Todo el mundo sufre ahora la misma enfermedad. ¿Cómo acometer el problema en escala mundial?
Bueno, precisamente. De hecho ya he dibujado una pequeña gráfica (la cual, por supuesto, no es fácil de introducir en la conversación) en la que he trazado la proyección del número de automóviles que habrá en el mundo en el año 2000. Es sencillamente estremecedora, pues al mismo tiempo que construimos tal número de automóviles tratamos de hacerlos menos contaminantes, y en el proceso vamos hacia atrás. Estos automóviles llevan motores de baja compresión y toda suerte de artefactos contra la contami- | |
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nación, que consumen energía. El resultado es que los automóviles que ahora entran en las ciudades o salen de ellas rinden únicamente ocho millas por galón (4.2 km/1). A mí me preocupa mucho más la conservación de nuestros recursos que la contaminación, pues creo que si no podemos mantener a nuestro pueblo en movimiento (si no podemos llevar a la gente de aquí para allá, de su casa al trabajo, a los mercados, etc.) nuestra economía quedará obsoleta. La situación es terriblemente mala, ¿sabe usted? Es fácil decir que hay soluciones. Magnífico. Si en lugar de un Cadillac lleva usted un Volkswagen, obtendrá usted más kilómetros por litro. Pero imagine usted qué pasaría si alguno de la Casa Blanca dijese a la General Motors que fabricara Volkswagen. Supongo que lo haría gustosa si pudiera venderlas al precio del Cadillac. Pero, ¿qué ocurriría con las acciones de la General Motors si vendiera Volkswagens al precio del Volkswagen? Éste es el corazón de nuestra economía. Alrededor de una por cada seis y media personas en los Estados Unidos tiene su empleo engranado con su automóvil. Cuando se hacen experimentos con la economía del automóvil, cuando se altera la producción de Detroit, la economía entera del país se modifica. En consecuencia, antes de ponernos a hablar de contener el crecimiento, hemos de tomar en cuenta que tal hecho habrá de tener graves consecuencias. Por tanto, creo que los economistas tienen razón al decir que, para proyectar el futuro, debe introducirse en el modelo el sistema de los costos. De hecho, al analizar muchas cosas, he hallado una gran diversidad de limitaciones impuestas a varios sistemas de energía o varios sistemas de bienes. En el caso de los cigarrillos, el mercado está prácticamente saturado. Quiero decir que podrían fumar algunas personas que ahora no lo hacen, pero no es posible aumentar mucho más el mercado, ya muy cercano a la saturación. A este respecto, el perjuicio biológico es un factor limitador. En el caso de las plantas energéticas, la limitación estriba en nuestra capacidad para construirlas y financiarlas. Creo que éste es un factor más limitador que ningún otro. A fines del siglo tendremos un millar de plantas energéticas nucleares, cada una de un millón de kilovatios. Estas plantas habrán costado una gran cantidad de dinero, lo que es un problema, incluso para los Estados Unidos con toda su riqueza. Pero piense usted lo que significaría para un pequeño país el ascender por la escalera industrial si | |
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hubiere de hacerlo por la ruta nuclear. Habrían de pagar casi el mismo precio que nosotros estamos ahora pagando. Casi me inclino a creer que una de las consecuencias de la energía nuclear va a ser que los países ricos aumentarán aún más su riqueza, mientras que las naciones pobres se empobrecerán todavía más. Pongamos en perspectiva algunos de estos problemas relacionados con la energía. Los Estados Unidos, por supuesto, son ricos en energía. Consumimos energía como si ésta no hubiere de agotarse jamás. En realidad, el norteamericano no puede creer, aunque se lo han dicho muchas autoridades en la materia, que la energía se acabe alguna vez. Dice que el problema de la energía es una invención de la industria petrolera. Esta industria lo que quiere es vender, obtener más alto precio y vender más petróleo. En realidad, todavía tardará algún tiempo la industria del petróleo en darse cuenta de la situación, pues habitualmente sólo piensa en términos de unos quince años por adelantado. Pero ahora ya tenemos problemas aquí. Cuando miramos a otros países, la India, por ejemplo, vemos que en ella habita el 15% de la población mundial y sólo consume el 1.5% del total de energía que gasta el mundo entero, y aun gran parte de esa energía la obtiene quemando excremento de animales. Es un país verdaderamente atrasado, ¿pero que le sucede cuando desea trepar a un estado de desarrollo superior al actual? Tiene que obtener capital para su financiamiento. Ahora bien, ¿cómo van a arreglárselas los países menos desarrollados para obtener el dinero con que financiar su desarrollo? ‘Bueno, podemos construir un complejo de energía nuclear, el cual producirá mucha electricidad para fabricar productos químicos y mover las bombas que surtirán agua para el riego agrícola, pero para ello es necesario tener capital.’ |