Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd
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Nueva York. Ha efectuado trabajo de campo en el Ártico, Borneo, Siberia y Nueva Guinea. Sus dos libros más recientes son: Eskimo Realities y Oh, What a Blow That Phantom Give Me! ¿Diría usted que Los límites del crecimiento, es decir, la preocupación acerca de la ecología, la sobrepoblación y la contaminación, nos ofrece una nueva forma de conocimiento que puede orientar a la humanidad, como dice Skinner,Ga naar voetnoot1 hacia su meta la supervivencia?
Lo que yo pienso es que debemos comenzar por enterarnos exactamente de lo que está ocurriendo, antes siquiera de intentar la respuesta a estas preguntas. Ha sido frecuente contestarlas sin ninguna investigación seria de los problemas y los procesos que tenemos planteados en este momento. En el campo de la antropología, los estudios que ahora están apareciendo pertenecen al mundo de Alicia en el País de las Maravillas.Ga naar voetnoot2 Nada tienen en común con lo que realmente está sucediendo. He trabajado con los medios de comunicación en nuestra cultura y después en otras culturas donde ahora están penetrando los medios electrónicos. Hemos hallado que si se desea destruir alguna cultura, las armas más poderosas de que disponemos, más mortales que la difteria, son los medios electrónicos. Son más baratos y más eficaces que los rifles. Con los medios electrónicos puede suprimirse cualquier cultura en un instante. Esto es exactamente lo que está sucediendo. Y lo irónico del caso es que estos medios se vuelven contra nosotros y eliminan nuestra cultura y todo lo que representa la civilización occidental. Los medios electrónicos obstruyen la cultura, pues sustituyen el ambiente cultural por el ambiente de los medios. Ya no es como con el capitán Cook, que recorría varias y diferentes culturas; ahora, simplemente, pasamos de unos medios a otros. Un simple ejemplo: a menudo he puesto cámaras en manos de individuos de culturas primitivas y les he enseñado a tomar películas.
¿En Nueva Guinea? | |
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En Nueva Guinea, entre los esquimales y en otras regiones. Siempre he obtenido los mismos resultados. Al comienzo, siempre había pensado que los aborígenes usarían las cámaras en forma que reflejara su cultura, sus percepciones y sus valores. Pero nunca fue éste el caso. Por el contrario, lo que ellos hacían eran filmes. La respuesta es que los medios engullen las culturas. El aborigen dejaba tras él toda su cultura e ingresaba en el mundo de la cámara. Los filmes hechos por él eran indistinguibles de los hechos por nosotros. En los Estados Unidos, si visita alguna reservación de indios, éstos le dicen a usted: los agentes de bienes raíces nos robaron nuestra tierra, los mercaderes se llevaron nuestras pieles y ahora los misioneros quieren nuestras almas. Y ríen. La conclusión es que ellos han perdido sus tierras y sus pieles, pero no van a perder sus almas. He oído a un indio decir en la televisión que los misioneros no habían logrado robar su alma, pero la televisión lo había conseguido en forma jamás soñada por misionero alguno. ¡Ahora la televisión controlaba su espíritu! Le daba identidad y se la quitaba, al mismo tiempo. La cultura se convierte en víctima automática de los medios de información. Los medios se constituyen en nuevos ambientes, y en un solo día podemos recorrer muchos de ellos. No queda lugar para la cultura, que va desapareciendo. La cultura es ahora un mito mantenido por los antropólogos y otra gente, algo del pasado. ¿Dónde la encuentra usted?
¿Qué importancia tiene la pérdida de la cultura?
Para mí, la cultura es el espíritu encarnado. Con los medios electrónicos sólo hay espíritu, puro espíritu.
Al parecer de usted, ¿hasta qué punto es esencial la cultura para la vida del hombre, o para sus facultades creadoras, para que pueda conformar por sí mismo su vida?
No lo sé, aparte del hecho de que en todos los Estados Unidos, parece haberse despertado el hambre de cultura a medida que ésta desaparece. Repentinamente nos hemos dado cuenta de lo que hemos perdido. Los medios electrónicos han hecho ángeles de nosotros, no en el sentido de tener alas o ser buenos, sino por haber divorciado nuestra carne de nuestro espíritu, haciendo posible que nos traslademos en | |
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un instante a cualquier lugar. En el momento en que usted toma el teléfono, su espíritu está a la vez en ninguno y todos los lugares del espacio. En la televisión, Nixon está en todas partes simultáneamente. Ésta es la definición de Dios por San Agustín: ‘Un ser cuyos límites no están en parte alguna y cuyo centro está en todo lugar.’ Hoy, el espíritu puro toma precedencia sobre el espíritu encarnado. Usted se encuentra al extremo de una línea telefónica y espera que un oficinista atienda su llamada; suena el timbre y el oficinista responde a usted. Nosotros aceptamos esto. Nadie protesta. Admitimos que el espíritu puro es lo primario. Pero el peligro está en que, para ingresar en los medios, la gente ha de convertirse en puro espíritu; en los medios sólo puede entrarse sin el cuerpo, como cosa puramente inmaterial. En los Estados Unidos, la gente joven, dándose cuenta de esto, sintiéndolo, da vuelta atrás y trata de redescubrir su cuerpo. Los jóvenes beben vino, apetecen comidas ricas o especiadas, se interesan por la tierra y caminan descalzos; intentan volver el espíritu a la carne. Pero los medios no tienen lugar para la carne.
La radio creó a Hitler. Y ahora mismo, ¿qué está creando la televisión en escala mundial?
En tiempos de Hitler, la radio fue apenas el comienzo de lo que ha sucedido. Hoy, la droga que realmente nos sume en el ‘viaje’, el verdadero ‘viaje’ íntimo, es la televisión; y para mucha gente es fundamental. Esta gente considera el mundo exterior como algo sucio, desordenado, no gratificante; en consecuencia, se adentra en los medios de comunicación y vive en ellos. Para ella, esto es la realidad. He realizado algunas sencillas pruebas con estudiantes. Conseguí la película Patton y la exhibí en clase...
¿El general Patton?
La película sobre el general Patton. Después hice que los estudiantes leyeran dos libros, uno, el de A.J. Liebling, muy descortés para Patton, de quien afirma que fue honrado por batallas que nunca libró. Después les hice leer un libro sobre el mariscal Rommel, el adversario de Patton, que fue un hombre muy dueño de sí, preocupado por el bienestar de sus soldados, y que murió por tratar de matar a Hitler. Ahora bien, lo fascinante fue que los estudiantes disfrutaron por igual la película y los dos libros. Ninguno planteó | |
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la cuestión de la exactitud histórica. Ninguno preguntó qué versión era la verdadera. Después me hice con una copia del filme de Charles Laughton El motín del Bounty, que me había entusiasmado cuando yo era un muchacho. Lo proyecté ante la clase y después hice que los alumnos leyeran un relato sobre los amotinados, que fueron asesinos, violadores y alcohólicos. De los quince, sólo uno sobrevivió; los demás se habían asesinado entre sí. Después les hice leer una relación sobre la administración de Australia por el capitán Bligh, quien resultó ser no sólo un administrador capaz, sino un precursor del trato humano a la gente de mar. Los estudiantes disfrutaron con la película y los dos relatos y no vieron la necesidad de plantear la cuestión de cuál de las versiones era la verdadera. La gente joven ha prescindido de la realidad exterior, de la noción de la verdad histórica o de la realidad física. Sus padres habían deseado ver cosas; ver estrellas de cine; ver a la Joan Crawford real, oír a los autores leer sus trabajos. Querían ver al hombre pasar de una imagen a algo que pudieran tocar, ver, observar. Estas personas de las generaciones anteriores, si veían una reproducción de la Monna Lisa, iban al Louvre a contemplar el original. Deseaban ver la torre Eiffel exactamente como la habían visto en una reproducción. Los jóvenes de ahora no se comportan así. No sienten interés por estas cosas. Creo que éste ha sido uno de los cambios más monumentales de la historia humana. La gente ha desechado esta característica primaria de la civilización occidental, la de que toda experiencia, toda verdad, está sincronizada con un universo visible, observable. A los jóvenes esto no les importa. Aceptan muchos universos, muchas realidades. Para ellos, la televisión no refleja el mundo exterior, ni suponen que tal sea su función. Al joven no le perturba en absoluto el hecho de que nuestros noticiarios nada tengan que ver con la realidad. No esperan que así sea. Ya no se siente apremio alguno por verificar la historia.
¿Qué influencia ejercerá esto? ¿Qué cambios vamos a presenciar aquí, supuestamente causados por la estupidizante adicción a la televisión?
Precisamente ahora,Ga naar voetnoot3 en los Estados Unidos nos estamos | |
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aprestando para unas elecciones, una clara confrontación entre las realidades de la imprenta y la televisión. McGovern dice: Las ciudades se derrumban, la economía se ha trastro cado, la gente muere. Es decir, habla de una realidad física, histórica; pero nadie escucha. Nixon nos ofrece una soberbia representación en la televisión acerca de algo que sólo existe en la televisión.
¿Y nadie pregunta cuáles son los efectos en la realidad?
Nadie. El pueblo ríe de McGovern por su mala actuación en la televisión. ¡Y qué horrible es esto! Vea la realidad. Mire las ciudades. Permítame preguntarle: ¿Ha visto usted jamás, en ciudad alguna del mundo, tantos esquizofrénicos como aquí se ven?Ga naar voetnoot4 No en Calcuta, Bangkok o Río. Estamos en el decimosexto piso y, no obstante, el ruido es tan intenso que hace difícil la grabación magnetofónica. Ésta es la realidad. La intensidad del ruido en Nueva York ha llegado al punto de enloquecer a la gente. Usted puede verlo en las calles. Si camina usted cinco cuadras, verá individuos enloquecidos que gritan a los automóviles, a las bolsas de papel, profieren alaridos contra las bocas de las alcantarillas, o se hablan a sí mismos. Nunca habíase visto una cultura donde el medio enloqueciera a la gente. A Freud lo preocupaban los peligros que surgen de las relaciones humanas; pero nadie jamás nos advirtió que la intensidad del ruido habría de llegar al punto de impedirnos pensar. Como es natural, Nixon no se plantea estas cuestiones. Habla de un mundo como el de Alicia en el País de las Maravillas, y la nación entera disfruta con ello. McGovern es un hombre literario, rural, esencialmente decimonónico, que cree suficiente decir al pueblo que hay hambre y enfermedad y que esto puede remediarse.
¿Conoce usted la teoría de Skinner, según la cual ha de modificarse el ambiente para lograr que el individuo lleve una existencia más vivible?
Pavlov descubrió que no podía lograr nada de los perros si no controlaba totalmente el medio. Después, controlado el medio, vio que el más ligero cambio modificaba la conducta, descubrimiento que no pasó inadvertido de los marxistas. | |
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Pavlov goza de inmenso prestigio entre los marxistas, pues les enseñó cómo controlar a la gente mediante el control total del medio. Pero apenas comenzaba a hablarse de dominar el medio, cuando la gente se vio sumergida en otro distinto, el ambiente de los medios de comunicación. Yo puedo mostrar a usted en esta ciudad cosas de lo más notable. Verá usted personas caminando por las calles con los oídos taponados, escuchando radios de transistores. Conozco a un hombre que, cuando pasea con su hija, va equipado con un sistema electrónico, de manera que él y ella se hablan por radio, a través de sendos juegos de micrófono y audífono. Este hombre ha sido psicoanalizado por teléfono y por radio.
¿Adónde va a llevarnos este poder de los medios de comunicación?
Los antropólogos jamás se han ocupado de tales medios.
¿Ha hecho usted estudios especiales?
Sí. Pero estos estudios han sido absolutamente inaceptables para los antropólogos interesados por la cultura. Para ellos no existen los medios de comunicación. Sin embargo, no encuentran el menor inconveniente en verter la cultura en libros. En Nueva Guinea llegamos a una aldea cuyos habitantes sabían lo que era una cámara cinematográfica. Habían visto películas realizadas por el gobierno y les interesaba el cine. Cuando nosotros llegamos, estaba a punto de comenzar una ceremonia sacratísima para la iniciación de los muchachos, de la cual estaban absolutamente excluidas las mujeres, bajo pena de muerte. Se había erigido una gran estructura ceremonial, de casi nueve metros de altura, para evitar que alguien que no fuera un varón ya iniciado pudiera presenciar el acontecimiento. Precisamente al ir a comenzar la ceremonia -yo no había osado preguntar si podía filmarla- los celebrantes se acercaron a nosotros y nos preguntaron si íbamos a filmarla. Les respondimos que nos encantaría hacerlo. Entonces nos preguntaron si una mujer que formaba parte de nuestro grupo era camarógrafa. Les contesté que era la mejor de los tres camarógrafos que iban con nosotros. A continuación, los ancianos hablaron entre ellos y nos dijeron: ‘Queremos que ella también filme.’ No sólo la invitaron, sino que interrumpieron la ceremonia para per- | |
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mitirla recargar la cámara, mostrarle el mejor lugar para colocarla y ayudarla en todos los sentidos. Al terminar, nos pidieron que pasáramos la pista de sonido, de manera que ellos pudieran escucharla. Después nos hicieron prometerles que regresaríamos con la película para que ellos la vieran. Habían planeado erigir otra estructura sagrada y proyectar el filme. Después nos anunciaron que ya no iba a haber más iniciaciones involuntarias, y nos ofrecieron en venta los más sagrados objetos que poseían, los tambores de agua. Nos informaron que, teniendo la película, ya no iba a ser necesario iniciar a los muchachos. Los medios se habían impuesto. Hace aproximadamente un año fui invitado a participar en un seminario abierto, en una universidad canadiense, sobre la vida de los esquimales. En el programa participaban algunos esquimales. Hablé acerca de lo que conocía y amaba de la cultura esquimal y de la experiencia que había tenido con los esquimales en otro tiempo. Algunos jóvenes esquimales presentes se mostraron furiosos. ‘Eso no es cierto’, dijeron. Entonces comenzaron a explicarme cómo era la cultura esquimal, tal como la conocían a través de los medios, sin jamás haberla experimentado, ¡vea usted!, sino a través de los medios. Conocían su arte únicamente a través de filmes y libros, a través de la propaganda del gobierno, a través del mundo de Walt Disney. Finalmente, uno de los esquimales dijo: ‘No nos diga usted qué o quiénes somos nosotros. Eso son mentiras de hombres blancos. Lo sabemos.’ El colérico indio norteamericano de hoy nada sabe de su herencia cultural. Todo lo que sabe es la imagen que de ella dan los medios. Representa, teatraliza esta imagen, y es explotado ahora de una manera tal que deja pálida la explotación ancestral.
¿Y los negros de los Estados Unidos?
Nada saben de su pasado, excepto los aspectos de explotación. Cuando se hallan ante el arte y la música grandes de su herencia no las reconocen. Ni siquiera saben de sus héroes. Pregunte a los negros de una universidad quién fue Paul Robeson,Ga naar voetnoot5 y nada sabrán decirle. Lo único que conocen es la identidad que les muestra la televisión; esto es lo que creen y esto es lo que son. | |
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Profesor Carpenter: ¿Cómo resumiría usted el impacto de los medios electrónicos sobre la vida del planeta? Sé que la pregunta es difícil, pero ¿cuál cree usted que sea el efecto de la televisión de aquí a, digamos, treinta años, cuando se imparta enseñanza a las aldeas indias por medio de satélites, satélites programados en los Estados Unidos u otro lugar?
No me preocupa tanto el contenido de los medios como los medios mismos. Para mí, el verdadero efecto de la televisión es que separa el espíritu de la carne de una manera que no lo hace la imprenta. Creo que hay ciertas enrevesadas razones, porque, con la imprenta, aunque se tiene una imagen divorciada de la carne, siempre obra el apremio de regresar a ésta, a la cosa física. No sucede lo mismo con la televisión y demás medios electrónicos. Estamos hoy presenciando esta mudanza, el abandono de la pura esencia de la civilización occidental. La sincronización de los sentidos y la sincronización de todas las experiencias era como una marcha cerrada, al mismo paso, en la que todo se dirigía hacia un solo propósito, una sola meta. Era posible así la organización de gran número de personas. Podíase así producir en masa las cosas, tener líneas de montaje, ejércitos y burocracia. Esto fue posible mientras dominó lo impreso, porque éste producía un tipo de persona que usaba sus sentidos y su inteligencia en forma muy restringida, sincrónica y directa. |
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