Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd
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21. Ernest MandelNacido en Bélgica en 1923, Ernest Mandel es uno de los más notables economistas marxistas de Europa. En su libro, recientemente publicado, Decline of the Dollar, a Marxist View of the Monetary Crisis (Monad Press, Nueva York, 1972), analiza la profundización de la crisis del sistema monetario internacional. ¿Cuát es su impresión de Los límites del crecimiento?
Una impresión de satisfacción y otra de irritación. Satisfacción porque estos caballeros, que nada tienen que ver con el marxismo y son de extracción burguesa, han descubierto ahora, con ciento veinticinco años de retraso, en relación con Marx, que el crecimiento anárquico, sin planear, inconsciente e incontrolado amenaza no sólo los cimientos de la riqueza material, sino las condiciones físicas para la supervivencia de la civilización humana. Y amenaza no sólo las condiciones para la perduración de la civilización humana, sino aun las condiciones físicas para la supervivencia de la especie humana. Marx comprendió esto desde el comienzo de su análisis teórico. En su juventud ya había escrito que el capitalismo amenazaba con transformar las fuerzas de producción en fuerzas de destrucción. En uno de los más notables pasajes del primer volumen de El Capital, su más importante obra, dice que el desarrollo del capitalismo socava constantemente y amenaza destruir los dos resortes de la riqueza: el trabajo humano y la naturaleza. Vemos ahora que los economistas capitalistas y los científicos académicos han acabado por comprenderlo. Esto es motivo de satisfacción. El motivo para la irritación es que estos señores todavía no han descubierto el mecanismo básico que conduce a tales resultados. Por consiguiente, las conclusiones que extraen | |
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de su análisis y las soluciones que proponen son en parte inadecuadas y en parte peores que los males que tratan de remediar. ¿Cuál es la razón fundamental de este potencial destructivo del crecimiento capitalista? Es la contradicción entre la racionalidad económica parcial y la irracionalidad socioeconómica global incrustada en la economía del mercado, que es la base del sistema capitalista. ¿Qué es lo racional desde el punto de vista capitalista? Todo lo que aumenta la ganancia de las empresas particulares. Por supuesto, este mecanismo tiene un elemento de racionalidad. Sería tonto negar que capacita a las empresas para combinar recursos económicos en forma que hace posible medir los costos y resultados globales, pero globales sólo desde el punto de vista de la firma en cuestión. ¿Por qué es esto racionalidad económica solamente parcial? Porque cualquier firma que desee reducir costos o maximizar la ganancia o su crecimiento sólo puede hacerlo combinando y comparando ingresos y gastos mediante la vara de medir del dinero. Todo aquello no valorable en dinero o que no produce remuneración monetaria es, por definición, eliminado del análisis. Quedan así eliminados los ‘bienes gratuitos’ y los valores humanos, el aire, el agua, la belleza, los paisajes, la solidaridad, la expresión o la mutilación del talento individual, etcétera, de toda comparación entre costo y beneficio, por cuanto son entes que carecen de precio. Por tanto no se miden en términos de costo. Por otro lado, bajo el capitalismo moderno, un número de costos cada vez mayor es socializado. Las empresas no pagan por ellos, quien paga es la humanidad. Las enfermedades, las consecuencias de ciertas condiciones de vida o de trabajo, la educación, las condiciones para ciertos tipos de trabajo, el desempleo creado por los despidos, ¿quién paga todo esto? Es la sociedad la que paga casi todos estos costos, no los empresarios. Por tanto, desde el punto de vista del patrón, resulta perfectamente racional tomar decisiones que conducen a un crecido despilfarro de bienes gratuitos y valores humanos, a un aumento de los costos sociales. Desde el punto de vista social global, resulta irracional ‘ahorrar’, por ejemplo, un millón de dólares, mediante el despido de obreros, siendo así que este despido cuesta a la sociedad dos millones de dólares, sin contar la miseria humana. Sin embargo, desde el punto de vista de la empresa, resulta perfectamente racional. En la base de esta contradicción entre la racionalidad eco- | |
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nómica parcial y la irracionalidad socioeconómica global yace la cuestión de las metas humanas: ¿Cuál es la meta última de la actividad económica? Los marxistas creen que la respuesta es evidente: la meta de la actividad económica debe ser aumentar la felicidad humana, llevar la máxima cantidad de felicidad al máximoi número de personas, fomentar un desarrollo tan armonioso como sea posible de las capacidades humanas de todos los individuos. Pero los economistas capitalistas y todas las instituciones de la sociedad occidental levantan la señal de alto y exclaman: No, no, no. Felicidad, perfeccionamiento humano, personalidad; esto no es medible, no puede valorarse en dinero. Por el contrario, nosotros podemos expresar buen número de abstracciones, de abstracciones arbitrarias, como ingresos en cifras. Lo que ingresa puede cuantificarse. La ganancia puede cuantificarse. Los recursos mensurables en precio monetario pueden cuantificarse. Resulta así que la meta de la actividad económica es maximizar la ganancia, cualesquiera sean las consecuencias en felicidad o infelicidad, en perfeccionamiento o mutilación de las facultades humanas. Llegamos con esto a lo que tiene de injusto el capitalismo y de las razones por las que el capitalismo pone en riesgo la supervivencia de la humanidad. Dado el presente potencial científico y tecnológico de la humanidad resulta simplemente absurdo e irracional medir los recursos con que ésta cuenta con la única finalidad de maximizar el ingreso, especialmente el ingreso de aquellos que controlan el sistema económico, es decir, maximizar la ganancia.
Esto mismo es lo que recientemente decía Heinrich Böll, al preguntarse a sí mismo: ¿Qué clase y cuántas clases de violencia se ocultan dentro y detrás de una sociedad basada en la ganancia? Aquí lo tenemos. Violencia, atentada por la sociedad de ganancia -esto es exactamente lo que usted explica.
La palabra violencia dice demasiado poco. Es la suma de toda la injusticia, coacción, amargura, desigualdad y despilfarro; de todos los resultados malos, asociales, inhumanos e inmorales de una sociedad basada en la competencia, en la lucha individual por la vida; resultados que son las dolencias fundamentales que, en último análisis, causan el tremendo despilfarro de recursos, de recursos humanos y materiales, que ahora se manifiesta en la crisis ecológica. | |
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MansholtGa naar voetnoot1 durante una asamblea de un sindicato holandés de trabajadores jóvenes (de veinte a veintiséis años), les preguntó si estaban dispuestos a compartir la riqueza de esta parte del mundo con el tercer mundo. La respuesta fue: ‘Sí lo estamos, pero no mientras prevalezca el sistema capitalista.’ Entonces preguntaron a Mansholt por qué seguía trabajando en la dirección del sistema, a lo cual replicó: ‘Es la única manera de que yo pueda hacer algo, desde dentro.’
No estoy de acuerdo porque creo que la irracionalidad de este sistema es tan grande, tan monstruosa, tan completa, que nadie puede cambiarlo desde dentro. Cualquier intento de reformar el sistema desde dentro lo único que consigue es introducir nuevas contradicciones, nuevas formas de derroche, nuevas formas de injusticia, en lugar de las existentes. Un ejemplo basta. La grave crisis ecológica ha suscitado muchas discusiones entre los economistas. Una de las sugerencias propuestas por los defensores del sistema capitalista es la siguiente: Como muchas de las decisiones erróneas, en tecnología y en inversiones, que han conducido a la crisis ecológica están relacionadas con los bienes gratuitos, bueno, suprimamos los bienes gratuitos. Si el aire tuviera un precio, si el agua tuviera un precio, el desperdicio de estos recursos desaparecería. Se percata usted de las monstruosas consecuencias. Habríamos de pagar un precio aun para respirar, siendo así que ni siquiera con ello se resolvería el problema de la contaminación. Pues en las presentes condiciones económicas, el poder de los grandes monopolios es tal que siempre tienen la posibilidad de transferir a los consumidores cualesquiera costos adicionales que se les impusiera por contaminar el aire. Sería entonces la masa del pueblo quien pagara por las decisiones erróneas. Así no se eliminarían estas decisiones erróneas.
Usted ha discutido recientemente con Mansholt, ¿qué piensa usted de él?
Hace lo más que puede, como socialdemócrata, como reformista liberal. Es una buena persona. Por supuesto, lo prefiero a los conservadores, los reaccionarios, los fascistas. | |
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Resulta un ‘mal menor’, para la sociedad y para el movimiento de la clase obrera, el que gobiernen estas personas, en lugar de reaccionarios, pero nada pueden resolver. El balance de su política agrícola en el mercado común europeo es una enérgica confirmación de lo que digo. La irracionalidad global del sistema económico en que vivimos queda claramente expresada por esa cosa terrible que ha ocurrido con la agricultura en los últimos siete u ocho años, cuya causa ha sido el estar forzados a desenvolvernos en el marco de una economía de mercado, a calcular en precios monetarios, en ingresos e inversiones en dinero. Se produjo primero una campaña para destruir la mantequilla, pues se alegaba que había exceso de ella: doscientas cincuenta mil. toneladas de mantequilla invendible en el Mercado Común. Después se desarrolló una campaña para matar un cuarto de millón de vacas, pues se pretendía que había demasiadas y producían mantequilla en exceso. Esto en sí era ya una impudicia: ¡Destruir alimento en el hemisferio norte, con el pretexto de que la cantidad de que se dispone es tanta que resulta imposible venderla con ganancia, mientras hay tanta hambre en otras partes del mundo! Pero unos años después, estos sabios administradores hicieron un horrible e imprevisto descubrimiento: Si disminuye el número de vacas, baja también el de terneras, y si hay menos terneras, tendremos menos carne. Ahora han descubierto que existe un déficit de un millón de toneladas de carne (res y ternera) en la Europa occidental, y los precios se disparan a las nubes. ¿No hubiera sido mil veces más razonable medir en términos físicos las necesidades de carne y mantequilla del pueblo europeo, asegurar a los campesinos un ingreso permanente independiente de las fluctuaciones de los precios y ceder al ‘tercer mundo’ la parte de la producción que no hubiera podido consumirse aquí? Aun desde el punto de vista puramente económico, esta solución hubiera implicado menos derroche que la cíclica repetición de la sobreproducción y la subproducción, con sus respectivas secuelas de derrumbes y sobrealza de los precios, que la solución introducida por Mansholt en el Mercado Común en los últimos años, Y no porque él deseara, sino porque se vio forzado a proceder así, como administrador que era de esta economía de mercado capitalista.
Cita usted a Herbert MarcuseGa naar voetnoot2 en relación con el problema | |
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de los obreros y la revolución permanente.Ga naar voetnoot3 ¿De qué manera podrían los trabajadores de esta parte del mundo influir sobre una ingeniería más racional de nuestra sociedad?
En último análisis todo depende de la clase obrera. La clase obrera es la única clase de la sociedad que podría organizar ésta de una manera radicalmente distinta de como lo está ahora. Digo podría, lo que no quiere decir que lo hará necesariamente. De otra manera yo no estaría en el movimiento revolucionario en que estoy. Creo que los obreros necesitan ser educados, organizados y ayudados a lo largo de su camino. Constituyen la única fuerza que posee el potencial material y social para reorganizar la producción y el consumo sobre una base radicalmente distinta de la que sirve de fundamento a la organización de la economía de mercado, base a la cual llamó Marx la de la asociación de los productores. La masa de los productores y consumidores de la sociedad habrá de decidir por adelantado, consciente, deliberada y democráticamente y de manera bien informada, cuáles son las prioridades a que se atendría el uso de los recursos económicos y la manera en que éstos habrían de combinarse. De esta manera quedaría eliminado el 95% de los procesos que han conducido a la crisis ecológica. Sólo por medio de tal economía, una economía socialista planificada sobre una base democrática de autogestión, podremos liberarnos del actual crecimiento anárquico y canceroso y sustituirlo por lo que yo llamaría crecimiento planeado domesticado, es decir, un crecimiento sometido al control de la humanidad, con vistas a alcanzar cierto número de metas prioritarias para ésta.
¿Es la expansión tecnológica la causa principal de la actual crisis del medio o la peligrosa situación del planeta?
No, no lo creo. La tecnología ha sido de enorme ayuda para la humanidad, para hacer la vida más cómoda y posibilitar una sociedad socialista, una sociedad de seres humanos iguales y libres. Lo que la tecnología tiene de perjudicial es el haberse desviado de manera irracional, por haberse puesto al servicio de los intereses privados. Diría yo que la | |
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intensificación de las consecuencias destructoras de la tecnología ocurrió fundamentalmente durante los últimos treinta o cuarenta años, y sólo como consecuencia de unos cuantos avances tecnológicos que ahora nos parecen evidentemente irracionales. Es erróneo afirmar que todos los avances tecnológicos aumentan los daños ambientales.
Su razonamiento parece seguir la línea del de Barry Commoner.Ga naar voetnoot4
Sí. Creo que Commoner y otros cuantos ecólogos han hecho una importante contribución a la mejor comprensión de este problema, y se apartan de lo que yo llamaría fórmulas místicas e irracionales. Todo comenzó con los usos irresponsables de la tecnología -usos no vinculados a cálculos o evaluaciones correctos del bienestar humano, sino subordinados exclusivamente a cierto número de intereses particulares poderosos. Le daré dos ejemplos: Uno es el desarrollo del automóvil. Había varias formas posibles de automóvil. La forma concreta elegida podría haberse desarrollado de manera que no produjese toda esa contaminación que conocemos. Se desarrolló de manera irresponsable, como resultado de las decisiones tomadas por monopolios clave de los Estados Unidos, poderosamente apoyados por el gobierno. El segundo ejemplo es el mismo que da Commoner relativo a la sustitución del jabón por los detergentes. Esto concierne al desarrollo de la industria química durante los últimos treinta años. A este respecto, el economista marxista coincide con los biólogos y ecólogos. Commoner afirma que la industria química ha creado una verdadera pesadilla ecológica, con su corriente de ‘nuevos productos’, habitualmente introducidos antes de haber podido medir sus perniciosos efectos a largo plazo sobre el medio. El economista marxista explica el porqué. La forma principal de plusvalía monopolista ahora existente es la renta tecnológica, la plusvalía tecnológica. Uno ha de lanzar constantemente nuevos productos al mercado a fin de disfrutar de tal plusvalía tecnológica. El tiempo para disfrutar de ella es limitado. Estas ganancias no suelen durar más de cinco o seis años. Commoner ha explicado que requiere más de seis años estudiar las consecuencias de un nuevo producto sobre el medio. Aquí tiene usted en un mínimo de palabras | |
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la esencia de la relación entre la naturaleza del capitalismo, el impulso hacia la ganancia, y la crisis ecológica.
¿Cómo ve usted los próximos veinte años para el hombre?
Creo que el final del siglo xx será decisivo para la historia de la humanidad. Estamos enfrentados, hace ya varias décadas, a esa elección decisiva que el marxismo clásico ha incorporado en la fórmula ‘socialismo o barbarie’. En el pasado se creyó que se trataba de una fórmula de propaganda. Hemos presenciado la segunda Guerra Mundial. Hemos presenciado Auschwitz. Hemos presenciado Hiroshima. Vivimos bajo la amenaza de la nube nuclear. Vivimos asimismo bajo la amenaza de la catástrofe ecológica, que el informe de Meadows ha traído correctamente a la conciencia del público, sean o no correctas y en exceso pesimistas sus predicciones. Nos damos cuenta con perfecta claridad de que el dilema socialismo o barbarie se ha hecho muy concreto. El desenlace se decidirá probablemente antes de finalizar el siglo. La humanidad ya no puede permitirse el lujo de la empresa privada en escala mundial, es decir, el uso libre e irresponsable de los recursos materiales. Este abuso ha de ser remplazado por una economía socialista planeada a escala mundial, a la que hemos de llegar en condiciones de mayor democracia y de mayor libertad para el individuo. Ésta es mi convicción. Ha de llegarse a tales metas en las mencionadas circunstancias, pues no existe cerebro maestro, ‘equipo de organización’ ni computadora que pueda dictar a tres mil millones de seres humanos lo que deben hacer. El problema sólo es soluble si se sitúa a todos los seres humanos en condiciones tales que puedan discutir y decidir entre ellos sobre cuáles sean las cosas racionales que deban hacerse. Antes que nada, están las prioridades clave y en qué medida acepta la gente el arduo trabajo necesario para convertirlas en realidades. Toda decisión impuesta coactivamente conducirá al fracaso. |