Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd17. Dennis GaborDennis Gabor nació en Budapest, Hungría, en 1900. En 1933 llegó a Inglaterra, y desde 1967 es miembro investigador principal del Colegio Imperial de Londres. En 1971 recibió el premio Nobel de física por su invención de la holografía. ¿Cree usted que Los límites del crecimiento es una publicación que era necesaria?
Ciertamente sí. Lo más interesante respecto a esta publicación es la reacción increíblemente violenta que ha suscitado, especialmente por parte de los economistas. Y es que los economistas, simplemente, no saben de otro medio para sostener en marcha una sociedad libre, sino el crecimiento económico continuo. Naturalmente, si éste tiene límites, los peligros son muy grandes. Arnold Toynbee ha escrito: ‘No podemos estar seguros de que, ni siquiera en Inglaterra, la democracia parlamentaria vaya a sobrevivir a la temible prueba de tener que volver a la forma estable de vida en el plano material.’ Vea usted, ahí está el peligro. Nuestra | |
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sociedad libre se precipita a situación tan calamitosa que algunas personas no ven otra salida que el totalitarismo. En mi libroGa naar voetnoot1 intento demostrar que puede haber una salida. Por supuesto, habríamos de sacrificar ciertas libertades, por ejemplo, la libertad del mercado de valores para llevarnos a la bancarrota en cualquier momento, o la libertad de los sindicatos para tomar como rehén al país entero. No podremos conservar esta suerte de libertades. Al mismo tiempo, no obstante, habremos de retener ciertas libertades esenciales. Me gustaría conservar la libertad de innovación para el hombre de empresa y la libertad de expresión para el escritor. Dudo de que esta segunda libertad pueda existir sin la primera. Piense que en la URSS, donde no hay libertad económica, Alexander Solzhenitsyn no puede publicar ni una sola línea.
¿Cree usted en la perfectibilidad del hombre?
Sí, sí creo en la perfectibilidad del hombre,Ga naar voetnoot2 sólo que, por desgracia, avanza lenta, muy lentamente. No hay duda, sin embargo, de que ha habido cierto progreso. Estamos más avanzados, por ejemplo, que los romanos. Durante el imperio romano o, incluso, el Renacimiento, el asesinato se consideraba como algo inevitable y como medio muy natural para desembarazarse de los enemigos.
El gran problema, por supuesto, es cómo amoldarnos a la ‘sociedad de crecimiento nulo’. Usted ha escrito que, en nuestra sociedad, esperanza se ha hecho sinónimo de crecimiento.Ga naar voetnoot3 Pero ¿cabe mantener viva la esperanza en una ‘sociedad de crecimiento nulo’, o para usar la expresión de usted, cómo ‘ingeniar’ la esperanza?
Nosotros, los profesionales, los intelectuales, podemos elevar nuestra posición, aumentar nuestro prestigio entre nuestros pares, en el curso de nuestra vida. Tal cosa es simplemente imposible para el hombre común. Éste ingresa en la fábrica, digamos a los dieciséis o a los dieciocho años, y después recibe el mismo salario hasta que sale de ella. Su única esperanza estriba en que, gracias al crecimiento de la | |
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sociedad o a la lucha de su sindicato, llegue a obtener una porción mayor de un pastel más grande. Comoquiera que sea, ello sólo significa obtener mayor porción del mismo pastel. En los últimos años hemos podido saborear por anticipado lo que sucedería en una ‘sociedad de crecimiento nulo’, pues el crecimiento de la nuestra se ha hecho poco más lento. En los tres países donde vivo, Estados Unidos, Inglaterra e Italia, la lucha de clases se ha intensificado. Lo que uno gana el otro lo pierde, pues no existe un fondo común creciente del que cada uno tome la parte que le corresponde. El crecimiento económico habrá de detenerse algún día, y el camino hasta llegar a este paro va a ser terriblemente doloroso. Nuestra sociedad libre carece en absoluto de mecanismos para ajustarse a la lentificación.
Usted cree en ‘la perfectibilidad del hombre’. Usted cree en ‘el crecimiento del hombre’ como vía al autoperfeccionamiento; pero, al mismo tiempo, cita usted la frase de Freud: ‘La salud mental es la ausencia de conflictos internos.’ Usted ha llegado a escribir: ‘Debemos respetar este hondo pesimismo, pero hemos de librarnos de él.’Ga naar voetnoot4 ¿Cómo?
La salud es algo más que la falta de conflictos internos. Y creo que esperanza es algo más que ausencia de desesperación. La sociedad puede quedar estacionaria, pero el individuo puede mejorar con la edad, aumentar sus conocimientos, conocer el mundo y estar en paz con él. No es cosa fácil, y si no, piense usted en todos esos intelectuales que odian nuestro mundo al punto de creer que nuestra primera obligación es destrozarlo.
En sus memorias, Somerset Maugham dice: ‘¡Cuánto habrán reído los dioses cuando añadieron la esperanza a los males con que llenaron la caja de Pandora!, pues sabían muy bien que era el peor de todos los males, ya que la esperanza es el engaño que resigna al hombre a soportar su miseria hasta el fin.’Ga naar voetnoot5
El pasaje es realmente impresionante. De todos modos, sigo prefiriendo una humanidad que conlleva esperanzadamente su infortunio a otra que lo soportara con desesperación. | |
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¿Es demasiado pesimismo para usted?
Excesivo. No hay duda de que Somerset Maugham fue un gran cínico. A menudo pienso por qué, siendo como soy un predicador de la esperanza, me atraen tanto los cínicos, como Maugham, Evelyn Waugh, Anatole France o el Aldoux Huxley de los comienzos.
Decía usted algo acerca de cómo los científicos y los industriales ilustrados podrían ayudar a encontrar una mejor salida para la humanidad.
Sí, y quizá sea éste el punto más importante. Yo me distingo bastante de otros futurólogos por ser descaradamente normativo. Creo en la eficacia de formular instrucciones y dárselas a los hombres de acción. Yo mismo he trabajado veinticuatro años en la industria. La industria ha arrinconado no sólo a buena parte del mejor talento tecnológico del mundo, sino a algunas de las personas más enérgicas y de más clara cabeza. Ésta es una fuerza que debe ser nuestra aliada en la gran transformación que llega. Creo en la empresa privada, pero no en la basada en el despilfarro competitivo. Antes que nada debemos combatir la contaminación. No es excesivamente difícil. Algunos ambientólogos han exagerado el problema. El ejemplo de Londres demuestra que es posible limpiar el aire y el agua sin gastar demasiado. El segundo problema es el del despilfarro. Estamos consumiendo los recursos del mundo de manera terrible e irresponsable. Mientras el cobre o el estaño sean baratos seguiremos gastándolos sin consideración a la futura escasez. Pero lo más importante, por supuesto, es conseguir a tiempo energía en abundancia, mediante la sustitución del petróleo y el carbón por la energía atómica, y de la gasolina natural por la sintética. Y debemos hacerlo antes de agotar el petróleo que brota de la tierra. La naturaleza lo ha ido formando y depositando a lo largo de cientos de millones de años, y nosotros lo vamos a agotar en unos cien años. Aquí es donde la tecnología puede ayudar, y por ello quisiera movilizar la ciencia y la tecnología enteras, para que nos dieran inventos, innovaciones, aunque de momento no fueran aprovechables, pero que nos serán indispensables si queremos llegar alguna vez a un equilibrio razonable.
Pero ¿cómo hacer para que los científicos y esas mentes des- | |
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pejadas influyan sobre los políticos a fin de que éstos tomen las decisiones necesarias?
A este respecto no soy tan pesimista como otras personas. Por supuesto, los políticos no son demonios. Los políticos están sujetos en una camisa de fuerza. Deben complacer a sus electores, quienes, por lo regular, son muy inferiores a ellos intelectualmente y, en ocasiones, también moralmente. No se alarme usted, pues lo que voy a decirle son simples hechos. El gobierno laborista ha logrado promulgar tres leyes, que, en mi opinión, son éticamente progresistas, contra el parecer de la mayoría del pueblo: las leyes sobre la homosexualidad, el aborto y la pena de muerte. No menos del ochenta por ciento del pueblo opinaba en favor de conservar la pena de muerte. Algo parecido ocurrió con la cuestión del Mercado Común Europeo. Si la cuestión se hubiera sometido a plebiscito, Inglaterra no habría ingresado en él.
¿Cómo hacer para movilizar a los científicos a fin de aumentar su influencia sobre las Naciones Unidas u otros organismos de administración mundial?
Lo primero, que los científicos hablen con una sola voz. Por ahora no hay unanimidad entre los científicos en cuanto a los resultados de Forrester y Meadows. Si han de hablar al unísono, deben comenzar por coincidir. Si así lo hicieren, creo que serían escuchados. Todo el ingenio que se aplicó a organizar el programa Apolo podrían igualmente aplicarlo algunas mentes claras a otras empresas. No piense usted en el ingeniero solamente como constructor de mecanismos que funcionan. Está ahora en desenvolvimiento una importante ciencia, la dinámica de sistemas, llamada en lenguaje ordinario ‘ciencia del software’. Atacamos ahora cuantitativamente sistemas muy complicados, a los cuales antes sólo cabía enfrentarse en forma cualitativa y muy imperfectamente. Se acabará por escuchar a los científicos, especialmente si logran algún éxito inicial en la organización de proyectos sociales. La condición sine qua non es que comiencen por ponerse de acuerdo entre sí.
Quizá venga al caso recordar que SkinnerGa naar voetnoot6 y ChomskyGa naar voetnoot7 viven en la misma ciudad, Cambridge, Massachusetts. Choms- | |
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ky hizo pedazos de Skinner en la New York Review of Books.Ga naar voetnoot8 Pregunté a Skinner si había discutido sus opiniones con Chomsky y me respondió que no. Más tarde, Chomsky me comunicó que él había revisado el libro de Skinner únicamente porque se le había pedido que lo hiciera. No quería discutirlo con Skinner, pues: ‘De todos modos, lo que Skinner había escrito era mera insensatez.’ Ambos viven en la misma ciudad. Discrepan violentamente entre sí. Bueno, ¿por qué no se reúnen? Si dos científicos que viven en la misma ciudad son renuentes a hablar entre ellos ¿cómo poner orden en la comunidad científica mundial?
Chomsky y Skinner son, por supuesto, científicos ‘blandos’; yo me refería en realidad a los científicos ‘duros’: físicos, químicos, bioquímicos, farmacólogos, etcétera.
Y hablando de científicos, ¿no deberíamos juntar a los ‘blandos’ con los ‘duros’?
Nada desearía más; pero como usted ha visto claramente, la cosa es muy difícil. Para nosotros, los científicos ‘duros’, resulta, por supuesto, un tanto ridículo que cualquier psicólogo con una pequeña idea propia forme en seguida su propia escuela. En las ciencias duras no tenemos escuelas ni partidos, y quizá, con el tiempo, lleguemos a penetrar también las ciencias blandas. La economía es ahora una ciencia que está endureciéndose.
Y hablando de la ciencia... La ciencia, aliada con el nacionalismo, ha creado una situación, según ha escrito usted, de la cual puede surgir una guerra que acabe con nuestra civilización. Hablábamos antes de la esperanza. ¿Tiene usted mucha esperanza en que con los primeros modelos planetarios de Meadows y Forrester podamos eliminar esa forma de nacionalismo y se imponga la razón?
A este respecto mi esperanza es grande, más aún que cuando escribí mi último libro, en el cual afirmaba que la probabilidad de una guerra nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en este siglo era nula. Mi optimismo no era tanto por lo que concernía a China, pero lo que desde entonces he leído respecto a ésta, lo ha aumentado. Es evidente que, mientras prevalezcan las enseñanzas de Mao, | |
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China no tratará de aniquilarnos. China parece encaminarse hacia cierto nivel tecnológico intermedio. No quiere convertirse en superpotencia industrial ni en sociedad de consumo. En ello veo realmente algo de la ‘sabiduría del Oriente’, acerca de la cual soy habitualmente bastante escéptico. Honradamente pienso que no necesitamos atormentarnos con la posibilidad de una guerra biológica en este siglo.
¿Podemos realmente eliminar las contiendas? ¿No es necesaria la lucha para el hombre? ¿No es la excitación tan necesaria como el pan de cada día?
Temo que tal sea el caso. Pero la excitación que nos están causando ahora las disputas industriales podrían llevarnos a una crisis tan grave que la mayoría de las personas pedirían un gobierno fuerte, lo cual, por supuesto, es otro nombre para la dictadura.
¿El regreso al fascismo?
Sin duda podría llevarnos al fascismo. He visto ese movimiento en nuestro tiempo, en Alemania, hace treinta años. Temo que ya haya signos de él en otros países, por ejemplo, aquí, en Italia, donde, como usted sabe, el fascismo ha venido creciendo, aunque sin llegar todavía a un grado peligroso. Pero en una sociedad libre debe quedar cierta forma de lucha, debe subsistir la excitación, y esperemos solamente que se mantenga a un nivel en que la vida sea posible.
¿No cree usted que la televisión nos está trayendo mucha contienda, en el peor sentido de la palabra?
Sin duda, en el peor sentido de la palabra, al presentar la violencia como algo natural. No obstante, juzgando en conjunto, opino que la televisión ejerce cierta suerte de efecto catártico sobre el noventa y cinco por ciento de las personas; un cinco por ciento tratan de emularla, es decir, en otras palabras, noventa y cinco por ciento de las personas se satisfacen con la violencia vicaria.
Sí, pero basta un solo asesino para matar.
Me temo que ese cinco por ciento signifique un verdadero peligro. Es algo parecido a esto: un cinco por ciento en un extremo de la escala intelectual hace avanzar el mundo, | |
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pero en el extremo inferior, otro cinco por ciento de débiles mentales (a veces no débiles mentales) criminales lo pone en peligro.
Una bala basta para trastrocar el mundo.
Así es, sin duda. |
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