Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd7. B.F. SkinnerEl profesor B.F. Skinner nació en 1904 en Susquehanna, Pennsylvania. Asistió al Hamilton College y estudió psicología en la Universidad de Harvard en 1928. | |
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temente en la lista de los libros más vendidos. Otros trabajos publicados: The Behaviour of Organisms (1938), Science and Human Behaviour (1953), Verbal Behaviour (1957), Schedules and Reinforcement (1957) y Technology of Teaching (1968). B.F. Skinner, el profesor de psicología de Harvard cuyos experimentos con ratas y palomas abrieron nuevos territorios a la ciencia de la conducta, ha ido interesándose crecientemente, durante los últimos años, por la condición humana y el problema de la supervivencia del hombre. Primero en su novela Walden Two (1948) y después en Science and Human Behaviour (1953), ha escrito acerca de la necesidad de rediseñar las culturas, a fin de que los seres humanos puedan vivir vidas más gratas. En 1971, cuando publicó Beyond Freedom and Dignity, consideró la reestructuración de las culturas como imperativa para la supervivencia. Fue este libro el que conquistó para Skinner un numeroso público. Gran parte de las cosas que en él expone ya las había dicho antes; pero esta vez ese gran público, alarmado por la triple amenaza de la contaminación, la sobrepoblación y la guerra, estaba dispuesto a escuchar. El tema de Beyond Freedom and Dignity es que el hombre, | |
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para subsistir, está obligado a elaborar una tecnología conductal basada en los principios de la psicología operante que el propio Skinner había delineado en su primer libro, The Behaviour of Organisms. Esta tecnología, ahora en las fases iniciales de su desenvolvimiento, permitiría al hombre controlar su comportamiento mucho más precisamente de lo que hasta ahora le había sido posible. Tal como Skinner lo ve, dos principales barreras, ambas reliquias de la filosofía racionalista del siglo xviii, obstaculizan el camino hacia una utopía conductal: el fútil deseo de libertad sin control y su ciega fe en la dignidad humana. El hombre jamás puede ser libre, dice Skinner, pues el análisis científico que el psicólogo operante ha hecho del comportamiento humano ha demostrado que todos los actos del hombre están casi exclusivamente controlados por su medio físico y social. Asimismo, la dignidad es una ilusión, pues el hombre no puede atribuirse el crédito por su propia conducta. El libro de Skinner ofendió a muchos lectores, y ello no es de sorprender. Sus pronunciamientos, como otrora fueran los de Darwin y Freud, representan una visión del hombre radicalmente distinta de su tradicional imagen de sí mismo, y mucho menos halagadora. Darwin nos había dicho que descendemos del mono; Freud, que estamos gobernados por pasiones animales; ahora, Skinner desea hacernos creer que nosotros no tenemos más control sobre nuestras vidas que las ratas con que experimenta el investigador. Si bien la doctrina de Skinner podría sumir en la desesperación al hombre apocado, para Skinner ‘ofrece excitantes posibilidades’, según dice en Beyond Freedom and Dignity. ‘Resulta difícil imaginar un mundo en que las personas vivieran juntas sin pelear entre ellas; en que se mantuvieran por sí mismas produciendo el alimento, el albergue y los vestidos que necesitan; que disfrutaran de sí y contribuyeran al gozo de otros con el arte, la literatura y los juegos; consumieran únicamente una porción razonable de los recursos del mundo y aumentaran tan poco como fuera posible la contaminación; trajeran al mundo no más criaturas que las que pudiesen sostener decentemente; continuaran la exploración del mundo que las rodea, descubrieran mejores formas de actuar sobre él; y llegaran a conocerse a sí mismas exactamente y, por consiguiente, con mayor eficacia.’ ‘Y no obstante, todo esto es factible’, gracias a la ciencia y la tecnología del conductismo. Un año después de la publicación de Beyond Freedom and Dignity, Skinner discutió sus ideas en una entrevista con el | |
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autor de este libro, Willem L. Oltmans. Requerido para que definiera su concepto de libertad, el psicólogo dijo a Oltmans que la histórica lucha por la libertad ha sido la lucha del hombre para librarse del castigo y el tratamiento averso por parte de los gobernantes, los patrones y otros individuos en posición de mando. La lucha ha resultado venturosa en buena medida y, como consecuencia, estamos ahora menos sujetos a las formas más patentes de control abusivo; tenemos más oportunidad para hacer las cosas que queremos hacer, y cuando las realizamos, decimos sentirnos libres. Pero es erróneo suponer que somos libres. ‘Nosotros estamos tan controlados cuando hacemos lo que deseamos como cuando no lo hacemos’, dijo Skinner. ‘Yo simplemente insisto en que examinemos las razones por las cuales no nos resistimos a esas formas de control que no nos hacen sentir faltos de libertad.’ Pese a que la investigación científica ha demostrado que casi todos nuestros actos son producto de nuestra historia ambiental, la relación es difícil de comprender, dijo Skinner. ‘Todos creemos que nosotros iniciamos nuestra propia conducta. No creo esto cierto. Creo que nuestro comportamiento depende en primer lugar de nuestra dotación genética y, en segundo término, de lo que nos ha acaecido en el curso de nuestra vida. Ahora bien, esto significa, por supuesto, que dichas condiciones pueden cambiarse, y nosotros podemos cambiarlas.’ El mundo como totalidad ha de ser rediseñado, dijo Skinner, a fin de inducir al pueblo a comportarse de modo que asegure un futuro para la especie humana. ‘Si no modificamos el medio y, en consecuencia, la conducta humana, no tendremos futuro alguno.’ Skinner dio a entender a Oltmans que, con su libro, pretendía asustar a hombres y naciones e inducirlos a emprender la acción. Es necesaria ‘una técnica de intimidación, una predicción al modo de Casandra -dijo. Hemos de asustar, para que la gente haga algo. No me gusta hacerlo así. Desearía que pudiéramos ofrecer el cuadro de un hermoso futuro, para llegar al cual el hombre trabajara naturalmente con placer. Pero temo que haya de procederse de la otra manera y poner perfectamente en claro ese horrible futuro para evitar el cual ha de trabajar el hombre.’ Para Skinner, ‘la supervivencia es el único valor’. Ya no se trata de si alguna cultura va a sobrevivir. ‘Tenemos que tomar en consideración a la humanidad en su totalidad.’ Pero la supervivencia es un valor difícil, ‘que únicamente puede funcionar si se comprenden las condiciones que han | |
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de satisfacerse a fin de sobrevivir, y después asegurarse que, de algún modo, la conducta humana tendrá las propiedades que necesita para satisfacer tales condiciones’. El modelo del futuro del planeta preparado por el Club de Roma es un paso muy importante, dijo Skinner. ‘Toda clarificación del futuro es un paso en la dirección de enfrentarlo adecuadamente.’ Skinner piensa que su única objeción -y ciertamente esencial para él- es que el modelo ‘tiende a concentrarse en la tecnología física y biológica, y no en la conductal que necesitamos’. El modelo no toma en consideración la función del medio en la determinación de la conducta humana. Y Skinner señala: ‘Sabemos cómo resolver el problema de la población por medio de los métodos de control de los nacimientos; pero hay que ir un paso más allá: cómo lograr que la gente los acepte; cómo hacer para que la gente ceda en su orgullo de tener una familia numerosa; cómo evitar que se rían de uno porque solamente tiene dos o tres hijos. Son estos problemas de comportamiento los que no van a ser resueltos por ningún método anticonceptivo.’ Las crecientes expectativas y la sobrepoblación son graves amenazas, dijo Skinner. ‘Es indiscutible que el mundo no puede sostener su población total a un nivel de riqueza similar al ahora existente en unos cuantos países. ¿Puede usted imaginar, digamos hacia el año 2000, a mil millones de chinos conduciendo automóviles deportivos a lo largo de millones de kilómetros de supercarreteras? A no ser que milagrosamente se descubran nuevas fuentes de energía, tal cosa es sencillamente imposible.’ Pero si unos cuantos países siguen, como ahora, siendo mucho más ricos que otros, siempre habrá guerras, pues ‘si la gente no tiene lo que necesita se sentirá impulsada a quitárselo a otros que lo tengan’. Para evitar estas clases de guerra, ‘los países opulentos deben simplificar su vida, debe invertirse deliberadamente el proceso básico mismo de la conducta humana que ha conducido a la opulencia’. Lograr esto, continuó diciendo Skinner, exigirá ‘buen acopio de cuidadosa ingeniería conductal, pues no es natural en el hombre renunciar a las cosas que más le placen’. Oltmans preguntó a Skinner quién tendría el poder para remodelar la conducta humana de esa manera: ¿un dictador benévolo? Skinner replicó que el cambio no habría de ser impuesto, sino imbuido en la cultura misma. ‘Una cultura de algún modo debe remodelarse por sí misma de modo que nadie pueda elevarse a una posición de poder tal como lo | |
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sugiere la expresión “un dictador benévolo”.’ ‘Hemos de edificar una cultura en la que quienes tengan control -poder, dinero, armas, etcétera- sólo puedan actuar en cierta forma limitada.’ Pero ¿quién habría de asumir la dirección, preguntó Oltmans, el psicólogo conductista? ‘Todo lo que los conductistas harían sería aconsejar’, contestó Skinner, de la misma manera que un ingeniero de estructuras aconseja sobre cómo construir puentes, pero no dónde construirlos ni en qué número. El conductista ‘puede recomendar métodos, pero no es él quien ha de tomar las decisiones. No hay ingeniero alguno con poder para inducir a la gente a comportarse de esta o aquella manera. Su función consistirá en decir, a quienes tienen el poder, qué hacer para lograr el resultado que se desea’. Skinner aseguró a Oltmans que en esta coyuntura sería posible introducir la variable conductal en el modelo del Club de Roma. La tecnología se está desenvolviendo rápidamente, dijo. ‘Estamos aprendiendo mucho respecto a las relaciones entre conducta y medio, y delineando mejores técnicas en campos como la psicoterapia, la educación, la industria, etcétera. Ahora estamos realizando grandes progresos en educación; estamos enseñando a niños calificados como incapaces para aprender mediante la creación de mejores medios para ellos.’ En la investigación de los límites del crecimiento el factor conductal tiene importancia suprema, dijo Skinner, pues ‘de un modo u otro, las características mismas de la conducta humana, las que nos han traído adonde estamos hoy, son las causantes de la confusión a que nos enfrentamos’. En realidad, dijo Skinner, ‘el único posible límite al crecimiento que encontraríamos en el futuro sería el que surgiera de nuestro análisis científico de la conducta humana y de la política que emprendiéramos como consecuencia de haber tomado en consideración dicho análisis’. | |
Entrevista con Kenneth GoodallUsted está completando el primer estudio en escala total del desarrollo y aplicaciones de la tecnología conductista basada en los principios de la psicología skinneriana. ¿Hasta dónde ha avanzado esta tecnología?
En algunos campos, como el de la enseñanza de los niños, está bastante avanzada, especialmente si se toma en cuenta el | |
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hecho de que su desenvolvimiento ha progresado casi al azar, sin el apoyo oficial y sostenido que se ha dado a otras empresas, por ejemplo, llevar el hombre a la Luna.
¿Cómo y dónde ha ocurrido ese desarrollo?
Todo se debe a B.F. Skinner, tanto por su influencia directa sobre dos o tres alumnos graduados de Harvard como indirecta, a través de otros jóvenes investigadores que fueron impresionados por los principios enunciados por él en su libro The Behaviour of Organisms, aparecido en 1938. Para los experimentadores con animales hubiera sido un paso natural el tránsito del análisis de la conducta de las ratas y palomas al del más complejo comportamiento del animal humano. Pero transcurrieron casi treinta años desde la publicación del libro de Skinner hasta que los experimentadores dieron el primer gran paso. Skinner culpa del retardo a las manidas nociones sobre la inherente libertad y dignidad del hombre, y yo me inclino a pensar como él. Es loable y noble propugnar la libertad de los cautivos, sin duda, pero el término ‘dignidad’ no es funcional. Lo que es dignidad para mí puede no serlo para usted.
Pero ¿quién definiría la ‘dignidad’ para usted o para mí?
Los técnicos de la conducta van encontrando formas para explicar su significado para cada uno de nosotros en términos conductistas. Ellos podrían enumerar ocho o diez cosas mayores que constituyen la ‘libertad’ y la ‘dignidad’ para mí, y medir la frecuencia con que ocurren tales cosas. Dormir hasta tarde puede ser un elemento importante de mi libertad, por ejemplo; pero en la cárcel se me privará de esta libertad cada mañana. La diferencia entre el número de mañanas en que yo duermo hasta tarde en la prisión y el número de mañanas en que lo hago fuera de ella sería la medida conductal del grado en que habría perdido esta libertad. Por supuesto, la definición de mi libertad que dieran los técnicos se limita a las libertades concretas que me hacen sentir libre. A diferencia de los guardianes de la cárcel o aun de los liberales bienintencionados, los técnicos han de consultarme antes de poder definir mi libertad. Para responder a su pregunta le diré que los conductistas pueden expresar la libertad individual en términos de conductismo; pueden medirla y manipularla, pero no definirla; sólo el individuo puede | |
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hacerlo por medio de sus propias acciones. Y la definición puede cambiar día a día, y aun de un minuto a otro.
¿Quiénes son algunos de los técnicos sobresalientes y en qué aspecto han conseguido sus más grandes realizaciones?
La mayor parte de los logros han sido resultado del trabajo en equipo. De hecho, la doctrina de Skinner, según la cual las realizaciones de una persona son casi enteramente producto de su medio físico y social y, por tanto, el sujeto merece poco o ningún crédito por ellas, pone de relieve la necesidad del trabajo en equipo y hábilmente mata la teoría del grande hombre como autor del desarrollo científico. Los analistas de la conducta -los técnicos del conductismo- manifiestamente aplican esta doctrina en su propia vida. Propenden a congregarse en grupos, en centros mayores de actividad, cada uno de los cuales trabaja sobre problemas específicos, pero todos interactuantes. Aparte de Harvard, se han formado grupos de esta índole en la Universidad del Sur de Illinois, en la de Washington en Seattle, en la de Kansas y algunos otros lugares. El grupo de Kansas -Donald Baer, B.L. Hopkins, Barbara Etzel, James Sherman, Vanee Hall, Todd Risley, Montrose Wolf, Don Bushell- ha sido increíblemente productivo en los últimos siete años. Su trabajo ha girado en torno de los problemas del aprendizaje de los niños, normales y perturbados; pero también han trabajado con adultos. Los problemas del aprendizaje, por supuesto, comprenden la interacción social, tanto como los logros académicos, y aun tareas al parecer tan elementales como el aprender a anudarse los cordones de los zapatos. Para un niño de tres años no es ésta una tarea elemental, pero el grupo de Kansas ha encontrado el modo de enseñar a realizarla en menos de una hora y prácticamente sin errores. Han ayudado a reconformar la vida de los alumnos de lento aprendizaje en las escuelas de los ghetos, de niños retardados y autistas, con lesiones cerebrales, de criminales en potencia y toda clase de personas recluidas en instituciones. También han trabajado con los padres y familiares de estas personas, para asegurar la continuación de las ganancias obtenidas.
¿Es probable que esta clase de labor terapéutica sea la principal contribución de los técnicos del conductismo al bienestar humano? | |
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Probablemente sea demasiado temprano para decirlo, pero me inclino a creer que su principal contribución va a ser el echar las bases para un nuevo contrato social. La Constitución de los Estados Unidos garantiza ciertos derechos, limitados por varias leyes aceptadas por consenso más o menos general. Pero hasta ahora no tenemos medios para definir y medir con exactitud la amplitud en que cada individuo tiene o no tales derechos. Las técnicas conductistas nos ofrecen la manera de hacerlo. Gracias a ellas se está desarrollando también un instrumento para garantizar una distribución equitativa: el contrato conductal. Si se estableciera el contrato conductal en gran escala, los presos, por ejemplo, firmarían contratos con la dirección de la prisión y el estado, en los que se especificaría en términos precisos cuáles son los elementos de su dignidad y, tal vez lo más importante, cuál sería el comportamiento exacto que los llevaría a obtener su salida de la prisión. Su liberación no dependería entonces del capricho de una junta de libertad condicional, sino del cumplimiento por parte de los presos de los términos de un contrato que ellos mismos habrían contribuido a redactar. De la misma manera podrían establecerse contratos de conducta entre trabajadores y patronos, y aun entre electores y funcionarios elegidos. Así, por ejemplo, si triunfara un presidente de la república que hubiese sido elegido por haber prometido poner fin a una guerra, quedaría obligado por contrato a terminarla, y de no hacerlo, sería sometido a prueba y, en último término, destituido, de acuerdo con un proceso cuyas condiciones se habrían establecido por adelantado. Quizás este último ejemplo sea un tanto exagerado; pero evidentemente algo ha de hacerse para que nuestros funcionarios elegidos sean responsables ante el pueblo que los eligió.
¿Lo que usted dice significa, en efecto, que la tecnología de la conducta lleva en sí el germen de una revolución política, de una revolución social?
Exactamente. Y ésta es una buena razón, a mi parecer, para que el Club de Roma introduzca la dimensión conductal en el modelo del futuro del planeta. |
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