Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd4. Margaret MeadLa doctora Margaret Mead es conservadora de etnología del Museo Norteamericano de Historia Natural, en Nueva York. Enseña antropología en la Universidad Columbia. | |
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neration Gap (Doubleday, 1970), y Blackberry Winter: My Earlier Years (William Morrow, 1972). Dra. Mead, ¿cuál es su impresión de Los límites del crecimiento?
Estoy en favor de las simulaciones, y creo que la simulación es la única manera de tratar esos problemas de gran amplitud, con los que resulta arriesgado experimentar, o que por su gran escala no permiten experimentos en vivo. Durante largo tiempo he venido abogando por construir un modelo de todo el planeta que diere cabida a los hechos en las zonas de que no tenemos conocimiento, y después aplicarlo a las zonas que sí conocemos, con la inclusión de lo desconocido. Así pues, mi opinión acerca de usar tales modelos es por entero favorable.
Por supuesto, usted sabe que lo que la computadora enuncia depende de lo que se haya introducido en ella.
Claro que así hace. Evidentemente, la computadora no piensa, pero se pueden introducir en ella datos de tal complejidad que resultaría imposible su manejo por la mente de una sola persona, y creo que si hemos alcanzado el grado de interdependencia tecnológica a que hemos llegado en el mundo, con las nuevas computadoras -y si no tuviéramos computadoras-televisión por un lado y televisión por el otro- tendríamos muy poca oportunidad de afrontar la crisis en que nos encontramos. El problema estriba en la forma en que las simulaciones son después interpretadas y presentadas al público, como ha hecho el estudio Los límites del crecimiento. Éste ofrece muchas y grandes dificultades técnicas, pues en él no hay datos firmes de ninguna clase. Por ejemplo, no incluye ningún valor humano. En el modelo no se ha incluido el efecto de la propia existencia de él mismo. Ahora bien, todo modelo adecuado del cambio ha de incluir el efecto de todos los resultados por él rendidos, y no creo que esto se haya hecho de manera correcta y adecuada; es decir, no se han incluido dispositivos de corrección, pasos correctivos de una u otra suerte y la forma en que éstos pueden negarse mutuamente. Tampoco se ha dejado lugar adecuadamente para el cambio de valores que podría ser el resultado de creer en cualquiera de las interpretaciones que se han hecho. También | |
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objeto a la palabra crecimiento, aplicada a las naciones y a las actividades económicas.
¿Quiere usted significar que no se puede decir que el crecimiento es algo indeseable?
No, lo que creo es que no hay justificación alguna para llamarlo crecimiento. Yo no llamo crecimiento a la ampliación del producto nacional bruto. No creo que sea una actividad biológica; y no hablo de él, y no creo correcto hablar de la juventud y la madurez de una nación, como si una nación creciera igual que un órgano. Una nación se engrandece, pero esto no es crecer, en el sentido que esta palabra se aplica cuando se dice que un organismo crece.
Un árbol.
Un árbol... o un ser humano. Ahora bien, creo erróneo usar lo que acontece a los organismos vivos como metáfora para expresar lo que ocurre a una nación o a una economía. Usted dice al pueblo norteamericano que debemos poner límites al crecimiento, pero el pueblo norteamericano cree que el crecimiento es bueno. Todo el mundo cree que el crecimiento es bueno, y se rebelará contra la idea de reducirlo. No sé de ningún pueblo del mundo que no piense que sea algo bueno el crecimiento, que identifica con el nacimiento y desarrollo de un niño o la plantación y crecimiento de un árbol.
¿Qué palabra hubiera usted empleado?
Límites a la expansión, a la expansión de la tecnología; límites al consumo desenfrenado. Quiero significar que existen abundantes metáforas para fijar límites al materialismo.
¿La sociedad ha de adaptarse a la necesidad social, no a la codicia personal?
Ésa es una aserción perfectamente correcta, ¿ve usted? Al pueblo de cada país hay que decirle diferentes cosas.
¿De cada continente?
En cada país. A los norteamericanos podría decírseles: vuestros antepasados comenzaron como un pueblo pobre, en | |
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busca de un poco de calor y algo de libertad. Un poco de libertad para la religión y la política, y un poco de seguridad y bienestar para vuestros hijos. Y vuestros antepasados llegaron aquí, trabajaron muy arduamente y comenzaron a encontrar en la tierra esa clase de seguridad que sólo en el cielo creían que existiera. Comenzaron a identificar el bienestar material con el bienestar espiritual y a identificar el tener un buen cuarto de baño con algo como tener una vida espiritual mejor. Y así hemos llegado a este tremendo nivel de lujo para cada individuo. Nosotros no creíamos que se tratara de lujos; comenzamos pensando que eran necesidades. Cuando se inventó el automóvil, pronto fue considerado como algo que liberaba al hombre ordinario, aquel que podía comprar un coche Ford. El automóvil daba a cada individuo una libertad de la que jamás había gozado. Esto es lo que pensábamos. Y ahora hemos descubierto que esa civilización del automóvil que hemos edificado es una cárcel, y que éste no sólo contamina la atmósfera de todo el país, nuestras ciudades y nuestra vida, sino que aprisiona a las personas, pues una persona sin coche no va a ninguna parte. Así, hemos empezado a darnos cuenta de que hemos edificado una economía que nos aprisiona y exige una enorme cantidad de energía, consume recursos irremplazables, gran parte de ellos extraídos del resto del mundo, a los pobladores del cual explota; una economía que, incluso, ha empobrecido a un sector de nuestra propia población, que está mal alimentado y se siente infeliz. Hemos elaborado un sistema que no funciona, un sistema que ha de modificarse. Las doctrinas predicadas después de la segunda Guerra Mundial, según las cuales todo lo resolvería el crecimiento económico y que las diferencias entre las naciones ricas y las pobres serían corregidas mediante la ayuda técnica, están ahora demostrando su error. Tenemos que cambiarlas y reorganizar nuestro estilo de vida. Decir que buscamos una sociedad en equilibrio es decir nada, creo yo. Es cierto que necesitamos establecer un mejor equilibrio entre la población, los recursos y la tecnología y, al mismo tiempo, tener la certeza de que no estamos: 1) perjudicando al mundo con la guerra nuclear u otras formas de guerra científica; 2) dañando las tierras y los océanos del planeta; 3) consumiendo recursos irremplazables; 4) poniendo como ejemplo un estilo de vida que produce estas cosas. Las tres primeras condiciones se refieren realmente a la | |
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supervivencia y no sería sensato hablar de un buen estilo de vida si la humanidad no hubiere de sobrevivir. En consecuencia, hablemos primero de la supervivencia, de evitar un cambio fatal e irreversible, y después de un estilo de vida que sea humano.
Pero, Dra. Mead, ¿cómo nosotros... usted, cómo conseguiría usted eso? ¿Quién podría hacerlo? ¿Tendríamos que vivir bajo una dictadura como la española? ¿Deberíamos nosotros, como dice SkinnerGa naar voetnoot1 -ya sabe usted- dejar de hacer un fetiche de la libertad y la dignidad?Ga naar voetnoot2
¿Y dejar que él gobierne el mundo?
¿Skinner?
Bueno, creo que la verdadera cuestión acerca de Skinner es: ¿Quién programa a Skinner? Y si usted propone la cuestión, considere la posición de Skinner en su totalidad.
Pero entonces, cuando nuestros recursos estén a punto de agotarse, ¿no espera usted que surja la cuestión de quién poseerá los recursos y quién decidirá?
Simplemente imagínese a usted mismo viviendo en el pasado, en una pequeña ciudad-estado griega, una de las 250 que había en Ática. Cada una de ellas compitiendo por los recursos y los despojos. Estas ciudades comerciaban y peleaban entre sí. Y esto plantea la cuestión: ¿Quién sería capaz de imponer alguna suerte de orden, de manera que no hubiera guerra entre estas 250 ciudades-estado? Y sin embargo, nosotros nos las hemos arreglado para formar sociedades con 200 y aun 400 millones de integrantes, en las que ninguna ciudad arrasa a la ciudad vecina, mata a sus hombres y rapta a sus mujeres. Retroceda en la historia y véase a usted | |
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mismo contemplando lo que sucede, plenamente convencido de que nada podrá jamás surgir en tal situación. La pregunta relativa a quién va a hacerlo no podemos contestarla, y esto es lo que debemos inventar. Pero el verdadero problema, creo yo, estriba en saber con certeza en qué situación nos encontramos. Y creo un impedimento para llegar a este conocimiento el razonar con argumentos desatinados, que no vienen al caso, como si la población del mundo llegará o no a los siete mil millones en el año 2000. Ahora bien, cualquiera que fuere la cifra, siempre será excesiva; de manera que los expertos deben dejar de discutir los detalles. Tenemos, por ejemplo, las discusiones entre CommonerGa naar voetnoot3 y Ehrlich,Ga naar voetnoot4 una muestra de insensatez, pues si no vamos a tener tanta población, tampoco tendremos tantos trastornos. Cierto. Y si tenemos esa población, pero sin tecnología, tampoco será tan grande la perturbación. Cierto. Bueno, ¿y qué? Ya se ha alcanzado la población prevista y ya se tiene la tecnología, la tecnología ha roto la cadena de relaciones de la naturaleza y el planeta peligra; la población presiona continuamente en favor del uso de la tecnología. Ambos tienen razón.
¿Debe haber una moratoria en la ciencia?
No lo creo. A mi parecer, lo que necesitamos es mejor ciencia y, especialmente, mejor ciencia social. Algún conocimiento verdadero de la conducta humana que no esté fundamentado en experimentos con palomas o ratas.
Pero, Dra. Mead, puesto que vamos a tener esos laboratorios espaciales tripulados conjuntamente por rusos y norteamericanos, ¿cree usted que emigraremos a otros planetas?Ga naar voetnoot5
Bien sabe usted que por ahora no podemos emigrar a otros planetas. No, nosotros queremos quedarnos aquí. No tiene mucho sentido hablar de la época en que podamos emigrar a otros planetas, pues el peligro se presentará en los próximos veinte años. Sí, tenemos que cambiar, invertir la balanza de la población para detener su temerario crecimiento exponencial. Y hemos de contener el aumento del consumo. He- | |
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mos de equilibrar nuestras tecnologías. Pero cuando uno dice equilibrio, la gente piensa en algo estático; aun si dice equilibrio dinámico, la gente piensa simplemente en algo que se mueve en vaivén, sin salir de su lugar. Y la idea de permanecer indefinidamente donde se está es algo que jamás podrá prender en la imaginación humana.
¿Será ésa la nueva visión que necesitamos?
Eso no es visión. Lo sería si usted dijera que vamos a librarnos de la terrífica carga de la búsqueda de cosas materiales; que comenzaremos a edificar ciudades donde la gente vuelva a vivir como seres humanos; que dejaremos de apartar a las gentes en su pequeñas cajas artificiales, todas ellas planeadas y construidas para familias con niños pequeños -donde no hay lugar para el viejo, para el adolescente, para el soltero ni para el pobre- y comenzamos de nuevo a construir ciudades o comunidades donde cada uno goce del otro. Todas estas cosas son baratas; no contaminan, no imponen una pesada carga sobre los recursos humanos. Y no dañan a la atmósfera.
Pero ¿y Asia y el Tercer Mundo?
Bueno, nosotros podríamos librarlos de la necesidad ahora mismo, usted lo sabe; tenemos ya los medios para alimentar a la gente. El hambre es mera injusticia distributiva, que ya va remediándose. El reciente tratado entre la Unión Soviética y los Estados Unidos ilustra lo que digo: la URSS necesita alimentos y nos los va a comprar. Y cuando nosotros tuvimos desempleo y hambre en Seattle, fueron los japoneses quienes enviaron el primer barco, cosa realmente fantástica. Esto fue horrible para los Estados Unidos, pero un buen ejemplo de lo necesaria que es la interdependencia en el mundo.
¿Y cómo vamos nosotros a adquirir esta necesaria visión en veinte años?
Hemos de trabajar para ello, claro está. El problema que ahora se nos plantea, ¿sabe usted?, es que nos hemos hecho tanto a la idea de que necesitamos un nuevo automóvil, distinto de los de ahora, que vamos a reunir un grupo de personas inteligentes y decirles que lo inventen. Necesitábamos una bomba atómica, pues encerramos buen número de per- | |
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sonas en el proyecto Manhattan y les dijimos: ¡invéntenla! Pero los cambios de organización social no se producen del mismo modo. Usted no sienta a un grupo de gente lista a inventar el cambio. Éste es un trabajo en el que todos hemos de tomar parte, si es que queremos un cambio realmente significativo. Es necesario el concurso activo y entusiasta de, por lo menos, una buena porción de la población.
Así es como lo hizo Mao. Cualquiera que haya sido su propósito, ha conseguido en China una total reorganización de la sociedad.
Sí, y eso es lo que nosotros necesitamos. Necesitamos la total reorganización de la sociedad; pero no puede realizarse en un país de la misma manera que en otro se hizo. Además, MaoGa naar voetnoot6 es el único líder, usted lo sabe, el único gran líder que queda en el mundo, el único que ha logrado los cambios sin utilizar principalmente los medios de masas. Todas las demás grandes figuras de los años treintas y cuarentas dependieron de la radio: Hitler, Mussolini, Churchill, Roosevelt, todos ellos. Ahora, lo que todavía no sabemos es el papel que ha de representar la televisión. Aún no sabemos cómo usar la televisión, pese a los satélites y a todas las posibilidades de este medio.
Al que temen los soviéticos...
El que los soviéticos la teman significa un elogio para la televisión. El que la India haya salido adelante con su especial variedad de satélite es también un cumplido a la televisión. Pero todas estas cosas no son sino lo que después se hace con ellas. Son cosas que debemos vigilar estrechamente. Necesitamos el programa, ese material al que llaman software. Para los satélites. Cuando el sistema entero de satélites sea realidad. Tenemos los medios técnicos; podemos tomar películas que nos informen de lo que ocurre en el mundo. Podemos construir bellos modelos fotográficos del deterioro de la atmósfera. Podemos mostrar la imagen de la Tierra vista desde la Luna y darnos cuenta de cuán pequeña es, de cuán aislada se encuentra, de cuánto cuidado y protección necesita. Creo que la sola imagen de la Tierra vista desde la Luna bien vale todo el dinero gastado en ir a ella, pues nos ha dado | |
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un nuevo sentido de sus proporciones. Ha sido algo que nos ha conmovido profundamente, que ha puesto en marcha todas esas cosas que están sucediendo ahora, como el movimiento para proteger el medio. Tenemos los recursos técnicos. Si ustedes, las personas relacionadas con los medios de información, quieren usarlos, ya verán. Yo he estado en Nueva Guinea, sentada, escuchando hablar a los niños que oían por el radio los detalles del vuelo de Glenn, y sabían cuándo se apagaban las luces en Perth y lo que es un sputnik; y comprendían lo que es.
¿En Nueva Guinea?
En Nueva Guinea.
Así ¿usted ha visto una enorme metamorfosis en los últimos treinta años?
Sí. He visto a pueblos pasar de la Edad de Piedra a la época actual. Sé cuál fue su comienzo, su base de partida, y he visto cuán rápido puede ser el avance de los pueblos, y ésta es una de las razones por las que tengo más fe y esperanza que la mayoría de las personas en lo que puede hacerse.
Y a este respecto el Club de Roma ha hecho una labor de pionero, pues ha introducido el planeta entero en un modelo.
Eso nos da un comienzo. Lo que antes habíamos tenido era a los Estados Unidos haciendo modelos de la Unión Soviética, y a ésta haciendo modelos de los Estados Unidos, y ambos olvidando a China, como si ésta no existiera; nadie pensaba en un modelo global. Al menos, el Club de Roma ha captado el planeta entero. |
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