Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd70. Aurelio PecceiA petición suya, esta última conversación fue reservada para Aurelio Peccei, presidente y fundador del Club de Roma. | |
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pañía internacional de inversiones fundada para fomentar el desarrollo y la iniciativa privada en la América Latina. Es también presidente del comité económico del Instituto Atlántico de París. Ha debido ser una triste experiencia para usted, después del enorme esfuerzo y trabajo dedicados a Los límites del crecimiento, haber hallado tantas críticas e injurias, particularmente, cuando se conoció el estudio.
En modo alguno. Sólo un tonto no esperaría críticas e insultos cuando caricaturiza o satiriza las costumbres fariseas o denuncia los falsos valores y adopta una posición radical contra la sabiduría convencional, o desmistifica nada menos que la sagrada divinidad del crecimiento, adorada por nuestra sociedad mercantil. En otros tiempos pudiera haber sido peor aún: lapidación o crucifixión. Y no es que el Club de Roma tenga vocación de martirio, sino que, sencillamente, está determinado a expulsar al diablo del clima de complacencia e imprevisión que acompaña a nuestra carrera colectiva hacia crisis aún más graves. Cuando el Club solicitó del mit la ejecución del proyecto, lo hizo por creer que había llegado el tiempo de poner a la opinión pública mundial y a quienes toman las decisiones frente a las extremas alternativas de nuestra época. Por lo que a mí respecta, estoy dispuesto a recibir con beneplácito aun las más acerbas críticas, que considero como la parte que a mí me toca en la ordalía por la que debe pasar nuestra generación hasta valorar realistamente la alterada condición del hombre en su mundo. Incluso me siento triste al ver que el informe del mit sólo ha suscitado críticas marginales, episódicas o sectoriales. Ningún crítico ha desmentido todavía la existencia de un desajuste funda- | |
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mental entre la temeraria proliferación humana y la insaciabilidad, rasgos dominantes de la sociedad actual, y la capacidad sustentadora limitada de nuestro vulnerable planeta. Quiero decir, además, que crítica alguna ha debilitado lo más mínimo la importancia del modelo piloto de simulación del mundo preparado por el mit como instrumento para quebrantar una situación de desesperante estancamiento mental. El Club de Roma concibió su proyecto como operación de comandos, que habría de ir seguida de un mayor despliegue de actividades. En este sentido su éxito ha sido innegable. Pasadas las primeras ondas de choque, un discurso de nuevo género se ha puesto en marcha en prácticamente todas las partes del mundo. Nuestro pensamiento se ha enriquecido con una nueva dinámica y nuevas dimensiones, inconcebibles, digamos, hace un año. El hecho que más esperanzas inspira -y algo verdaderamente asombroso- es el serio y hondo debate sobre la problématique del mundo moderno que se ha suscitado aun entre las personalidades de más alta responsabilidad en la política, la industria y la ciencia, por ejemplo en el país de usted, Holanda, donde, como usted bien sabe, el estudio del Club de Roma representó un papel de importancia en las elecciones de noviembre de 1972.
Usted ha mencionado políticos importantes y círculos dominantes, pero en la base de todas las sociedades se encuentran los obreros. La federación juvenil de los sindicatos holandeses organizó un congreso especial para discutir Los límites. En él se expresó que, mientras usted y el Club de Roma trabajan de la cima a la base, la tarea de los obreros consiste en impulsar el cambio de la infraestructura de la sociedad, pues sin este cambio jamás podrá ser verdadera y eficazmente atacada la problématique que usted y sus colegas han expuesto a la consideración de la humanidad.
En realidad, nosotros pasamos sobre las cabezas del establishment del mundo -y también sobre las de los círculos académicos- y hablamos directamente al pueblo. El enorme éxito popular del libro en muchas lenguas, los cientos y miles de conferencias, artículos y reuniones públicas que han dado vitalidad al debate que se ha entablado en todos los continentes en el espacio de unos cuantos meses, y la participación en él en todas partes de ciudadanos ordinarios de diferentes condiciones y convicciones, demuestran que | |
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no se trata de un caso de ejercicio en la cima, y que se ha puesto en marcha un movimiento de opinión, aunque todavía un tanto difuso. El Club de Roma ha sostenido siempre que es necesario un cambio emocional e intelectual que arranque de las raíces mismas del pueblo, y sin duda no sólo del de los países de cultura occidental, si es que se quiere que la humanidad y las distintas pero interdependientes sociedades que la componen, se sustraigan por sí mismas del presente predicamento y emprendan un curso más sano y seguro. Esto equivale a una metamorfosis social y cultural que no puede fundamentarse en otra cosa que no sea la convicción extensamente compartida de que se ha hecho indispensable un cambio de dirección para mantener un control razonable sobre nuestro destino y, de esta manera, no privar de parecida oportunidad a nuestros hijos y nietos. No obstante, permítame decir que los líderes obreros y los líderes de la juventud no siempre actúan de manera que fomente esta nueva conciencia entre el pueblo que busca en ellos inspiración si no orientación.
Así, pues, en realidad, ¿el Club de Roma habría contribuido a fomentar una solidaridad humana de nuevo género?
Éste es uno de nuestros propósitos. Las limitadas esferas de solidaridad que todavía persisten como legado del pasado -y que tienen las dimensiones de una ciudad, una nación, una raza o una religión- resultan inadecuadas para la era tecnológica que acaba de comenzar. Yo sostengo que el concepto de unicidad de la raza humana, al principio sólo aceptado por ciertos espíritus liberales, gracias al trabajo de grupos como el nuestro está ahora alboreando sobre jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, de cultura, idioma y tradición diversos, quienes sienten que, para bien o para mal, están unidos por vínculos orgánicos con la entera textura de la vida en esta pequeña Tierra. Todos ellos han comenzado ya a aprender que el lema de los Federalistas del Mundo, ‘un solo mundo o ninguno’, suena con el acento de la verdad y no es mera retórica.
Ha dicho usted que la condición humana ha cambiado. ¿Qué quiere usted decir?
Sí, la condición del hombre ha cambiado fundamentalmente. El hombre está ahora llamado a cumplir una fun- | |
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ción cibernética en el mundo. De una parte, ha alcanzado una posición tan dominante en el ecosistema, que se ve compelido a asumir funciones reguladoras y normativas que otrora se dejaran abandonadas a los inexcrutables designios de la naturaleza o la providencia. Esta función requiere excepcionales nuevas cualidades de ‘sabiduría ecológica’, entendidas ambas palabras en su más amplio sentido. De otro lado, el hombre ha creado un sistema humano tan integrado e intrincado, que su regulación y funcionamiento ya no pueden confiarse a mecanismos automáticos. Es el hombre mismo quien ha de manejar el sistema, y para ello habrá de desenvolver cualidades hasta hoy inimaginables de ‘sabiduría sociopolítica’. ‘Su papel, deséelo o no -como dijo sir Julian HuxleyGa naar voetnoot2- consiste en ser el conductor del proceso evolutivo de la Tierra, y su oficio, guiar y orientar en dirección al mejoramiento.’ El hombre ha de asumir su responsabilidad como auténtico ‘kybernẽtẽs’, piloto y timonel, capitán de la nave espacial ‘Tierra’, que ahora va peligrosamente al garete. Éste es el verdadero reto para nuestra generación. Cuanto más dudemos en admitirlo, tanto más se reducirán las opciones para nosotros y para las siguientes generaciones. Con respecto a nuestro medio, hemos de prepararnos a autorrestringirnos y autodisciplinarnos, y orientar nuestro conocimiento y tecnología a proteger a la naturaleza, o lo que de ella haya quedado, y a otras formas de vida, en lugar de sobrexplotarlas. En el orden social, político y económico hemos de procurar que tenga precedencia el bien colectivo. La iniciativa y el provecho individuales deben quedar subordinados.
Parece usted próximo a un concepto socialista de la sociedad y, tal vez, al concepto de SkinnerGa naar voetnoot3 de revalorar esos conceptos tan sobados de ‘libertad y dignidad’.
Y a propósito, ¿la ‘libertad’ y la ‘dignidad’ de quién? ¿Qué significan libertad, dignidad, democracia, autorrealización y muchas otras palabras aplicadas a cientos de millones de analfabetos, desempleados, hambrientos y confusos hombres y mujeres marginados, condenados, ellos y su prole, a vivir, reproducirse y morir sin esperanza en esta edad dorada de la supremacía del hombre? Si, como creo impe- | |
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rativo, se reconociese como derecho de nacimiento un poco de libertad y de oportunidad para la educación y la autorrealización, así como un nivel de vida decente para todos los seres humanos, cambiarían radicalmente no sólo los valores y metas de la sociedad, sino su estructura misma. Temo, sin embargo, que antes de que se produzca tal cambio, la situación habrá de empeorar todavía más, si no por otra razón, por el abrumador e irrefrenable crecimiento de la población del mundo. Ninguna medida que ahora pudiéramos idear, y ni siquiera la adquisición de una nueva sabiduría ecológica o sociopolítica, suponiendo que la adquiriéramos, podrían extender los dones de la libertad y la autorrealización a toda la sociedad humana, si previamente no hubiésemos logrado detener el crecimiento de la población. Durante las próximas décadas, gran parte de los esfuerzos de la humanidad serán absorbidos por la enorme tarea de organizar a ésta en una sociedad de masas altamente megapolizada, en la cual, los problemas que ya hoy nos desconciertan y derrotan se habrán hecho mucho más difíciles y arrastrarán y se incorporarán como bola de nieve los nuevos problemas que vayan surgiendo. Por consiguiente, si no cambiamos de curso muy pronto, la situación, por lo que concierne a la calidad de la vida y las libertades civiles, empeorará antes de que podamos mejorarla.
El profesor Djhermen GvishianiGa naar voetnoot4 cree que Jay W. ForresterGa naar voetnoot5 ha realizado un ‘trabajo muy interesante’. Me dijo: ‘Me complace particularmente mencionar los estudios de Forrester sobre la aplicación de los sistemas de información y administración a la toma de decisiones y a la predicción en todos los campos de las actividades empresariales.’ Aunque los soviéticos han traducido la mayor parte de la obra de Forrester, Gvishiani señaló: ‘Por desgracia, no sabemos mucho respecto a los resultados de llevar a la práctica las ideas o conceptos principales de Forrester. Quiero destacar que, en su aplicación a los sistemas sociales, ha de tenerse en cuenta la enorme complejidad de éstos, que hace necesario un enfoque multidisciplinario para explicar más o menos aproximadamente los complicados fenómenos en cuestión.’ | |
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Creo que el doctor Gvishiani tiene razón. Tengo gran respeto por su cultura, conocimientos y juicio. Me gustaría, nó obstante, ver una participación mucho mayor de los científicos, humanistas y pensadores soviéticos en el debate sobre el crecimiento ahora en curso. Es un debate de índole transnacional y transideológica que se ha extendido como incendio incontenible a todo el mundo. Es la ocasión para un esfuerzo filosófico e intelectual de toda la comunidad mundial, y entristece ver la lentitud con que va llegando la poderosa contribución de muchos de los países socialistas.
Si, como usted ha dicho, nuestra meditación sobre el futuro y la planeación conexa han de significar algo más que la simple suma de las proyecciones singulares hacia el futuro, en varios campos vitalmente importantes, como humanidades, educación, economía, ciencias o seguridad, ¿cómo emparejar nuestro pensamiento con sus dimensiones?
A fin de visualizar y analizar no asuntos individuales, sino conjuntos enteros de sistemas hacia los cuales se canalizan las actividades y expectaciones humanas, debemos seguir un método sistémico. Debemos estudiar cómo estas actividades se relacionan entre sí, con el ambiente natural y con el cúmulo de problemas que derivan de los múltiples impactos cruzados. Dado que muchos de los problemas clave han crecido tanto que desbordan las fronteras regionales y nacionales, el acceso debe ser, además, global. Nuestro ‘horizonte espacial’ no puede ser más limitado que el alcance de nuestros problemas, las consecuencias de nuestras acciones. Análogamente, nuestro ‘horizonte temporal’ no puede ser más corto que los ciclos de los fenómenos que hemos de controlar, y nuestro enfoque diacrónico habrá de abarcar todos los instantes de ese continuo temporal. Y por último, aunque no en importancia, el método ha de ser factible y aceptable, acomodado a la humanidad. Éste es el desafío más difícil a que hemos de hacer frente, pero también el más vital en este momento crítico de la evolución del hombre.
Forrester me dijo: ‘Conducir un automóvil viene a ser el más complejo sistema que la mente humana puede dominar completamente’ ¿Cree usted que el hombre, dado el actual deplorable estado de sabdesarrollo en la utilización de su cerebro, sea capaz de cumplir una décima parte del programa que acaba de esbozar? | |
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Soy fundamentalmente optimista. Tengo fe en el hombre. Si el hombre comprende una situación, una dificultad, su destreza y su ingenio le bastan para hallar la solución o un rodeo. Como hombre de industria, he dicho siempre que si un problema está planteado en términos claros, aun un administrador mediocre es capaz de manejarlo pasablemente. Pero si no se entienden los términos del problema, aun el mejor administrador está expuesto a fracasar. Por consiguiente, el primer paso consiste en dejar que la gente, orientándola de ser necesario, vea por sí misma las complicadas funciones del sistema humano y sus interacciones con el ecosistema, de modo que pueda ir percibiendo progresivamente, por lo menos, la dirección general en que nuestros esfuerzos colectivos deben ser guiados. El estudio del Club de Roma realizado por el mit ha hecho mucho en este sentido.
Pero científicos y humanistas por igual dudan de la utilidad de la computadora como extensión del cerebro humano. Al preguntar a Margaret Mead si creía que la máquina pudiera simular la inteligencia humana y en qué medida, me contestó: ‘Tengo entendido que si uno instruye a una computadora con las reglas generales que sirvieron a Beethoven para componer una sonata, la máquina puede producir una pieza musical que todo el mundo atribuiría a Beethoven; pero nunca podría acabar la sonata. Lo único que falta a la computadora es el proceso creador que conduce á un todo.’
Cierto. La computadora de Margaret Mead, como el automóvil de Forrester, es sólo un instrumento. Y lo mismo son un televisor, un haz de rayos laser y el proceso de impresión. El hombre puede usarlos bien o mal; puede utilizarlos para dilatar enormemente sus posibilidades o, en otro caso, embriagarse con el poder relativo que le dan hasta el punto de perder el control sobre el instrumento y utilizarlo contra otras personas y, finalmente, contra sí mismo. Así está ahora ocurriendo. Por lo que concretamente concierne a la computadora, claro está que carece de inteligencia. Si usted quiere, es una máquina torpe, pero leal, que refleja con fidelidad la inteligencia o la estupidez de la persona que trata con ella, la instruye y la pone a trabajar.
En el libro de usted, reflexionando sobre el futuro, señala, entre otras cosas, lo siguiente: ‘La cuestión crucial será si y cómo las naciones avanzadas de la era tecnológica querrán | |
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y podrán organizar el mundo para ese nuevo género de tensa sociedad de masas que irá asomando hacia los setentas o los ochentas.’ Ahora ya corremos hacia mediados de los setentas. ¿Cómo los estamos haciendo?
Mal. Cierto es que, a comienzos de esta década de los setentas, han ocurrido cosas de grave consecuencia que han animado nuestras esperanzas. La Comunidad Europea ha dado un paso decisivo para convertirse en paneuropea, y trata ahora de hablar con una sola voz. Además, la largamente esperada conferencia sobre seguridad y cooperación en Europa (csce) ha acabado por celebrarse, agrupando alrededor de una mesa a no menos de treinta y cuatro naciones. Y no sólo esto, sino que, en este periodo, las dos Alemanias han llegado a un entendimiento mutuo, lo mismo que las dos Coreas; el cese del fuego y una nueva vida se anuncian como inminentes en Vietnam y otros países indochinos; se han establecido relaciones funcionales con China, y la onu ha comenzado laboriosamente a absorberla en su seno; se ha logrado cierto acuerdo parcial sobre la limitación de las armas nucleares, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética; y ha comenzado la discusión sobre la reducción paralela de las fuerzas militares en Europa. Pero en la columna del debe hemos tenido que asentar graves partidas. Al polvorín del Medio Oriente todavía no se le ha quitado el detonador, y se ha llevado a la desesperación a los habitantes de la región. Y esto no es más que un símbolo de una enfermedad sucia y hondamente arraigada. En 1971, el mundo dedicó a gastos militares la suma nunca igualada de 216 000 millones de dólares, y el número de hombres en armas en todo el mundo ascendía a algo más de veintitrés millones. Pero incluyendo los civiles empleados en trabajos relacionados con las actividades militares, la cifra total llegaría a unos sesenta millones de personas. Significa apenas un ligero alivio la probabilidad de que la loca carrera para aprestarse a la mutua destrucción se lentifique un tanto cuando el almacén mundial de explosivos nucleares supone ya el equivalente de quince toneladas de tnt por cada ser humano. Esto es la locura declarada. Y todo el mundo está ocupado en aumentarlo, de acuerdo con sus mejores capacidades: las naciones ‘desarrolladas’ poniendo en funcionamiento nuevas armas no nucleares, pero tan devastadoras como las nucleares; y los países en desarrollo dilapidando sus inversiones en armamentos ordinarios, inversiones que, entre 1961 y 1971, han aumentado en | |
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114%. Al mismo tiempo, el gasto mundial total en educación pública significa únicamente como el 80% de la suma destinada a gastos militares. Y todavía sigue siendo analfabeta la mitad de la población adulta. También nos llegan señales inquietantes del frente agrícola. Mientras que en 1971 había aún entre 300 y 500 millones de personas hambrientas o desnutridas en este pequeño mundo nuestro, la producción agrícola aumentó un mero tres por ciento sobre la del año anterior, y en los países en desarrollo, donde más se necesita, el aumento fue sólo entre el uno y el dos por ciento. Este aumento es inferior al de su población, que llega aproximadamente al 2.5%, y muy lejano de la tasa fijada para la ‘Segunda Década de Desarrollo’ que es de 4% al año. Mientras tanto, ha continuado ampliándose la brecha entre los ricos y los pobres del mundo. Una minoría sigue incrementando su riqueza, pero para unos dos tercios de la humanidad el aumento del ingreso per capita anual ha sido inferior a un dólar durante los últimos veinte años. El actual aumento del pnb per capita en los Estados Unidos iguala en un año al previsible en la India, bajo las presentes condiciones, en 100 años. Podrían citarse muchos otros ejemplos. Justo uno más: la larga sombra de una crisis energética mundial asoma ya muy amenazadora sobre la última parte de este decenio, y ya algunas regiones se hallan en las garras de las dificultades. Permítame señalar, en otro frente, el notable empeoramiento de las relaciones entre las naciones adelantadas de economía liberal: los Estados Unidos, la Comunidad Europea y Japón. Estos países han ido dejando de lado continuamente los problemas difíciles, esperando poder tratarlos venturosamente en 1973, 1974 o 1975. El resultado ha sido que ahora han de enfrentarse a un formidable programa de cuestiones complejas, interrelacionadas y casi imposibles. Entre ellas se cuentan nada menos que la reorganización del sistema monetario internacional, la función del dólar y de los derechos especiales de giro y tal vez del oro, cuestiones esenciales del comercio multinacional, bloques comerciales, incentivos, preferencias, reciprocidad, barreras arancelarias y no arancelarias para los productos industriales y agrícolas, cuestiones relacionadas con la búsqueda gubernamental de postores extranjeros y la discriminación contra ellos, balanza de pagos, inversiones internacionales, desplazamientos de capital, política fiscal, reparto de los gastos de la defensa, armonización de las normas y regulaciones contra la contaminación y el funcionamiento y futuro de | |
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las empresas multinacionales, además de otras muchas cuestiones colaterales y, por supuesto, el problema de la ayuda que necesitan las naciones subdesarrolladas. Desgraciadamente no hay señales todavía de que las partes negociantes hayan reconocido la extraordinaria importancia y urgencia de la necesidad de poner los cimientos, establecer las reglas y crear los instrumentos para la vida económica de la comunidad mundial con muchos años por adelantado. Parece considerarse que las negociaciones de 1973 y 1974 son un ejercicio técnico gigantesco que puede emprenderse partiendo de posiciones adecuadas y factibles en el plano de lo nacional. No han captado que los problemas que abarrotan su programa son eminentemente políticos en un amplio sentido internacional y que, en su conjunto, constituyen la piedra de toque contra la cual habrá de contrastarse la capacidad de la civilización industrial para poner su casa en orden. La falta de visión y de aptitud dirigente de la mayor parte de las naciones poderosas de nuestro tiempo es sencillamente aterradora. Ésta es la situación del mundo en el momento en que hablamos. Usted, yo y cualquier otro puede extraer las consecuencias.
Pinta usted un cuadro impresionante. ¿Están intervinculados todos esos problemas? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias?
La situación total, considerada en profundidad, es alarmante. El hombre ya no se ve ahora enfrentado a problemas que no trascienden de sí mismos, sino a una maraña de problemas entretejidos, cada uno de ellos de complejidad y dimensiones sin precedente. El Club de Roma llama a esto la ‘problématique moderna’. Por primera vez, los retos y amenazas son auténticamente globales. El hombre se encuentra tan desconcertado y abrumado que, tratando de escapar del embrollo, sigue precisamente el mal camino. Trata de ganar la batalla de hoy engrosando sus filas o de encontrar un escape mediante el crecimiento económico, y pone su fe esencialmente en los milagros de la tecnología. Son estos fatales errores los que ya han encaminado la historia humana hacia el desastre. Siguiendo este camino, estamos expuestos a una sucesión de crisis, cada vez más graves, unas sobre otras. Sus rasgos dominantes parecen ora ecológicos, ora politicos, ora económicos o militares, sociales o psicológicos, pero su naturaleza profunda y compleja revela que, en realidad, se trata de una crisis de la | |
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civilización. A diferencia de casos análogos del pasado, la crisis que ahora presenciamos afecta a la totalidad del sistema humano, cuyo crecimiento en tamaño y poder ofrece el carácter degenerativo del gigantismo. Si no se toman a tiempo medidas correctoras, ésta podría ser la crisis del destino humano.
¿Hay algún camino que lleve afuera de este increíble callejón sin salida que usted ha descrito?
Creo firmemente que lo hay. Como decía, hemos de empezar por comprender que la condición humana se ha alterado, y después hacer un diagnóstico desapasionado de nuestras dolencias, por angustioso que ello sea. Creo que nos hallamos ya en la buena pista y, si perseveramos, la respuesta de esta única y extraña criatura que es el hombre será inteligente y lo salvará. Es necesaria una renovación profunda y completa de la sociedad desde dentro de ella, y creo que se producirá. Serán necesarios nuevos valores armonizados con la nueva realidad del mundo, y creo que prevalecerán. El proceso será doloroso y probablemente violento; pero creo que es tan fundamentalmente necesario y tiene tan grande potencia regenerativa que acabará por alinear tras él a la inmensa mayoría de todos los pueblos, a los que inspirará para llevarlo por una vía determinada, pero más humana.
Sé que ha pasado usted algunos años en China y muchos en América Latina, en ambos casos enviado por la Fiat. Conozco el profundo y sincero interés que siente por las naciones en desarrollo. Después de estudiar las cifras de McNamara relativas a lo que las naciones ricas están realmente haciendo para ayudar a las naciones pobres, en relación con su PNB, ¿cree usted de veras que nuestra parte del mundo, llevada por su propia sabiduría, decida libremente compartir su riqueza con nuestros prójimos de ese inmenso mundo pobre de Africa y Asia?
Permítame sentar una premisa. La sociedad tecnológica, más que ninguna otra del pasado, necesita paz y justicia. En una época de poder humano exaltado y de alternativas extremas, la justicia social y la paz no sólo conservan su valor ético primario y perdurable, sino que han venido a constituirse en materia de grave consecuencia política, de interés ecológico y de significación existencial. El ulterior | |
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incremento de la población, la economía y la tecnología acentuará esta interdependencia. El peligro para la sociedad humana se agravará aún más, a menos que las actuales e intolerables desigualdades entre ricos y pobres, entre educados y analfabetos, entre aquellos que gozan de todas las oportunidades que la vida ofrece y los privados de ellas, sean erradicadas o, por lo menos, radicalmente reducidas. Una vez comprendida esta verdad, el problema aparecerá planteado en nuevos términos. El caso no será compartir nuestra riqueza con otros (caridad o generosidad), sino utilizarla de la mejor manera para garantizar a nosotros y a los demás una vida más segura (espíritu de solidaridad o comunidad, principio de seguro contra riesgos).
Los límites del crecimiento ha estimulado enormemente la opinión pública (ciertamente en Holanda) de muchas naciones. ¿Ha presionado el informe sobre los políticos y los decisores para que éstos tomen más seriamente los problemas?
Seguramente. Usted va a escribir próximamente un segundo libro sobre el crecimiento, según creo. Cuando usted lo escriba, le informaré sobre medidas concretas ahora en fase de planeación.
Lo que vale para la creación de un trait d'union entre los esfuerzos del Club de Roma y los estratos inferiores de la sociedad, los sindicatos obreros, vale igualmente, sin duda, para estrechar la cooperación entre las naciones ricas y las pobres. Por ahora son muchos los que creen que el Club de Roma es principalmente un club de ricos.
El rico, el poderoso y el tecnológicamente avanzado son más difíciles de convencer, tienen más que perder y han de realizar el esfuerzo mayor. Es, pues, de toda lógica que la acción se dirija a ellos primera y principalmente. Pero el Club de Roma es una microcósmica sección transversal de la sociedad tal como es ésta, y su propósito es agrupar fuerzas de todos sus sectores, en orden a impedir involuciones degenerativas y cambiar la sociedad armónicamente en todas sus partes.
¿Algún plan para el futuro?
El Club de Roma está fomentando una serie de estudios de ‘segunda generación’ en Europa, Japón, la América | |
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Latina y los Estados Unidos. Alguno de ellos van a ser desprendimientos del primitivo model mundial de Forrester-Meadows. Otros ahondarán en partes del sistema, tales como las relaciones entre población, alimentos y agricultura o la disponibilidad de materiales en escala global. Otros desarrollarán diferentes tecnologías para la investigación del sistema mundial entero.
Según Martin Heidegger, no hay hombre, grupo de hombres, comisión de prominentes estadistas, científicos y técnicos ni conferencia de dirigentes del comercio o la industria capaces de frenar o dirigir el proceso de la historia en la era atómica. ¿Confía usted en que sus incesantes esfuerzos y los de sus colaboradores y colegas den fruto antes de que sea demasiado tarde para todos nosotros?
No estoy de acuerdo con esa aserción fatalista. Creo que el rumbo hacia la catástrofe que venimos siguiendo puede ser modificado... por nosotros, es decir, los sectores activos de las actuales generaciones, sobre los cuales descansa la responsabilidad de cambiar de rumbo antes de que sea demasiado tarde. Esto ya lo había afirmado antes, pero déjeme afirmarlo una vez más en mi conclusión. Admitido que todos los estudios y meditaciones que puedan hacerse, aunque indispensables, no bastan para sacar a la humanidad del pozo en el cual va hundiéndose cada vez más. Concedido también que, si bien se ha logrado gracias a ellos que un amplio público haya alcanzado un más alto nivel de visión y comprensión y que se haya suscitado un debate transnacional sobre la problemática del mundo, estos hechos, pese a su suprema importancia, no bastan por sí solos para alterar el curso de la historia. Ha de ocurrir algo más grande y profundo, algo que llegue a los cimientos de nuestra cultura y modifique nuestra visión de nosotros mismos y del mundo. Sin la revolución de los corazones y los cerebros a que antes me refería, una revolución capaz de cambiar nuestro juicio y conducta individuales y colectivos, y que, por consiguiente, arraigue en una profunda transformación de todo nuestro sistema de valores, cualquier otro cambio resultaría puramente mecanicista, y aun podría causar el efecto adverso de llevarnos finalmente a la involución tecnocrática. Sostengo, sin embargo, que ya está en marcha la revolución coperniciana. Acaba de comenzar, pero ganará impulso. Le concedo una probabilidad de triunfo no inferior al cincuenta y cinco por ciento. En cualquier época, los va- | |
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lores, el ethos, son lo que la gente considera ‘bueno’, de acuerdo con su propio juicio y, tal vez, bajo la influencia de sus conductores, sean estos saludadores, hombres de medicina, astrólogos, sabios, profetas, reyes, sacerdotes, científicos, estadistas o la clase política en general. El ‘bien’, descubierto espontáneamente por el pueblo o sugerido a él por sus conductores, está siempre relacionado con situaciones reales o trascendentes que la gente cree entender, y va invariablemente conectado con la idea de la sobrevivencia individual o colectiva. Dado que ha desaparecido la base de referencia que sustanciaba creencias y valores en el pasado, el proceso de unir las piezas de una nueva base de referencia y correlacionarlas entre sí, no sólo es indispensable, sino que, a mi juicio, ha comenzado ya. Sostengo que, al mismo tiempo, nosotros, en esta generación, al despertar enfrentados a una nueva y áspera realidad, descubrimos que las cosas fundamentales han sido hace tiempo olvidadas o sacrificadas a los valores materiales. Empezamos a aprehender que el sentimiento de nuestra humanidad es sin duda esencial, pero que sólo es posible derivarlo de formas de vida no humanas y de nuestra relación con ellas, aunque, en lugar de ello, estamos alegremente destruyéndolas, especie tras especie. Percibimos que también estamos perdiendo nuestro sentido de la justicia, precisamente ahora, cuando nos es posible aplicarlo holgadamente a nuestros contemporáneos a un costo simplemente marginal. Experimentamos la escalofriante sensación de que la intuición del peligro que mantuviera alerta a nuestros antepasados ha sido silenciada por nuestra arrogancia y nuestra confianza en las máquinas, precisamente cuando los peligros que nos amenazan son inconmensurablemente mayores. Y nos damos cuenta con terror que aun el sentimiento de destino nos ha abandonado en la cumbre de nuestro poder, y a falta de él, vivimos en una embriaguez de pillaje y contaminación que dejarán a nuestros descendientes una tierra arrasada. Es un despertar duro, pero sano. Hemos de permanecer despiertos y explorar en profundidad en torno a nosotros y en nuestro interior mismo. Sentimos el reto de nuestro tiempo y comprendemos su auténtica y entera naturaleza. Sabemos que el precio de nuestra respuesta será muy caro, pero que no podemos regatearlo. Por encima de todo, hemos de comprender que, sin una profunda renovación ética y un nuevo humanismo, la sociedad peligra y el futuro es sombrío, por grandes que sean nuestro poder y nuestra ca- | |
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pacidad. Sin embargo, no son éstas cosas de imposible realización. Estamos empezando a prepararnos para ellas. Cuanto más avancemos por esta nueva ruta, más fácil será, tal vez, percibir que el hombre debe hacerse mejor, si es que ha de vivir en el próximo siglo, proceso de aprendizaje que yo ya veo en marcha, lo cual demuestra que el hombre es realmente una criatura racional y espiritual merecedora de salvación.Ga naar voetnoot6 |
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