Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd64. Lincoln GordonEl embajador Lincoln Gordon es al presente miembro del Centro Internacional de Profesores Woodrow Wilson, de Washington. | |
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States Manufacturing Investment in Brazil (1962) y A New Deal for Latin America (1963). Algunos de nosotros hemos emprendido aquíGa naar voetnoot1 un proyecto de largo alcance orientado hacia lo que llamamos los aspectos del crecimiento sostenible. Hemos optado por el título crecimiento sostenible, en lugar de límites del crecimiento, precisamente porque tenemos algunas dudas respecto de la tesis central del primer estudio de Forrester y Meadows para el Club de Roma. Lo que a mí me interesa especialmente son las represiones internacionales del crecimiento sostenible. Pero permítame decirle unas palabras sobre lo que nosotros entendemos por crecimiento sostenible. A nosotros nos interesan -lo mismo que al Club de Roma- las relaciones recíprocas entre la población, los recursos, la protección del ambiente y la tasa y dirección del crecimiento económico. Sin embargo, a diferencia de ForresterGa naar voetnoot2 y Meadows, no estoy convencido de que tanto el crecimiento económico como el de la población deban estabilizarse en la próxima generación, a fin de evitar una catástrofe mundial en algún momento de este mismo siglo xx. Por lo que concierne al estudio de Meadows en sí, los análisis críticos que he leído y algún trabajo que yo mismo he realizado me han convencido que sus tesis no han sido en modo alguno verificadas y que, probablemente, ni siquiera sean verificables en términos globales. El estudio de Meadows es injustificadamente pesimista por lo que concierne a los recursos agotables, injustificadamente pesimista en cuanto a las posibilidades de controlar la contaminación e injustificadamente pesimista por lo que toca a la posibilidad de que una política de planeación familiar pueda en realidad reducir la tasa de crecimiento demográfico ni aun en los países pobres.
El doctor Herman KahnGa naar voetnoot3 estima que nuestro planeta puede mantener fácilmente a veinte mil millones de habitantes, con un ingreso per capita de veinte mil dólares anuales.
Disto mucho de compartir tal opinión. Creo que una población mundial de veinte mil millones implicaría condiciones | |
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y estilos de vida que resultarían muy desagradables para la mayoría de esos veinte mil millones. Sin embargo, pese a mi dura crítica de las conclusiones de Meadows, estoy dispuesto a admitir, por otro lado, que puede haber, debe haber y, en cierto grado, ya hay graves restricciones físicas al crecimiento económico de algunos países, mientras que en otros cabe prever restricciones transitorias durante ciertos periodos. Ya ahora aparecen claramente graves restricciones en naciones escasas en recursos y sobrepobladas. Citaré como ejemplos a Bangladesh y Haití, en dos distintos continentes. Es concebible la existencia transitoria de restricciones físicas en otros países, y aun globalmente, si se demora el progreso tecnológico en el campo de la energía, sea porque la ciencia no avance con suficiente rapidez, porque haya limitaciones ambientales o como consecuencia de decisiones políticas equivocadas. En tales condiciones podría haber periodos en que se produjeran desajustes entre las posibilidades físicas finales y lo que la sociedad esté realmente haciendo. En suma, la existencia de una mezcla de limitaciones físicas, institucionales y sociales harán improbable, a mi parecer, la realización del sueño de Kahn. Pero vayamos a lo que, en mi opinión, son cuestiones más interesantes que el mero problema de las limitaciones físicas. Estas cuestiones están relacionadas con la interacción entre las restricciones físicas y los deseos de los individuos o las sociedades. Si consideramos el caso de los Estados Unidos, veremos que la preocupación por el medio, lejos de ser una moda pasajera, ha arraigado profundamente y es ampliamente compartida. El hecho destaca con particular relieve en algunas localidades o regiones y puede extenderse hasta abarcar toda la sociedad norteamericana. Surge así la cuestión general de si el pueblo desea la mera expansión del crecimiento económico tal como lo miden el producto nacional bruto o el ingreso per capita. De seguir la actual tasa de crecimiento en los Estados Unidos, el ingreso familiar, que es ahora, en promedio, de unos diez mil dólares, subiría en setenta años a ochenta mil dólares, a los precios actuales. Es extraordinariamente improbable que la gente continúe deseando algo semejante a los actuales patrones de gasto, lo que hace esperar que se produzcan cambios mayores mucho antes de llegar a dicha cifra. Entre estos cambios habría que incluir el del equilibrio entre el tiempo de trabajo y el de ocio, en favor de una considerable reducción de la actual semana laboral de unas cuarenta horas. Otros cambios estarán relacionados con las condiciones del trabajo, la satisfac- | |
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ción que de él puede obtenerse, el deseo de pasar las horas de trabajo de manera más agradable y el de disponer de más tiempo libre. Probablemente, todos estos cambios harán más lento el crecimiento económico, tal como se mide ordinariamente. Es éste un campo importante que estamos tratando de explorar en relación con los países ricos.
¿Y los países pobres? Me ha sorprendido una de sus frases. Ha dicho usted: si miramos al futuro y juzgamos to que las sociedades y los individuos desearán. ¿Cree usted que, en vista de los límites del mundo, vamos acercándonos a un día en que los intereses de la sociedad prevalecerán sobre los de los individuos?
Permítame hablar primero de los países ricos. Las sociedades se componen de individuos. Evidentemente, el consumo de una persona es parcialmente individual y parcialmente social. Hay muchas cosas que se consumen colectivamente. Las cosas ambientales son en general consumidas colectivamente. Existen -como otros han señalado- males colectivos y bienes colectivos. Una de las mudanzas de la actitud frente al crecimiento económico y el consumo consistirá en un creciente interés en el consumo colectivo, en oposición al consumo individual. Este cambio podría en parte verificarse por elección individual, pero en parte mucho mayor requerirá decisiones de política social, es decir, cierta suerte de proceso político. En los Estados Unidos tenemos ahora algunas paradojas. Según yo los interpreto, los resultados de las elecciones de 1972 indican que, por una parte, hay mucho interés en mejorar el consumo colectivo, pero, al mismo tiempo, mucho escepticismo en cuanto a la capacidad de nuestros instrumentos -nuestras instituciones gubernamentales encargadas de procurar el consumo colectivo- para conseguir realmente resultados satisfactorios. Ha de encontrarse alguna solución. No veo la necesidad de decidir irremisiblemente entre el individualismo y el socialismo. En la presente situación existe toda clase de soluciones intermedias o mixtas. El componente social, que es la fracción del total de las decisiones que se toman colectivamente por medio de decisiones políticas, continuará en ascenso. Espero que quede un extenso campo para las opciones individuales. Cuando hablo de preferencias individuales o sociales, me refiero a preferencias individuales expresadas a través del mercado y de preferencias sociales expresadas por medio de la política. | |
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Al hacerle mi pregunta anterior, pensaba en la doctrina skinneriana de renunciar a esa nuestra querida ‘libertad’. ¿Podemos ahora pasar a los países en desarrollo?
Sí, y me gustaría tratar sobre lo que a mi parecer constituye el mínimo indicio anunciador de alguna mudanza importante de la actitud frente al crecimiento económico en algunos países pobres, particularmente algunos de los más pobres del sur de Asia. Desearía saber más sobre China, porque evidentemente es uno de los países más fascinantes del mundo actual. Si nos preocupa la pobreza, hemos de considerar esencial cierto género de crecimiento económico que reduzca la tragedia que causan la mala salud, la desnutrición y todos los demás males sociales que acompañan a la miseria.
Pero ¿no están todos los ciudadanos chinos programados en forma que hace necesario el tomar en cuenta a toda la población? Todos navegamos en un mismo barco hacia el logro de una vida mejor. Hemos de dejar de desear cosas que no necesitamos en absoluto, que sobrecargan nuestra economía y nuestros recursos financieros y... Bueno, no quiero interrumpir a usted...
No. La interrupción ha sido buena. Examinemos brevemente el caso de los automóviles, que a mi juicio nos ofrece una maravillosa ilustración. Volvemos de nuevo a los países ricos. Los automóviles constituyen un excelente ejemplo de algunos de los problemas críticos implicados en la relación entre la opción individual y la opción social. De continuar las actuales tendencias en los Estados Unidos, Europa, Japón y aun la Unión Soviética, parece muy claro que las preferencias individuales favorecen la posesión o uso de un automóvil por cada adulto. Pero de ocurrir así, las ciudades quedarían estranguladas. En algún momento empezará -hay indicios de que ya ha comenzado- a manifestarse una preferencia colectiva por reducir el número total de automóviles. He aquí un curioso conflicto que el mercado no puede resolver. Muchos de mis amigos economistas creen que los instrumentos del mercado pueden resolver los problemas del ambiente, mediante lo que ellos llaman interiorización de los costos externos. Ellos dicen que si aumenta la contaminación causada por los automóviles, las fábricas de papel o las plantas eléctricas, todo lo que hay que hacer es asegurar que pague el contaminador. El costo de curar o continuar la | |
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contaminación debe agregarse al precio del producto, y entonces los mecanismos económicos detendrán la contaminación o, por lo menos, la reducirán a niveles tolerables. Creo que este razonamiento es válido para muchos casos, pero hay cierto género de costos sociales externos que no pueden interiorizarse. La congestión del tránsito es un caso típico de esta clase. La única manera de atacar este problema es la aplicación de decisiones políticas colectivas, concretamente, la decisión de establecer un buen sistema de transporte en común en las ciudades, de prohibir la entrada de coches particulares en ciertas zonas de las ciudades, de mejorar los transportes interurbanos. Todas estas medidas requieren grandes inversiones de capital, y no existe ningún mecanismo de autorregulación en el sistema del mercado que lleve al cumplimiento de tal exigencia. Estoy convencido de que a medida que se hace más compleja la tecnología y se complica la interdependencia de las naciones, por encima de las fronteras, aumenta el número de decisiones importantes que han de tomarse como decisiones sociales deliberadas. Volvamos a China y a los países materialmente pobres del sur de Asia. En cierto sentido, los grupos pensantes del sur de Asia consideran que el modelo chino sería el conveniente para sus países. Es decir, en lugar de intentar promover el crecimiento económico siguiendo lo que pudiéramos llamar el camino aceptado de la industrialización, la inversión masiva de capital, etcétera, consideran preferible cuidar de la adecuada distribución de los ingresos desde el comienzo y concentrar los esfuerzos en el aumento de la producción de los bienes que necesita la masa del pueblo. O sea, alimentos para todos, nutrición adecuada para todos, educación primaria para todos y atención médica, por rudimentaria que sea, para todos. Por lo que sabemos, esto es lo que China está realmente haciendo. La gran cuestión es si este camino, en contraste con el ordinario, puede ser trasladado a la realidad sin la intervención de una organización totalmente autoritaria que lave el cerebro a toda la sociedad. No sé la respuesta a esta cuestión, y me gustaría saberla. Creo que en una o dos décadas o quizás antes, veremos algunos interesantes e importantes experimentos, bajo sistemas sociales menos autoritarios, con el intento de llevar a cabo dicha labor. Supongo que el profesor SkinnerGa naar voetnoot4 estará muy contento con la manera china de hacer las cosas. Yo no lo estoy, y creo que, a medida que China se desarrolle, irá creciendo el | |
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número de chinos más razonables que tampoco se sientan felices.
¿No se ha demostrado en la mayor parte de las naciones en desarrollo que la copia ciega de los lugares comunes de la democracia jeffersoniana no protege contra los gobernantes autoritarios?
Fui embajador en Brasil durante casi cinco años, entre 1961 y 1966, y conozco bastante bien el resto de la América Latina. No creo que las instituciones democráticas al estilo jeffersoniano o posjeffersoniano puedan funcionar con plena eficacia en los países muy pobres. En realidad, sólo funcionan en unos cuantos países, como los Estados Unidos, la Europa noroccidental, Australia y Nueva Zelanda. Lo que a mí me parece posible es combinar una cantidad mucho mayor de autoridad, lo que implica menos participación democrática en la elección y destitución de los gobiernos, con sociedades más abiertas y más amplia protección de la libertad individual y de opción de la que China parece permitir actualmente.
¿O la Unión Soviética?
Sí, desde luego. En la Unión Soviética ya son claramente perceptibles las tensiones de una sociedad cerrada. Durante mi larga estancia en la América Latina, pude ver una clara distinción entre la cuestión de un control democrático efectivo, de una parte, y la cuestión de un grado razonable de libertades cívicas, protección a los derechos individuales, libertad intelectual y razonable libertad de prensa. Veamos el caso de Francia bajo De Gaulle después de 1958, cuando éste hubo de enfrentarse al desastre de Argelia. Examinando la situación desde adentro, vemos que los resultados se lograron por medio de un régimen casi autoritario. Pero este régimen siguió protegiendo los intereses del individuo y conservó el carácter esencialmente abierto de la sociedad francesa. No por completo, pues el sistema de la radio y la televisión se convirtió en una máquina de propaganda en beneficio del gobierno. Pero se mantuvo la libertad de prensa y, ciertamente, no se persiguió a los intelectuales franceses.
Casi me inclino a creer que, en los Estados Unidos, con el actual gobierno, conducido por el señor Nixon y su principal ayudante, el señor Kissinger, el Congreso parece haber sido | |
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casi completamente relegado. Los Estados Unidos de 1972 y 1973 parecen estarse aproximando a un régimen como el que De Gaulle impuso en Francia.
Por lo que toca a la política exterior, no difiero de usted.
Ya nadie sabe lo que ocurre, la Casa Blanca por sí sola es quien decide la política exterior.
Así es. El Congreso se mantiene apartado, y no creo que ésta sea una situación saludable. Ni tampoco duradera. Habrá de cambiar muy rápidamente. La guerra de Vietnam ha constituido una grave preocupación y ha sido fuente de desilusión nacional. Mucho antes de que su libro se publique habrá quedado arreglada. Creo que el acuerdo se logrará antes del 20 de enero. Pero, volviendo al tema de las relaciones entre países ricos y pobres, le diré que me preocupa particularmente la excesiva y romántica esperanza. Cuando se enfoca el mundo como totalidad, lo que generalmente se implica es la instalación de un gobierno planetario dentro de un futuro previsible. Pero ese gobierno planetario está aún muy lejos de nosotros. El ejemplo de la Comunidad Europea, con todos los problemas que todavía no ha resuelto, en su propósito de instituir un sistema monetario unificado, debe hacernos cautelosos en cuanto a la posibilidad de llegar rápidamente a un gobierno mundial. Además, a mi parecer, la migración en gran escala de un país a otro o de una región a otra ya no significa una solución decisiva para el problema de los desequilibrios. No creo que sea factible llegar en los próximos cien o doscientos años al completo emparejamiento de los estándares de vida en todo el mundo. Pero en las naciones más prósperas se manifiesta ahora una creciente tendencia a cuestionar las ventajas del crecimiento en sí. El crecimiento se considera ahora más como instrumento que como finalidad. ¿Crecimiento para qué? ¿Para tener una vida más satisfactoria? ¿Para mejorar la calidad de la vida? Esto puede significar más ocio y menos trabajo. Si al mismo tiempo se logra mantener una efectiva interdependencia entre pobres y ricos, cabe esperar, creo, que se estreche esa famosa brecha entre unos y otros. Pienso que debemos concentrar los más serios esfuerzos a fin de alcanzar esa meta. No espero que las Naciones Unidas lleguen a constituirse en gobierno mundial ni siquiera en la época de mis nietos, para no hablar de la mía. Pero creo que debemos cultivar instituciones internacionales | |
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funcionales que vayan tomando área por área, tratar de identificar problemas concretos y posibilidades de convergencia de intereses, y después trabajar seriamente para convertir en realidad esa convergencia. |