Debate sobre el crecimiento
(1975)–Willem Oltmans– Auteursrechtelijk beschermd54. Lester R. BrownLester R. Brown es miembro del Consejo de Desarrollo en el Extranjero, organización particular no lucrativa con sede en Washington. | |
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¿Qué es exactamente el Consejo de Desarrollo en el Extranjero?
El Consejo de Desarrollo en el Extranjero es una organización no lucrativa dedicada a la investigación y la educación, establecida en 1969, con la finalidad de mejorar las relaciones entre los Estados Unidos y los países pobres. Juzgando por las normas de Washington, somos una pequeña burocracia constituida por unas veinte personas, la mitad profesionales y la otra mitad personal de asistencia. Nos sostienen financieramente tres grandes fundaciones: Ford, Rockefeller y Clark, y unas cuarenta compañías multinacionales. No realizamos trabajo por contrato y nos financiamos enteramente mediante subsidios.
¿Asesoran ustedes al Banco Mundial?
Trabajamos con el Banco Mundial de la misma manera que con otros organismos cuyo negocio primario es el desarrollo internacional. Trabajamos para la Agencia de Desarrollo Internacional, la oea, el Banco Interamericano de Desarrollo, otras agencias para el desarrollo, las agencias de la onu y otras entidades.
Los límites del crecimiento ha sido muy controvertido desde el momento mismo de su publicación en los Estados Unidos. ¿Por qué ha suscitado tanta controversia?
Los límites del crecimiento es una amenaza para muchas personas. Es una amenaza para los economistas, por ejemplo, entre cuyas herramientas de trabajo algunas han sido diseñadas con la finalidad primordial de estimular y alentar el crecimiento. Estas herramientas quedarán caducas en cuanto el crecimiento deje de ser el objetivo. Amenaza también al pueblo en general porque trae a cuestión el asunto del nivel de vida.
En su último libro habla usted de la necesidad de crear una nueva ética social para toda la humanidad. ¿En qué consiste esta nueva ética?
Las circunstancias en que nos hallamos en el último tercio del siglo veinte exigen la formulación y final adopción de una ética social común. Esta nueva ética ha de responder a la necesidad de acomodarnos todos nosotros al ecosistema | |
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finito en que vivimos. Entre los ingredientes de esta nueva ética social habrán de contarse cosas tales como: mudanzas fundamentales en nuestra actitud frente a la reproducción humana, mudanzas que se necesitan para estabilizar la población mundial; abandonar el concepto de caducidad planeada que rige en las modernas sociedades industriales, por ejemplo, la de los Estados Unidos; la admisión de que compartimos los recursos del globo en forma nunca vista, es decir, que dependemos de fuentes comunes de petróleo y de proteínas marinas y de un depósito común donde se arrojen y absorban los desechos. Hallándonos ya tocando los límites de estos recursos, hemos de comenzar a pensar cómo compartirlos. Es interesante advertir que, al comenzar a presionar contra los límites de varios recursos, hemos descubierto que aumenta rápidamente la interdependencia entre los países. Citaré un ejemplo: hace dos años, el estado de Florida experimentó una severa sequía que amenazaba la agricultura y ponía en peligro la fauna y la flora silvestres en los Everglades. El estado de Florida contrató los servicios de una compañía dedicada a provocar la lluvia, para que hiciera llover sobre la península de Florida. Al final hizo llover, pero a expensas del océano circundante. Si hubiera sido Texas el que firmara el contrato, las consecuencias las hubiera pagado México. Si Pakistán hubiera firmado contrato similar, habría sido a costa de la India. Éste es sólo un ejemplo de cómo la interdependencia entre los países aumenta en la medida en que se intenta expander el abastecimiento de los recursos que escasean. Existen empresas, algunas con sede aquí, en Washington, dispuestas a firmar contratos para hacer llover con cualquiera de cualquier parte del mundo que pague por ello, sean asociaciones de agricultores, gobiernos estatales o nacionales o ministerios de defensa. Tales intervenciones no pueden quedar sin reglamentación. Hemos llegado al punto de ser indispensable fundar instituciones supranacionales que regulen la intervención de los gobiernos nacionales, así como el Fondo Monetario trata de regular las acciones de los gobiernos nacionales que afectan al sistema monetario internacional.
Eso es exactamente lo que aconseja Sicco Mansholt, del Mercado Común Europeo: instituciones supranacionales. Pero entonces se plantea la siguiente cuestión: ¿cómo darles estado político? | |
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La cuestión de conferirles autoridad efectiva es muy difícil. A mí me parece que si hemos de reordenar las prioridades globales en un mundo cada vez más interdependiente, habremos de necesitar instituciones supranacionales que posean no sólo finalidad, sino fuerza. Por ejemplo, hemos de pensar en conferir a la onu autoridad mucho mayor para mantener la paz. Aduciré otro ejemplo: el año pasado, los gastos militares mundiales totalizaron doscientos cuatro mil millones de dólares. Esta suma excede el ingreso total de la mitad más pobre de la humanidad. Estoy convencido de que, en un mundo crecientemente interdependiente, tal cosa no es un ordenamiento aceptable de las prioridades mundiales. De la suma de las prioridades nacionales no resulta un conjunto - racional de prioridades globales. Ha llegado el tiempo de pensar en prioridades globales fundándonos en las necesidades de toda la humanidad.
A propósito de esa nueva ordenación de las relaciones globales y de tender puentes, ¿cree usted que el enfoque de Forrester pueda ser instrumento útil para construir la infraestructura global?
Los límites del crecimiento insiste sobre la limitación de por lo menos algunos importantes recursos y medios, que van desde la tierra cultivable y el agua dulce hasta la capacidad de absorción de los desechos. En cuanto empezamos a reconocer que no podemos extendernos tanto como nos plazca, al menos en ciertos campos, sin que ocurran cambios irreversibles, vemos cómo se produce una interesante reorientación del pensamiento en el plano internacional. Mientras el pastel económico global o, si usted lo prefiere, el aprovisionamiento de determinado recurso del cual dependa el crecimiento económico pueda aumentar indefinidamente, el rico puede decir al pobre: ‘Ten paciencia, espera que te llegue el turno, las cosas van en aumento.’ Pero una vez que la gente comienza a percatarse de la finitud de por lo menos algunos recursos, el asunto toma un sesgo dramático. El problema ya no es entonces cómo hacer más grande el pastel, sino cómo repartirlo. Y ésta es una cuestión importantísima.
En su libro World Without Borders dice usted que los líderes de los países pobres podrían muy bien reclamar, en un futuro próximo, las proteínas de los océanos para completar | |
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su alimentación, tan pobre en esas sustancias. Entonces, naturalmente, se producirá un conflicto, pero hay que admitir que ellos tienen tanto derecho como el que más a tales recursos.Ga naar voetnoot1
Mientras los océanos contuvieron más peces de los que nadie podía esperar pescar, la distribución de lo que se pescaba no planteaba problema alguno. Pero llegados al punto de ver como cosa próxima el agotamiento de las proteínas marinas, peligro ya inminente en el caso de ciertas especies de peces de gran importancia comercial, la situación comienza a cambiar. Durante los últimos años hemos presenciado las copiosas inversiones efectuadas por los países del hemisferio norte, como la Unión Soviética, Japón y los Estados Unidos, para el fomento y ampliación de sus flotas pesqueras, la instalación de fábricas flotantes y la aplicación de avanzadas tecnologías, como el sonar, para la localización y pesca de peces, cualquiera que sea la parte del mundo donde éstos se encuentren. Los países pobres, tan necesitados de proteínas marinas, no pueden competir en estos términos con los avanzados. Carecen de capital y de tecnología. La única forma de competir que les queda es la extensión de sus franjas marítimas, como ya están haciendo ahora. Unos catorce países han extendido los límites de sus aguas territoriales, de las tradicionales doce millas a doscientas millas, a fin de proteger sus zonas costeras de pesca. En 1972, la China continental se unió a los países pobres, a los que apoya en su reclamación de doscientas millas de mar territorial. Esto es importante, pues China es la primera potencia nuclear que se alinea con los países pobres, en defensa del derecho de éstos a aumentar o proteger su parte de los recursos proteínicos del mundo. Los biólogos marinos afirman que la pesca mundial de muchas de las especies de peces ha llegado ya muy cerca del límite máximo admisible. Estamos, pues, ante la necesidad de fijar límites globales a la pesca anual de diversas especies y repartir después, país por país, de acuerdo con cuotas nacionales establecidas, las cantidades totales pescadas. La cuestión estriba en cómo hacerlo. Por supuesto, las naciones ricas querrían congelar la situación actual, porque de esta manera podrían retener para ellas la porción mayor de los recursos proteicos del mar. Si la pesca total se repartiera per capita, los países pobres obtendrían dos tercios y los ri- | |
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cos, un tercio. No sería ésta una posición irracional. También sería posible, como usted decía, que los países pobres, cuyos habitantes padecen grave desnutrición proteica, propusieran una fórmula según la cual correspondiera a ellos la prioridad en el consumo de este recurso global común. Después de todo, nosotros, los norteamericanos y europeos, estamos sobrealimentados y consumimos más proteínas de las que necesitamos.
O alimentamos con ellas a los animales.
Exactamente. Nosotros consumimos proteínas marinas indirectamente, en forma de huevos y pollos. Una de las importantes cuestiones que necesitamos plantearnos es la forma de repartir los recursos y la riqueza de la Tierra. Los norteamericanos, que sólo constituimos el 6% de la humanidad, consumimos un tercio del total de los recursos mundiales. Forma parte de la sabiduría convencional, aceptada por la comunidad internacional del desarrollo, que los países pobres no deben aspirar al estilo de vida norteamericano, por la simple razón de que no hay bastante petróleo, hierro, proteínas, etcétera, para todos.
Tener 700 millones de habitantes quizá sea bueno para China, pero 700 millones de chinos ricos arruinarían rápidamente a su país.
Tal vez no sólo arruinarían a China, pues, sin duda alguna, 700 millones de chinos con dos automóviles en cada garaje impondrían una enorme presión sobre las reservas mundiales de petróleo. Mientras los norteamericanos puedan depender fundamentalmente de sus recursos internos, petróleo, minerales o lo que usted quiera, la cuestión de cuánto consuman es en gran parte un asunto interno. Pero conforme vamos consumiendo cada vez en mayor medida los recursos que otros países producen, hemos de plantearnos la cuestión de por qué al seis por ciento de la humanidad se le ha de permitir que consuma la tercera parte de los recursos irrenovables del mundo. Los norteamericanos debemos plantearnos la cuestión a nosotros mismos, pues muchos otros han comenzado ya a preguntarla, cada vez con mayor insistencia, y debemos estar preparados para contestarla. Yo he sugerido a los públicos a quienes me he dirigido en las últimas semanas que, si desean un interesante e incitante ejercicio, cuando estén sentados ante sus escritorios, tomen un | |
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bloque de papel e intenten explicar en quinientas palabras por qué ha de consentirse que los norteamericanos consuman un tercio de los recursos mundiales. No es cuestión fácil de tratar, pero a ella habremos de enfrentarnos cada vez con mayor frecuencia, en aquellos lugares donde se negocien los términos bajo los cuales los Estados Unidos ganan acceso a las reservas de petróleo y minerales de otros países, o donde se discuten las fórmulas para el reparto de recursos comunes. |
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